100 años de perdón - Libre (fecha a convenir)

-Tony! Un calzone e una pizza quattro stagioni per il tavolo 17!* – Rigoberto, un joven delgado y alto de ascendencia italoamericana pasaba las ordenes de las mesas que acababa de atender a cocina, enganchando las notas que acababa de escribir en su libreta de comandas en una ventanita que daba acceso a la cocina: - Come va l'ordine per il tavolo 12? Non voglio che mi guardi di nuovo con quella sua faccia di merda.** – Rigoberto sonrió asomado a la ventana de cocina, le faltaban un par de dientes que quedaban a la vista cuando abría los labios y tenía un fuerte acné en la cara, eso, sumado al pelo grasiento que se le enganchaba a la frente y el ligero estrabismo le daban un aspecto de haber salido de rehabilitación hacía poco (y de hecho, así era): - Ecco qua.*** – Tony, el hombre por el que el restaurante recibía el nombre de Fat Tony, pasó una Carbonara y una Proscciuto por la ventana de cocina, el camarero las recogió para llevarlas a la mesa mientras su jefe cogía las nuevas notas y pasaba y se volvía hacia la cocina.

El nombre del local no mentía, Tony era un tipo corpulento, con su apenas metro setenta de altura pesaba casi 110 kilogramos, que escondía detrás de una camiseta que en antaño debió ser blanca, pero que ahora, entre las manchas de tomate, aceite y otros ingredientes, era una mezcla de sudor y colores poco agradable: - Me cago en…- A pesar de ser también de ascendencia italoamericana, Tony no solía hablar su lengua materna, sólo con Rigoberto y sus camareros, más por un tema de discreción que de sentimiento hacia su patria…

Se pasó la mano por el pelo para colocarse bien el tupé, a pesar de su edad tenía un pelo negro azabache que, muchos sospechaban, se pintaba con un spray barato de teletienda, porque a veces, cuando sudaba, le caían unas gotas de tinte negro por la frente: - Calzone y Cuatro Estaciones…- Caminó pesadamente hasta el obrador en el que tenía las masas pero antes se detuvo a medio camino y buscó en su pantalón, sacó un paquete de tabaco y se puso un cigarrillo en la boca, necesitaba el humo del cigarro para trabajar, le recordaba a tiempos mejores, a su mamma guisando en el restaurante familiar mientras fumaba un Malboro…Una vez Sanidad estuvo a punto de cerrar el restaurante, pero por suerte, Tony tiene amigos bien posicionados que le libraron del problema…Dio una calada y se dirigió pesadamente al obrador para empezar con el siguiente pedido.

Rigoberto dejó con una gran agilidad y mala educación las pizzas sobre la mesa número 12, el restaurante estaba algo concurrido, aunque al ser un martes por la noche no tenían ni la mitad de mesas ocupadas…Pudo escuchar un insulto en voz baja cuando dejaba atrás la mesa que acababa de servir, probablemente se había equivocado al coger el orden, pero le daba igual: - Bien señores…Una botella de vino blanco, tres pizzas y un pan de ajo…-

Rigoberto se había detenido en una mesa en la que habían tres tipos vestidos en chandal, uno de ellos era muy grande y tenía apariencia de ser de Europa del Este, los otros dos, por el contrario, parecían ser hispanos, en general, la sensación que transmitían era la de no ser trigo limpio: - 127 dólares. – Concluyó el camarero en un ejercicio de inventiva, allí cada día los platos tenían un precio diferente, la carta no mostraba cuánto iba a costar comer o cenar: - Quédate el cambio. – El hombre fornido sacó un fajo de billetes de 100 y lo dejó encima de la mesa, debía haber, fácilmente, entre 2.000 y 3.000 dólares. Rigoberto hizo una exagerada reverencia mientras recogía los billetes y se los guardaba en el bolsillo.

El ambiente del lugar se heló cuando de repente se abrió la puerta y por ella entraron 4 hombres enmascarados, llevaban unas bolsas de deporte colgadas del hombro, dos de ellos llevaban escopetas, uno de ellos un bate de béisbol y el otro una pistola semi automática: - ¡Todo el mundo quieto! ¡Esto es un atraco! –

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El teléfono móvil de Hafid le despertó, a pesar de que era temprano ya estaba metido en la cama, no había tenido un buen día y prefería dormir cuando eso sucedía: - ¿Qué ocurre Dana…?!– Todavía estaba algo ensimismado, pero podía notar cómo la mujer al otro lado estaba alterada: - Es mi marido Hafid…Yo…Lleva semanas reuniéndose con unos hombres que jamás había visto…Unos americanos…- Sollozó mientras Hafid se incorporaba con el gesto serio: - Hoy estaban hablando de ‘visitar a Fat Tony’…Y cuando me he dado cuenta había salido de casa y se ha llevado la pistola, tengo miedo de que haga alguna locura…-

El hombre mantuvo la compostura mientras se levantaba de la cama: - Tranquila, iré a buscarle, no tienes que preocuparte. – Colgó y dejó el teléfono en la mesita de noche: - Mierda…- A prácticamente 5 manzanas estaba el restaurante Fat Tony, un lugar prohibido para los suyos, todos sabían, sin que nadie dijera nada, quién controlaba aquel negocio y para que lo utilizaba…Hafid empezó a cambiarse mientras se preguntaba qué clase de locura había llevado a al marido de Dana a ir al restaurante.

*Una calzone y una pizza cuatro estaciones para la mesa 17.

**Cómo va el pedido de la mesa 12? No quiero que vuelvan a mirarme con esa cara de mierda.

***Allá va.

A Magneto no le gustaba estar en aquel local, no tenía nada en contra de los italoamericanos y no tenía nada en contra de la mafia, pero lo que si tenía era algo en contra de la falta de modales y estaba claro que algunos de los camareros y de los habituales del local no eran precisamente de alta alcurnia, soportaba estar allí porque estaba completamente seguro de que su mesa sería de las que atenderían con cuidado y no por él en aquel caso, sino por su acompañante un respetable pillar de la comunidad.

La negociación en realidad había tenido lugar antes de llegar a la mesa del restaurante, el negocio estaba prácticamente cerrado a falta de un apretón de manos en persona, requisito indispensable cuando se trataba con cierto tipo de gente, esa gente capaz de conseguir cualquier cosa, esa gente para la que la reputación era verdaderamente importante, esa gente que en realidad Magneto no necesitaba pues hubiera podido ordenar que trajeran todo lo que necesitara desde Genosha sin apenas dejar rastro, pero de eso se trataba, de dejar rastro, un rastro que para cuando aquel vergonzoso presidente localizara y siguiera le llevaría a un callejón sin salida.

Finalmente el apretón de manos llegó y tras pagar ampliamente la cuenta Magneto se pudo levantar sin parecer descortés, cuanta menos gente reparara en él mejor, se puso su sombrero y se dispuso a salir al exterior seguido de Mística, un hombre grande y fornido en este caso, le debió parecer gracioso adoptar aquella forma, ya que iba de guardaespaldas aplicar el cliché era apropiado para ella, Max sintió el peligro antes de que los hombres entraran, había sentido el coche detenerse sin darle importancia, pero cuando los hombres se bajaron apresuradamente empuñando armas comprendió lo que iba a pasar e instintivamente se puso a cubierto e hizo una señal a su hija adoptiva, tenían que intentar salir de allí sin que nadie pudiera verles usar sus poderes.

- Anda chaval, guardate ese juguete antes de hacerte daño con él y conste que te doy esta oportunidad porque me has pillado de buen humor ¿Sabes con quien te metes si entras en este local?

Pero los atracadores claramente si lo sabían y eso los ponía aún más nerviosos, fruto de ese nerviosismo uno de los revólveres se disparó, directamente a la frente del grandullón, un leve movimiento de la mano del Señor del Magnetismo desvió la bala lo suficiente para que el impacto fuera en el hombro, incapacitándolo para el combate pero nada realmente grave, eso le dejaba con un arma menos de la que preocuparse si la cosa se complicaba más.

- Bueno, estos jóvenes han dejado claro su punto, dijo Magneto sacando su billetera con la mano izquierda y poniendo unos dos mil dolares americanos sobre la mesa frente a los atracadores, si mantenemos la calma nadie más tiene por que resultar herido esta noche ¿verdad?

- ¡Eso! ¡haced lo que dice el viejo si no queréis que os vuele vuestras putas cabezas! ¡la pasta! ¡toda la pasta en esa mesa! ¡ya!

La tensión podía respirarse en el ambiente, cualquiera de los matones que había en el local podía decidir liarse a tiros en cualquier momento, por no hablar del jefecillo local que estaba sentado en la mesa del fondo, con un poco de suerte soltaría la pasta y luego daría ejemplo con los atracadores, si no la había y se liaban a tiros posiblemente acabaran descubriendo quien era... y entonces no podría dejar supervivientes.