El fuego se estaba apagando. Las brasas ya no daban más de si. La llama se consumía segundo a segundo, ahogada por el humo que desprendía. Un golpe, dos golpes. Un tercer golpe avivaron las brasas. La llama creció otra vez y se extendió. No duró mucho, y terminó por extinguirse. Fue el humo quien se quedó con el cuerpo espectral de la llama, danzando entre rendijas de acero, escapando del calor y dirigiéndose hacia las nubes.
El cielo sería su salvación.
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Venga chicos, la brasas ya están listas. ¿Quién quiere ayudar a papi con la carne?Los niños se levantaron del suelo y corrieron hacia su padre: una niña de cabellos rubios y largos, y un niño mayor de cabellos negros y ojos azules, que llevaba en brazos un bebé con un tirabuzón en la cabeza de color dorado. Ambos niños sonreían y gritaban, pidiendo ser quienes ayudaran a su padre para preparar la carne. El padre, con una sonrisa de oreja a oreja sacó los cortes de pechuga, el costillar de cerdo y las salchichas, y las dejó delante de los niños.
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Cuidado de no quemaros. - Acercó la parrilla al suelo para que los niños llegaran y pusieran la carne mientras recogía al bebé y se levantaba. Mientras lo sujetaba con un brazo la otra mano buscó por sus bolsillos automáticamente, sin pensarlo.
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Creí que habías dejado ese mal hábito - le inquirió su esposa, acercándose, con gesto recriminador y los brazos en cruz. -
¿John?-
Lo he dejado. Juro que lo he dejado. Ha sido sólo un tic. Palabra.-
Espero no me mientas, John.Zatana cogió al bebé de los brazos de John, y le dedicó amplias sonrisas mientras le hacía cosquillas en la barriguita. John se quedó mirándolos, sonriendo, sin entender cómo un hombre como él había terminado con una familia como esa, en medio del campo, encendiendo una parrilla para comer todos juntos.
Sus ojos resplandecían de orgullo, felicidad. Brillaban tanto como las llamas que de pronto surgieron de las brasas, devorando a los niños con sus largas y llameantes lenguas.
John quiso gritar de horror. No pudo. No podía. Estaba mudo. Estaba manco. No podía moverse. El olor. El calor. La carne chisporroteando. Zatana gritaba. No dejaba de gritar.
La sangre en su cuello. El horror, el horror.
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¡AAAAAAAAAAAAAAAAH! Por fin pudo gritar, y cuando lo hizo se levantó de la cama. "
Joder... joder... no... no podía ser todo tan bonito..." Sudaba a mares. Se dio cuenta que no llevaba ropa encima. Estaba cubierto con unas sábanas que no eran suyas en una habitación que no era suya: era una de esas habitaciones comunes de un prostíbulo cutre. Las paredes eran lo suficientemente finas como para escuchar a los de al lado y saber cuándo terminaba él y cuánto le haría pagar ella. "
Éste sitio tiene hasta su encanto."-
John... -
No ha sido nada. Una puta pesadilla...-
Deberías haber seguido soñando, John... No supo qué fue, si la voz de esa mujer, su tono o el siseo que vino a continuación lo que hizo que girara la cabeza y se topara con esa belleza: un cuerpo de infarto con una boca que le llegaba hasta las orejas, con unos dientes grandes y afilados y unos ojos llenos de odio.
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No, claro: no podía ser tan bonito....
John estaba de pie, de nuevo, y seguía desnudo, contemplando las cenizas sobre la cama y cómo ésta estaba siendo devorada por las llamas. Le dolían los dedos de las manos como si tuviera mil alfileres clavados. Aún chisporroteaban cuando los movía para sacarse la mala sensación del cuerpo.
Las llamas crecían. El humo crecía. Los gritos de los vecinos dieron la alarma antes de que el fuego escalara la pared para hacer acrobacias por el techo. John se acercó hacia sus ropas, se agachó y sacó su paquete de cigarrillos. Sacó uno y lo encendió con las altas llamas de la cama. "
Al menos ésto sigue siendo real..."
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Puta vida...