Había pocas cosas que podían sorprender tanto a alguien como lo que le había sucedido al Dr. Rattmann. Tras ser rescatado del sanatorio (Por llamarlo de alguna manera, suponía) Arkham, en Gotham, una siniestra nueva ciudad surgida tras el cataclismo dimensional, albergaba pocas esperanzas de que su hogar, un humilde piso en una calle cercana a la avenida Lexington, hubiera sobrevivido al desastre. Supuso que los terremotos habrían echado el edificio abajo, que tal vez la manzana entera habría sido absorbida por otra realidad, o que el barrio ni siquiera tendría el aspecto que debiera, sino que habría otra distribución arquitectónica. Nada de eso. Allí seguía el pequeño edificio, de apenas 5 plantas, ladrillo gastado, y aspecto simple, y en su interior los mismos vecinos, y su puerta. Era como si el tiempo no hubiera pasado; La única mella en el apartamento fue un problema en las tuberías que arruinó sus zapatos nuevos al abrir la puerta.
- Serán 200 dólares con cincuenta centavos, amigo.
- Oh sí, por supuesto, ahora mismo se lo traigo.
- Oye y dime, ¿Por qué alguien que viste ropa tan cara vive en este cuchitril? Oh.. bueno, es tu casa... no quise decir cuchitril, aunque en verdad lo es, pero...
Acababa de insultar su hogar. Pero era imposible odiarle. Ese hombre estuvo hablando sin parar toda la mañana mientras hacía las reparaciones. Se llamaba Will, dijo que como el poeta de su tierra natal, Shakespeare. Parecía muy orgulloso de ello, aunque fuese una nimiedad. Lo cierto es que era una persona sencilla, y tremendamente habladora. Muchos de sus comentarios arrancaron una sonrisa al científico mientras preparaba café para ambos. Hacía mucho que no se sentía tan acompañado.
- No se preocupe, no estoy ofendido. Lo cierto es que no sabría qué hacer en una casa más grande y lujosa.
-¡Claro, por supuesto! Eso mismo quería decir, o sea, uno puede vestir de Vuitton y ser una persona normal de la calle y no una estrella de Hollywood, no? O un doctor chiflado de Stark Industries, ¡Esos tíos son todos así! Con sus batas, y sus aires de intelectual, oh... Vale, ¿usted trabaja allí, no? Vaya, mierda... Solo meto la pata...
Debería haberse sentido ofendido, pero algo de razón tenía. Había que estar algo loco para tener algunas de las ideas que Stark industries llevaba a cabo, y más aún para probarlas. Alargó la mano para darle su dinero al fontanero y le tranquilizó con su sonrisa.
- Señor William, tiene usted razón. Trabajo allí, en efecto. Y estamos locos. Todos los grandes genios están locos. Es lo que los hace ingeniosos, osados, y les da ganas de cambiar el mundo. Y no tienen que ser millonarios...
William, con su aspecto rudo y el mono algo sucio por el trabajo, sonrió también. Puede que no fuese un hombre muy cultivado, pero sí sabía captar las indirectas.
- ¡Entonces más le vale al mundo estar preparado para Willy el loco! jajaja. En fin, tienes las cañerías como nuevas Doug, y muchas gracias por el café, te sale muy rico. ¡Suerte!
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Al fin estaba solo. Y lo detestaba. Estaba estirado en el sofá con todas aquéllas ideas agolpándose en su cabeza. Pensaba en encontrar esas energías nuevas generadas tras el colapso. Pensaba en cómo usarlas. Pensaba en la tecnología de portales, su gran proyecto que quedó interrumpido al comenzar el cataclismo. Estaba convencido de que si la realidad había cambiado, sus prototipos ya no funcionarían, tal como sucedió en el laboratorio el día que desapareció; Nunca activó sus portales para dirigirse a agujeros negros o ciudades desconocidas. Sus portales jugaban en una sola realidad, con los parámetros de una realidad ya desaparecida. Tenía que empezar de cero...
La sola idea le llenaba de frustración y emoción a la vez. Se encogió en el asiento y observó la televisión apagada. Algo la cruzó a toda velocidad, y al tratar de verlo mejor, empezó a ver algunas sombras tras los muebles acechando. Un horrible recordatorio de que debía tomarse sus pastillas. Se levantó pesadamente y fue a la cocina a por un vaso de agua. De camino al salón pasó por el lavabo y sacó un botecito del armariete. Su marca habitual había desaparecido, ahora la empresa farmacéutica que la dispensaba era una con el mismo logotipo, pero con un nombre distinto, algo como "Lexcorp". En todo caso, funcionaban bien, aunque la presencia de Will había hecho que no tomase su dosis de la mañana.
Y también había ahuyentado las visiones...
¿Por qué razón? Lo cierto es que no conocía de nada al fontanero hasta que lo contrató, pero su acento británico y su verborrea imparable le causaban cierta melancolía. Recordaba haberse sentido así en la infancia temprana, cuando jugaba a solas en su hogar. Nunca tuvo hermanos, pero no los echó en falta, ya que siempre se sintió acompañado... ¿Pero por quién?. Aburrido, esperó los efectos de la pastilla viendo la televisión. Había en el canal de documentales una reposición de uno de esos programas nocturnos para asustar a los adolescentes con historias sobre fantasmas y apariciones. El monográfico de hoy trataba sobre la capacidad de los niños de ver espectros que los adultos no. "Tonterías..." Pensó Doug, sin embargo, cuando relacionaron el fenómeno a los "amigos invisibles" que muchos niños dicen tener en la niñez, una parte de su conciencia estuvo atenta. Enseñaron fotografías de infantes que decían tener amigos invisibles en las cuales aparecían manchas extrañas y neblinas. En otra sección, mostraban los dibujos que los niños hacían de sus amigos espectrales, y luego comparaban las imágenes. El parecido era extraordinario, fruto de un montaje, más que seguro, pero al Dr. rattmann le picó la curiosidad. Siempre era bueno abrirse a nuevas teorías cuando una duda cosquilleaba en tu mente, y más aún cuando el mundo era capaz de tener fantasmas ahora que había cambiado...
Se acercó al armario y sacó una vieja maleta de debajo de unos edredones. Eran recuerdos de familia, pero tenía algunas fotografías de infancia como recuerdo de sus padres. Tras rebuscar un poco dentro de la misma, sacó el álbum que buscaba, y con paso tranquilo, regresó al salón, apagó el televisor, y hojeó las imágenes con mucha atención. Había muchos de sus mejores momentos allí, en ese tiempo en que las pesadillas que le acosaban eran tan fáciles de curar como recibir un beso de buenas noches de mamá, o cuando algunas de sus visiones eran como los hermanos que nunca tuvo. Pero no había anomalías... Ni un fantasma asomaba por allí. Sin embargo, una fotografía en la que salía un mural con sus dibujos llamó su atención. Había algo, un garabato que se repetía mucho en ellos. Aparecía en los dibujos sobre su familia, sobre él, cuando dibujaba escenas de fantasía o los animales del zoo. Aparentemente un hombre cuya cabeza era un solo ojo increíblemente azul y que llevaba sombrero de copa. Junto a él había un garabato difícil de leer, por lo que rebuscó en la mesita de noche una lupa para poder observarlo mejor.
"Whittles"
Aquél nombre. Lo había olvidado por completo. Le "obligaron" a olvidarlo por completo... Fue entonces cuando las pesadillas absorbieron su mente. Se dejó caer en el respaldo del sofá pesadamente. "Whittles", su gran amigo de infancia, que nunca existió. Ahora lo recordaba todo, las tardes enteras construyendo castillos para que Whittles eligiera cuál le gustaba más, las excursiones al campo en las que no temía caminar solo porque a su lado iba el cíclope bien vestido contándole todo tipo de cosas sin sentido que le hacían reír, o aquélla vez que robó alambre de estaño a su padre para fabricarle un enorme monóculo al señor Whittles. Todo aquéllo acabó cuando cumplió 10 años. Le dijeron que no era bueno que hablase solo, que tenía que olvidarse de ese personaje que sólo vivía en su imaginación. Nunca pudo despedirse de su gran amigo, la medicación le anulaba totalmente. Al poco se la retiraron porque era demasiado fuerte para su edad, pero Whittles nunca volvió. Un triunfo para sus padres, pero el comienzo de tiempos oscuros para él...
Ahora entendía por qué la presencia de Will había sido tan tranquilizadora. Aquél alegre sujeto conectó con una parte de sus ser que aún recordaba a Whittles, una parte de él que aún sentía que la vida era un lugar acogedor. Le llenó de paz... Pero no podía tener consigo a ese pobre hombre siempre, tenía una vida que vivir, y él también, y no era el mejor momento para pasar de científico a secuestrador. Rió ante la absurda deducción, y siguió dando vueltas a su reencuentro con el pasado.
Lo único cierto de todo ello, era que de alguna manera, aquél ser imaginario le protegía de malos pensamientos. Tal vez aquélla criatura le servía de distracción, o canalizaba su positivismo, no lo sabía muy bien. Pero tanto Will como Whittles habían resultado ser tremendamente terapéuticos, y sin necesidad de andar atiborrado a fármacos. Tenía que recuperar esa esencia de alguna manera, tenía que descubrir qué activaban esos dos en su mente para despejarla de los defectos de la enfermedad. Si lo hacía, posiblemente encontrase un modo de curarla. Acabar con la esquizofrenia... ¿Cuántos males ahorraría al mundo algo así?
Pero primero, iba a necesitar a Will, o a Whittles, y eso era algo que estaba fuera de su alcance. Una sonrisa pícara empezó a dibujarse en su rostro ante una idea algo arriesgada, y corrió a por un bloc de notas. Pasó el resto de la tarde apuntando patrones de conducta que recordaba de su amigo imaginario, y también los que tenía en común con Will. Tal vez no pudiera tener a ninguno de ellos dos, pero nada impedía que pudiera tener un simulacro de ambos... Tan sólo necesitaba los componentes adecuados, hablaría con el departamento de ingeniería e informática, seguro que ellos podrían asesorarle en aquélla pequeña empresa. Había ayudado antes en proyectos menos ambiciosos de inteligencia artificial para electrodomésticos y hogares inteligentes, pero esto era un reto de verdad. Tenía intención de crear un prototipo de inteligencia artificial que fuera un paso más allá; No quería un sistema inteligente, ni preciso, tampoco de gran memoria...
Iba a crear simplemente, a un amigo.
Sin darse cuenta, amaneció en Sábado. Había pasado toda la noche trabajando en ello, y tenía material suficiente para poder presentar la idea ante sus colegas de Stark Industries. Sólo esperaba que no se rieran de él, o pensasen que era una pérdida de tiempo. Todas las grandes ideas parecían al principio una pérdida de tiempo.
- Que descanses, Wheat...
La puerta de su habitación se cerró tras de sí, dejando atrás la mesa cubierta de papeles en la que había estado trabajando, y sobre todos ellos, un boceto comparativo de Whittles y una versión mecánica de su cabeza bajo la cual el cansado pulso del científico había escrito:
"Project: Wheatley"