Una rosa en Central Park. (Enar Leibniz Matsuoka) 8-11-2018

New York, Central Park. 8/11/18

"¡No me dejes! ¡No me dejeees!" Fue lo que escuche. Un pequeño estaba en frente mio, y la mano de su madre, la cual nunca logre ver la cara, se deslizaba por la del niño, hasta caer, y solo lagrimas marcaron el camino por donde la mujer abandono a su hijo. Intentaba ir hacia el, intentaba darle mi mano, quería que dejase de llorar, que no sufriera... Pero no podía. Estaba siempre tan lejos, pero a la vez tan cerca, y nunca pude llegar a el...

Abrí los ojos rápidamente, un calor inundaba mi cuerpo, y con desesperación me levante, sentándome en la cama. Traspiraba como pocas veces había traspirado. Mi torso y mis piernas, parecían como si bajo una lluvia hubiera estado. Mire por un momento hacia la cama, era tan grande, como toda la casa, pero me sentía mas solo que nunca...

-Calma, Matt, solo... Calma.

Me levante, y me dirigí hacia el baño. Deje que el agua cayera sobre mi, y cerré los ojos durante varios minutos. Finalmente, y ya aseado, me dispuse a vestirme. Ya era tarde, mediodía, dormí mucho...

Ahora intentaba despejarme, intentaba olvidar aquel mal sueño, o mejor dicho olvidar mi pasado. Con paso calmo, como un fantasma caminaba por las grandes calles de New York. Todo el mundo parecía apurado, todos estaban tan atareados, intentando pagar su vida, cuando en realidad la estaban perdiendo... Que mas da, sus vidas no me importaban, yo solo quería limpiarme la cabeza, quería mi naturaleza.

Por suerte, vivía en New York, donde se encontraba la gran Central Park. No había otro lugar donde quisiera estar mas que ahí. Ya estaba por llegar, todas las ideas se me aclararían, siempre lo hacían cuando me rodeaba de mi naturaleza.

Por fin podía ver el parque, estaba cerca, y al otro momento ya estaba ahí. Mire hacia el suelo, casi pisaba una flor. ¿Quien la habrá cortado? ¿Quien le habrá hecho daño? Tome la rosa, y la mire con curiosidad. Me recosté en el verde, y levante la mano para apreciar aquella rosa, la cual había sido tomada y llevada lejos de su hogar. Me otorgaba tranquilidad, de alguna manera, la mire por un largo tiempo. Hacia horas que ya estaba en Central Park, y aun no tenia intenciones de irme. Sonreí ante la flor, y me gustaba pensar que ella hizo lo mismo.

Fue una primera semana libre de trabajo durante la cual estuve en realidad aún más ocupada que de costumbre; asentándome en mi nuevo apartamento, firmando papeles de residencia, haciendo llamadas y buscando contactos, además de quedar con varios amigos que también se habían mudado a Nueva York hacía relativamente poco o que ya vivían en la ciudad. Sin embargo, a la semana siguiente, el trabajo tampoco parecía querer darme ni un segundo de respiro. El nuevo caso que me habían asignado, una denuncia que había presentado la NRDC –la empresa que me había contratado– en contra de la reubicación de una base militar estadounidense en la isla de Okinawa, precisamente en Japón, era de vital importancia para asentarme del todo en mi nuevo puesto de trabajo e inspirar confianza a mis superiores, por lo que no tenía tiempo que perder. Debía memorizar datos, redactar permisos para solicitar más datos, memorizar también esos datos, investigar, calcular otros tantos datos, memorizar, memorizar, memorizar… Suspiré para mis adentros y miré al cielo para intentar quitarme todas aquellas cosas de la cabeza. Mi jornada laboral había acabado por hoy, ya me ocuparía de todo eso al día siguiente.

Una vez salí de la oficina, agarré mi bolso negro y lo coloqué mejor sobre mi hombro. No importaba la hora que fuese, las calles de Nueva York siempre estaban abarrotadas de gente y ya me habían avisado de que debía tener cuidado con mis pertenencias mientras estuviera fuera de casa, a todas horas. Por suerte, al menos, tanto mi oficina como mi casa estaban situadas en un barrio bastante seguro de la ciudad, además de estar cerca del maravilloso Central Park.

Y es ahí a donde me dirigía, a Central Park. Todavía no había encontrado lugar mejor para desintoxicarme de la ciudad y del constante tránsito de almas, humo, y ruido de mi alrededor, aunque tampoco tenía esperanzas de encontrar un parque como el de Ueno en una ciudad como aquella. Ya había ido a Central Park un par de veces esa misma semana, siempre al terminar el trabajo, así que ya me conocía el camino bastante bien y apenas tardé quince minutos en llegar allí, andando a paso rápido.

Una amplia sonrisa se dibujó en mi cara en cuanto pisé el primer trozo de césped. El color de todo mi alrededor cambió poco a poco; aquella zona rebosaba vida, espíritus de colores cambiantes y puros, de energía limpia… Me deshice mi característico moño alto para dejar que la brisa de aquel lugar desenredara mi pelo mientras andaba hacia una zona concreta, llana, y con césped verde que ya había bautizado como mía, ya que es donde todos los anteriores días me había quedado descansando. Dejé mi bolso a un lado y prácticamente me tiré boca arriba sobre la hierba, con las manos bajo la nuca y las piernas estiradas y cruzadas. No me importaba mancharme la camisa blanca y la ajustada falda negra a la altura de las rodillas; después de todo, tenía cuatro o cinco conjuntos casi idénticos que utilizaba únicamente para trabajar.

Cerré los ojos, dejé que mi respiración fuese cada vez más pausada y que los olores y sonidos de mi alrededor borrasen cualquier pensamiento… Eran unos sonidos tan… Tan…

Eh.

Eh.

¿Y esos pisotones que acababan de pas-?

Estiré la mano hacia donde se suponía que estaba mi bolso. Exactamente. Donde se suponía. Porque ya no estaba ahí. Me levanté a trompicones y miré a todas partes en busca de quienquiera que fuese el que me acababa de robar el bolso en mis narices. Ahí estaba, tenía que ser él: parecía un chaval joven, de estatura más bien baja pero de constitución delgada, motivo por el cual había conseguido atrapar mi bolso en un segundo y salir corriendo al siguiente… Y por lo tanto que a mí me fuese imposible alcanzarle. Además, mi ropa no era la más adecuada.

–¡Mi bolso! ¡Mi bolso! ¡Por favor! –grité con todas mis fuerzas mientras corría torpemente y señalaba al chico, que ya estaba a punto de desaparecer en la curva más próxima. Apreté los dientes con fuerza debido a la rabia y la impotencia que sentía en esos momentos, además de para aguantar las lágrimas que se empezaban a agolpar en mis ojos. En ese bolso tenía toda mi documentación, tanto del trabajo como personal, ¿qué iba a hacer ahora?

Hacia horas que estaba en el parque, recostado en la hierba, apreciando la rosa que entre mis dedos deslizaba, y la fresca brisa que acariciaba y movía mi rojizo cabello. Solo tenia una palabra para ese momento, una única palabra. Paz. Eso por lo que cambiaría todo lo que tengo, paz. Quería que este momento durase para siempre, poder estar el resto de mi vida recostado en aquel parque apreciando la flor, pero eso era imposible. Por mas que tanto lo quisiese, no podía durar para siempre, nada puede.

Mientras movía la rosa entre mis dedos, y sonreía levemente, un ruido hizo que moviera mi cabeza, y fijara mi mirada en aquella joven mujer que había llegado. Se tiro a la hierba, y mi cara de sorpresa y dudas fue remplazada por una gran sonrisa. Aquella simple mujer hizo que un sentimiento de tranquilidad me inundara. Deje la rosa a un lado y mire al cielo. Por un momento pensé que ese momento si duraría para siempre. Me equivocaba.

Mi paz fue interrumpida por pisadas, las cuales nuevamente me hicieron mover la cabeza, para esta vez fijarme a un chico. No interrumpía únicamente mi paz, peor, interrumpía la paz de aquella chica que me brindaba tanta tranquilidad.
Con notable sutileza tomo el bolso que se encontraba al lado de la mujer, y con agilidad comenzó a correr.
Tome impulso y salte, quedando parado, y al instante empezando a correr detrás del ladronzuelo. Tenia gran ventaja, y aunque yo fuera rápido y estuviera en buenas condiciones, estaba demasiado lejos para alcanzarlo en mi forma normal. Por suerte o por desgracia, tenia mas de una forma, y las demás eran de todo menos normales.

Mientras corría, mi cuerpo cambio en segundos y adopte la forma cazadora del lobo, comenzando a correr en cuatro patas, y con impulso dar un salto. Antes de que el chico llegara a la curva, y escapara totalmente, aparecí delante de el con el salto, y me levante. La figura del lobo se alargaba y se alargaba, superando por metros al joven ladrón. Lo tenia donde quería. Este comenzó a temblar con miedo, y con impacto por lo que estaba viendo, dejo caer el bolso al suelo, y quedo paralizado en el lugar.

Volví a mi forma humana, y tome el bolso.

-Te dejare ir, y no te llevare al policía mas cercano con una condición. No vuelvas a robar. No es la única opción, pero si la peor. Si te vuelvo a ver robando, o cometiendo un crimen, ten por seguro que iras a la cárcel. Ahora vete.

Lagrimas recorrieron las mejillas del chico, seguramente por miedo. Cuando termine de hablar, este asintió temblando, y corrió por su vida hacia fuera del parque.

Suspire, y me acerque a la chica, ofreciéndole el bolso, con una sonrisa.

-Perdón si te asuste... Si quieres irte corriendo ahora por el monstruo que soy, lo entenderé. Fue necesario para recuperarlo... Tampoco a mi me gusta.

A pesar de mis palabras, estar cerca de ella hacia que nuevamente mi espíritu y pensamientos se inundaran de tranquilidad. Aun así, no podía dejar de sentirme apenado, y con cierto temor de que, o me abofeteara y se fuera corriendo, o tomara el bolso, y se fuera corriendo gritando. Bueno, supongo que no podía evitarlo. A pesar del miedo, la sonrisa era totalmente sincera, y mas aun la tranquilidad que sentía.

Llevé una mano al bolsillo derecho de mi chaqueta para coger mi móvil, ya sin ninguna esperanza de poder recuperar el bolso por mí misma, y justo cuando marcaba el primer número del teléfono de la policía alguien pasó a tal velocidad a mi lado que sólo pude diferenciar el llamativo color rojo de su pelo. Y no sólo pasó a mi lado, sino que por su trayectoria pude adivinar que estaba persiguiendo al chaval que me había robado, el cual ya había desaparecido de mi campo visual. Era prácticamente imposible que le cogiera, era demasiado rápido, así que empecé a correr de nuevo pero esta vez detrás del chico pelirrojo.

–¡Espera! ¡Es imposible que le cojas! –grité de nuevo. Pero no pasaron ni cinco segundos antes de que me convenciera de lo contrario.

Me paré en seco en el sitio y mi móvil, que momentos antes había estado agarrando con fuerza al correr, se deslizó entre mis manos hasta caer al suelo, aunque ni siquiera me percaté de ello. Alcé las cejas y mis ojos se abrieron de forma exagerada cuando la forma de aquel chico empezó a cambiar por completo mientras corría. Desde atrás pude ver cómo sus extremidades se alargaban y toda su piel se llenaba de pelo hasta transformarse en lo que parecía ser un hombre-lobo gigante, y todo esto en apenas unos segundos. Ni siquiera había tenido que parar, todo había sucedido mientras corría, casi como si lo hubiera hecho durante una de sus zancadas. Además, junto con la transformación física también pude presenciar la transformación de su alma. Fue algo fantástico a la par que impresionante e incluso lo podría calificar de perturbador… Era como ver el alma de una persona crecer y mutar en un alma mucho más poderosa, más natural, más pura, como el alma de un animal. Jamás había presenciado algo así, y jamás pensé que lo presenciaría. No estaba segura de si me aterraba o me fascinaba.

Pero de lo que sí estaba segura era de que, como era de esperar, aquel chico –ahora más bien lobo– había conseguido alcanzar al carterista sin problema y que gracias a él yo recuperaría mi bolso. Eso era lo único que necesitaba saber y lo que me hizo despertar de mi pequeño trance después de aquel giro de acontecimientos totalmente inesperado.

Aunque no pude ver exactamente cómo recuperaba mi bolso, no pasó apenas un minuto antes de que el chico pelirrojo volviese a aparecer andando con éste en una mano, de nuevo en forma humana. Antes no me había podido fijar debido a la rapidez con la que había pasado por mi lado al correr, pero ahora que le veía perfectamente, andando hacia mí, pude distinguir su peculiar espíritu mutante: además de ser fuerte y de gran vitalidad, como los de todos los mutantes que había conocido hasta el momento, tenía ciertos tintes en su color y algunas conductas en su movimiento que recordaban sin lugar a dudas a los de ciertos animales. Este hecho me sorprendió, puesto que no era sólo el sutil comportamiento de un alma de lobo lo que leía en la suya, sino que también me parecía ver ciertas cualidades de otros animales, aunque no era capaz de diferenciarlas o individualizarlas, por más que me fijara. Desgraciadamente, estaba más acostumbrada a ver almas humanas que de animales y no era capaz de hacer tales distinciones. De cualquier manera, su alma era de una belleza natural que nunca antes había tenido la ocasión de ver en un ser humano, lo cual se debería  seguramente a sus poderes, y me dejó claro que se trataba de una buena persona o, al menos, que no transmitía ningún sentimiento ni pensamiento negativo o agresivo hacia mí, por lo que mi miedo desapareció casi al instante.

Una vez llegó a mi altura, di un paso adelante y extendí los brazos para coger mi bolso, el cual me ofreció con una sincera sonrisa. Correspondí a ésta de buena gana e incliné el cuerpo de forma instintiva hacia delante en un gesto de gratitud típicamente japonés. Sin embargo, las siguientes palabras del chico convirtieron mi sonrisa en un gesto de tristeza y confusión.

–¿Salir corriendo? Espera, ¿qué? –Fruncí el ceño y negué con la cabeza efusivamente. Intenté reír de forma natural para que confiara en mis siguientes palabras–. Eh, ¡acabas de recuperar mi bolso! y créeme, no me habría venido nada bien quedarme sin él justo ahora. Muchísimas gracias, de verdad. Con respecto a lo que he visto…

Tomé aliento y cerré los ojos un momento mientras intentaba buscar las palabras adecuadas para explicarle que sabía lo que era, y que yo también era igual. No estaba acostumbrada a ir hablando de mis poderes ni de mutantes con personas prácticamente desconocidas para mí, por mucho que hubiesen impedido que me robaran el bolso.

–No debes preocuparte –Dije finalmente–. No te tengo miedo. No puedo tener miedo a alguien… A alguien que es como yo. Quiero decir –tragué saliva, nerviosa–, no debes odiar tus poderes, son algo de ti, ¿no? Ser… mutante no te convierte en peor persona.

Y a pesar de que se me había quebrado la voz un par de veces durante aquel pequeño discurso, esbocé una pequeña sonrisa orgullosa junto a un movimiento afirmativo de cabeza, mirando al contrario fijamente a los ojos para que viese que estaba hablando en serio, que no me estaba riendo de él y que estaba siendo sincera.

Cuando rió, primero fruncí el seño, con demasiadas dudas, pero luego de sus palabras, en mi rostro solo se dibujo una gran sonrisa. No había salido corriendo, no me había llamado monstruo... En cambio, solo rió y soltó una sonrisa.... Una sonrisa, que ni si quiera puedo explicar lo que sentí con aquella sonrisa, y con aquellas palabras. ¿Era como yo? ¿Qué poderes tenía? Solo sé... Que en ese momento, solo sonreí. Normalmente me mostraba frio ante las personas, sin hacer ver mis emociones. Con ella no podía.

-Tienes... Tienes razón. No sé en que estaba pensando. Solo... Ya no se qué pensar sobre esto. Todavía no logro entender bien a estas personas y... Perdona, te estoy aburriendo, seguramente.

Negué y me moví el pelo con la mano, intentando pensar. Era como yo, me entendía, no le asustaba, y en mi interior hasta creo que le agradaba. Era una chica linda, simpática y... Me daba tranquilidad. ¿Si quiera merecía yo su amistad en un futuro? Qué más da, es incierto lo que pase... En ese momento solo sabía que debía invitarla a un café, o a simplemente pasear... Porque en realidad necesitaba a alguien con quien hablar. En esta ciudad solo tenía mis rutinas, solo hablaba con un par de personas, hacia mi trabajo de héroe, y poco más. Tenía demasiado guardado, y demasiados sentimientos encerrados. ¿Sera hora de dejarlos salir?
No lo sé, solo... Hice lo que mis pensamientos y corazón dictaban.

Me acerque un paso más, y con el pulgar sequé las lagrimas que la chica contenía en sus ojos.

-Gracias por... Por la tranquilidad que me diste cuando llegaste al parque y... Por tus palabras. Déjame invitarte a un café, por favor, es mi forma de devolvértelo. O pasear por el parque, si así lo prefieres. No hay nada mejor que la naturaleza.... Tan viva, tan hermosa...

Sonreí y me quede viendo hacia la lejanía del parque, mientras la brisa seguía moviendo mi rojizos mechones de cabello. Solo tenía buenos pensamientos en ese momento, y por primera vez en mucho tiempo, mi mente estaba... Tranquila.

Un gran peso se me quitó de encima cuando sentí que las dudas, la tristeza, o incluso el miedo se alejaban poco a poco del alma de aquel chico tras mis palabras. En su lugar, aparecieron sentimientos de simpatía y serenidad, entre alguna que otra pregunta que debió de pasar por su mente, tal y como leí en su espíritu. Supuse que sería alguna cuestión relacionada con mis poderes, aunque fue una pregunta tan fugaz en su cabeza que no tuve tiempo de analizarlo del todo. Y de todas formas tampoco habría podido concentrarme en hacerlo cuando me di cuenta de que el contrario se acercaba y rozaba mi mejilla con uno de sus dedos, dejándome clavada en el sitio y, para qué mentir, con una expresión de robot petrificado en el rostro. Algo aturdida, tardé un par de segundos en recomponer aquel gesto sin duda cómico, el cual intenté esconder al agacharme para coger el móvil que minutos antes se me había caído al suelo –el momento perfecto para acordarte del móvil, Enar, el momento perfecto– de forma lo más natural posible, teniendo en cuenta lo mal que se me daba mentir con mis propias acciones y expresiones. Por suerte, él no pareció darse cuenta de mi reacción ante su desinteresada caricia, puesto que no tardó mucho en volver a hablar. Al escucharle, negué con la cabeza con exagerado entusiasmo, moviendo también las manos para reafirmar mi respuesta.

–¿Invitarme tú a mí? ¡Pero si eres tú el que ha rescatado mi bolso! Yo no he hecho absolutamente nada por ti, así que déjame ser yo la que invite, al menos esta vez.

Le dediqué una nueva sonrisa. La verdad es que yo misma, visto desde fuera, podría parecer una chica demasiado confiada o ingenua al aceptar ir a un sitio junto a alguien a quien acababa de conocer, y es verdad que no solía hacerlo a menudo; pero no por el hecho de desconfiar, sino por el hecho de que, por norma general, todos los chavales u hombres que se me habían acercado pidiéndome cualquier cosa, no venían para invitarme amablemente a un café. Yo lo sabía antes incluso de que cualquiera de ellos abriese la boca. Para mí no existía la desconfianza con desconocidos, sino el conocimiento inmediato, con solo un vistazo rápido a su espíritu. Y yo sabía a ciencia cierta que aquel chico pelirrojo no tenía ninguna intención más allá de la de hablar conmigo tranquilamente.

–Podemos ir andando tranquilamente hacia la salida del parque y una vez fuera ya buscaremos la cafetería más cercana, ¿te parece? de todas formas anochecerá dentro de nada, y después de lo de hoy no me hace mucha gracia andar por aquí sin luz, ni siquiera teniendo a un hombre-lobo a mi lado que me proteja –Reí entre dientes, mirándole con la esperanza de que no se tomara a mal mi pequeña broma, y justo después me di un suave golpe con la palma de mi mano sobre mi frente al recordar que ni siquiera me había presentado. Si hubiera estado aquí mi madre, me habría dado una buena colleja sin dudarlo–. ¡Ay! Perdona mi despiste, ni siquiera me he presentado. Me llamo Enar, y acabo de mudarme aquí hace unos días, por eso ando así de despistada… ¿Cómo te llamas tú?

Y esperé su respuesta, atenta, mientras daba un pequeño paso hacia la salida del parque, intentando de esa manera iniciar el paseo y entablar conversación con él lo más fluidamente posible. Quería que todas esas pequeñas dudas e indecisión que aún quedaban en él se fueran poco a poco, para que pudiera estar a gusto no sólo conmigo, sino también consigo mismo.

Se agachó para tomar su movil, antes de pronunciar palabra. Negó, bastante energetica. ¿Habia sido demasiado bueno para ser verdad? ¿En realidad no queria tomar un café conmigo? Me equivocaba. Suspiré y reí al darme cuenta lo tonto que habia sido. Ella queria invitarme, por lo que yo habia hecho. Despues de todo, las cosas estaban bien, y no era tan malo como creia. Tenia la oportunidad de conocer mejor a aquella simpatica chica que estaba frente a mi, regalandome sus sonrisas...

-Claro, claro... Pero tu si has hecho algo por mi, estas aqui, estas sonriendo, y me estas invitando a... No importa que, importa que lo haces. Ya es mas de lo que me merezco, o de lo que cualquier persona me dio. Asi que, tu invitas, y yo acepto.

Sonreí con honestidad. Se me daba mal mentir, y odiaba hacerlo, por eso cada palabra que le decia, era por que realmente lo sentia. Esa chica me habia dado mas que cualquier otra persona, desde que puedo recordar. Excalibur me salvo, y me dio un lugar, pero solo por que necesitaban mi ayuda... Ella lo hacia desinteresadamente, y notaba que no era solo por haberle dado su bolso, podia notar que ella realmente era asi, simpatica y linda.

Luego de sus palabras, y el chiste, solté una leve risa, y negué, moviendo con mi mano mi pelo.

-Me encantaria. Y... No te preocupes, tambien es hombre-tigre, hombre-aguila y hombre-oso. Asi que,  no debes preocuparte, te protejere, cada momento si es necesario.

Quede mirandola hacia los ojos durante unos segundos, como lo hice toda la charla. Frunci el seño cuando se golpeo la frente, pero luego terminó de hablar, y las dudas una vez mas se habian ido de mi, y la tranquilidad me rodeaba.

-Enar... Es muy lindo, y raro. Soy Matthew, Allen. Me mude hace unos años, mi padre tenia una fortuna en dolares que me heredó y vine aqui... Ah, soy de Inglaterra.

Al terminar de hablar, mis ojos se abrieron, recordando que de algo me olvidaba. Puse la mano en señal de que me esperase, y rapidamente fui adonde antes me encontraba recostado. Alli estaba, no se habia ido. Tome la rosa, y con paso apresurado volví hasta Enar.
Mire la rosa, y luego a ella. Me acerque mas a ella, y tome una de sus manos, para dejarle la flor, y luego volver a mantener la distancia.

-Es de buena suerte, lo se de experiencia.

Puse la mano para que continuemos caminando, al ver que ella daba un paso adelante. Seguí el camino, junto a ella. Dudas, rabia, ira, tristeza... Nada, todo se habia ido. En ese momento solo era feliz, y tranquilo. Pobre del que pueda arruinar esa tranquilidad.