La escoria se esparce por las calles como el aceite sobre un río. Políticos corruptos que engañan a la gente con una sonrisa mientras sus socios se hacen ricos a costa de la miseria ajena. Empresarios sin escrúpulos que violan las leyes y los convenios por la búsqueda de una riqueza más rápida y lucrativa. Jefes de la mafia más ocupados en matarse entre ellos que en establecer un imperio, porque ya saben que la ciudad es toda suya. Y matones que caminan por las calles a sus anchas, sabedores de que lo único que tienen que temer en la noche, es a ellos mismos. Eso es la ciudad de Gotham, antaño una ciudad brillante y segura, y ahora convertida en un estercolero de inmoralidad humana. O eso era, hasta que yo llegué.
Unos me llaman amenaza. Otros, héroe. Pero lo único que me importa es como me llaman los criminales: problema. Porque cada vez que extorsionan a alguien, yo observo. Porque cuando mandan a sus matones para hacerles el trabajo sucio, reciben la noticia de que han sido hallados atados y amordazados delante de la comisaría. Porque cuando roban un banco, los billetes ya están marcados por alguien desde el día anterior. Porque les he dado una razón para temer a las sombras, de girarse una vez más hacia atrás para comprobar que no les sigue nadie. Porque he hecho que la noche ya no les pertenezca a ellos, sino a mí. Porque les he recordado lo que se siente al temer a la ley, a la justicia.
Están ahora reunidos, alrededor de una mesa de madera rectangular, y son cuatro hombre de trajes caros. Uno de ellos es Joe "Cicatriz" Pisci, traficante de armas y el más desalmado italoamericano que la ciudad ha sabido escupir. Un tío duro de roer, con un bigotito y unas cicatrices que le hacen parecer un estafador de poca monta. Ayer perdió a tres de sus hobres cuando éstos intentaron arreglar una partida de armas que iban a ser dirigidas a Senegal, para alimentar las guerras civiles que se estaban produciendo en el país. Joe, el sociópata más frío de los cuatro, estaba con un ataque de nervios tan fuerte como peligroso, pero los demás no se muestran intimidados, porque saben que su imperio está cerca de irse a la ruina y están más cerca de acabar con él y quedarse con su negocio que de ser aniquilados por él. Aún así, respondieron a la llamada de Pisci, porque el motivo de la reunión era demasiado importante. Hablan de mí.
Les dejo hablar, porque cada fragmento de información es un clavo más en el ataúd de sus operaciones, pero entonces empiezan a organizarse. Joe ha conseguido ponerlos de su parte, porque en el fondo de su corazón de hielo sabe cómo manipular a la gente. Sonríe confiado de que aquellos mafiosos le ayuden, pero no sabe que ya está acabado. Acabo por observar otra vez mis alrededores: un sólo matón por jefe de la mafia, pero ante los problemas muchos más entrarán con sus armas de fuego y dispararán no sólo sobre mí, sino sobre los demás. Una auténtica carnicería que no pienso tolerar en MI ciudad.
Me dejo caer como una sombra silenciosa y todo el mundo se queda callado, observando mientras me alzo sobre la mesa. Mi cuerpo enorme está oculto bajo mi capa negra y mi máscara me da un aspecto tenebroso que hace temblar de miedo hasta el último de ellos. Saben quién soy, pero no tienen miedo de ello, sino de otra cosa, pues saben algo aún peor: yo sé quiénes son. Les declaro la guerra allí mismo, alzándome ante ellos. Por supuesto, sus matones son los primeros en reaccionar, pero noqueo a dos a toda velocidad, antes de lanzar al tercero sobre el último. Antes de levantarse, mis botas caen con un salto acrobático sobre sus espaldas, olbigándolos a caer al suelo y golpearse la cabeza. La pelea termina en apenas unos segundos, y ninguna arma de fuego ha sido disparada. Enseguida golpeo a Pesci con mis ojos, haciéndolo quedarse paralizado por mi presencia innegable.
-Pesci, vengo a por ti-le dijo, y dio un paso adelante.
Y los jefes entran en pánico. Uno de ellos salta por la ventana, cayendo un piso entero y haciéndose daño por el cristal y la caída. Otro es noqueado con mi puño, y el de más atrás saca una pistola, incluso viendo que había roto la norma de no ir armados. Saco un pequeño objeto de mi cinturón con forma de murciélago y lanzo el batarang con fuerza hacia su mano, haciéndole soltar el arma. Salto hacia él y le dio una muestra del viejo "uno-dos" con mis puños, antes de que pueda incluso darse cuenta de que estoy encima suya. El último intenta huir pero le lanzo unas boleadoras que le atan los pies y le hacen caer, golpeándose la cabeza tan fuerte que se queda inconsciente.
-Estás acabado, Pesci.
Pateo la mesa y la hago volcar, donde aquella escoria se había ocultado en cuando me mostré ante él. Saca un arma y me apunta, pero sus manos le tiemblan y no es capaz ni de apretar el gatillo. Me acerco amenazadoramente hacia él y me inclino. Mi sombra lo cubre y él intenta gritar, pero soy más rápido y le agarro del cuello de la camisa, levantándolo hasta que sus pies ya no tocan el suelo.
-¡No, por favor! ¡No me mates!
Por un momento me lo pienso, y él se da cuenta, con horror. Durante muchos años, Pesci había provocado la muerte de decenas de personas, y mi plan para acabar con sus operaciones de unavez por todas había durado demasiado. Varias personas más habían muerto indirectamente por sus actos, y ahora lo tenía ante mí, desprotegido y suplicante, como sus víctimas antes de que él las asesinase. ¿Acaso él había tenido la consideración de siquiera pensárselo? Pero no, quizás Bruce Waynne, el rico millonario, hubiese obrado de manera vengativa y lo hubiese matado. Pero Batman era distinto, Batman era un símbolo. Cuando me pongo la capucha, mis sentimientos dejan de tener sentido y sólo importa una cosa: la misión. Y por la misión, Batman sería capaz de todo, menos matar.
Lo noqueo y lo dejo atado sobre una farola, mientras las sirenas de policía van llegando. Mi silueta se recorta en una esquina de una azotea, y un policía me señala, pero para cuando sus compañeros se giran para verme, yo ya he desaparecido. Y los criminales y la escoria de Gotham han aprendido una valiosa lección aquella noche: que no hay lugar seguro para ellos. Gotham tiene ahora un protector, que no se detendrá ante nada para llevarlos ante la justicia y hacerles pagar. Y siempre se preguntan, ¿por qué? La respuesta no podía ser más sencilla:
Porque yo soy la justicia. Soy la noche. Soy Batman.
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