Madrugada del primer día de clases (27-11-2018) [libre]

Flashback de mis recuerdos atacan mis sueños y me hacen despertar muy temprano, justo en el primer día de mi labor como profesor de la academia. Es inevitable levantarme de la cama y doblarme de un pequeño dolor de cabeza que ovacionó los disturbios mentales que invadían mis pensamientos.

Me dirijo hasta la enfermería a por algunas pastillas para el dolor. Podía notar que la mansión estaba en absoluto silencio, todos dormían mientras yo caminaba por los pasillos con riesgo de despertar a alguien. No conocía a mucha gente y no quería dar una mala primera impresión.

Decidí salir a la terraza cual estaba siendo alumbrada aún por la luna llena. Quedarían una o dos horas para que el sol empiece a vestir el día. Mientras, me recosté en un banco. Es mejor estar afuera para disipar los pensamientos que aturdirme encerrado en mi habitación.

Entre miles de pensamientos y lluvia de recuerdos, puedo llegar a la conclusión de que esto estaba pronosticado suceder, yo no venia de ningún futuro, porque en realidad el futuro no existe, yo apenas despierto de un sueño que tuve en este mundo que se ahogaba con mi ausencia. Nada de lo que aquí existe, existía antes. Es por la colisión que antes me explicó Stark y Eclipse.

Ahora debería seguir adelante, aprovechando la oportunidad que me han dado para empezar de nuevo. Lo que me costaría más dejar atrás a mi familia. Me costará trabajo asimilarlo pero ya he comprendido que estoy atrapado aquí, o ellos allá. Quizás nunca existieron y solo serán parte de lo que siempre han sido un recuerdo.

Tras dos meses viviendo en América, todavía no había sido capaz de adaptarse a los nuevos horarios. En Inglaterra, se levantaban con el sol. Las ventanas no tienen porticones de madera con los que cubrir la luz, y a menudo carecen también de cortinas. En Stratford Upon Avon, Alice se despertaba con el sol, comía a las 12 y a las 7 ya había cenado.

En América el mundo funcionaba a un ritmo distinto. Comía a horas distintas, se despertaba y dormía a horas diferentes. Verdaderamente parecía que estuviera en otro mundo, si no fuera por las similitudes del idioma, y la cercanía de todas las personas que vivían en la mansión. Pero aún así, a veces, se sentía sola, y se despertaba con el Sol. Así que cuando los primeros rayos entraron ténuemente por la ventana y acariciaron su piel, Alice restaba tendida con los ojos abiertos. Se levantó, y empezó de nuevo su rutina. Rebuscó la ropa en su armario, y la colocó de un modo totalmente simétrico sobre la colcha. Fue al cuarto de baño, y se duchó y tras ducharse se lavó los dientes, incluso antes de desayunar. Se secó el cabello con esmero y volvió a lavarse las manos, dos, tres veces, acariciando suavemente su piel y humedeciéndola hasta los codos.

Se vistió, con la misma delicadeza que si se tratara de una muñeca de porcelana. Unos tejanos por dentro de unas botas, una camiseta de manga corta, lisa y sin dibujos y un gran jersey de lana que le venía un poco grande. Le gustaban así, que le cubrieran los dedos de la mano y le dieran algo con lo que juguetear nerviosamente cuando así sentía la necesidad, cosa que pasaba varias veces al día. Terminó finalmente por colocarse un gorro de lana, a juego con el jersey, cubriéndole la frente y las orejas. Se ató los cordones de las botas, los desató y los volvió a atar, tres veces. Dobló el pijama y dejó la cama impoluta, como si nadie hubiera dormido en ella esa noche. Vació la mochila - que había preparado la noche anterior con todo lo que necesitaría para las clases, - comprobó su contenido y volvió a llenarla. Y finalmente, abrió la ventana y dejó que el fresco aroma a amanecer ventilara su habitación.

Aun así, y con toda la preparación previa, Alice no dejaba de ser una chica de apariencia tranquila y un saco de nervios en su interior. Constantemente pensaba en las cosas que había hecho o dejado de hacer, repasando mentalmente lo que debería haber hecho mejor. Porque para la británica, siempre había mil cosas que podría haber hecho mejor. Fue una de esas veces que cruzó por delante de un balcón, y parpadeó, sorprendida. Había en él un hombre, al que no reconocía de todos los días que ya llevaba viviendo allí.

Los rayos de sol ya comenzaban a molestarme o más bien a alertarme. Ya quedarían pocos minutos para que se rompa el silencio de la mansión. Me paro del banco y estiro cada músculo de mi cuerpo, traqueo los huesos de la nuca y las manos. El estar recostado al banco esos minutos me dejo un poco tenso.

Girándome en los estiramientos logro ver que en uno de los balcones de las habitaciones de los estudiantes había una pequeña que al parecer también madrugó. Le regalo una sonrisa y le hago una seña de saludo desde mi posición, no quería ser descortés ya que intercambiamos miradas repentinas como quien dice.

Al observar el reloj veo que ya me ha llegado la hora de la verdad. El profesor me había dado los tres primeros turnos del horario para este día. Por ende, voy hacia mi habitación y preparo mis cosas, luego camino hacia él aula que me había asignado y le hago unos cambios. Lo bueno para los estudiantes era que en este primer día lo usaría para presentación y no para clases.

En la pizarra comienzo a escribir mi nombre "Profesor Sam" seguido de un "Bienvenido" y adornado con dibujitos a tiza. No sabía cómo reaccionarían los estudiantes pero de seguro no quería una mala impresión de gruñón o algo por el estilo en mi primer día.

Luego de dejar en cada mesa del aula un papel con preguntas de presentación, me siento en mi escritorio y espero que suene el primer timbre que anunció el comenzar del día.
En los pasillos se comenzó a sentir actividad y los estudiantes entraban en el aula uno por uno, sentándose donde preferirían.

Después de esperar 10 minutos de transición. Comencé con mi propia presentación.

- Hola chicos. Mi nombre es Sam y soy su nuevo profesor. Yo les daré clases de tecnología mecánica, específicamente, ciencia robótica. Sé que suena un poco complicado pero les prometo que se los haré entender muy fácilmente. Por hoy, quisiera conocerlos y que ustedes me conozcan a mi. En el escritorio de cada uno de ustedes hay un papel con ciertas preguntas que me gustaría que me respondieran en voz alta siguiendo el patrón numeral que he dejado en una de las esquinas de la hoja, y por sierto y desean hacerme alguna pregunta sienta se libre de hacerlo siempre y cuando respeten el patrón de orden. Ahora bien, empecemos con el número uno. -

Contenido de la hoja de preguntas:

Algo indecisa, alzó la mano para saludar a su vez al hombre de la terraza, y poco después, se encaminó hacia la cafetería a por algo de desayunar. Como siempre, tomó distintas piezas de comida y las llevó una mesa, en la cual dedicó algunos minutos a colocar todos en orden según el tamaño y el color, - de grande a pequeño y de claro a oscuro -, y tras desayunar volvió a comprobar dos veces su propio aspecto antes de colocar su bandeja en el armario de limpieza correspondiente y caminar hacia las clases.

Fue de las primeras en llegar, y se sentó al fondo del aula, separada del resto. Seguía teniendo ciertos problemas para tratar con el resto de alumnos, aunque por suerte para ella todos eran comprensivos con su situación y no dejaban de sonreír y animarla a participar, a veces intentando darle conversación. Pero en las clases, acostumbrada como estaba a estudiar sola, prefería los pupitres apartados que le otorgaban una cierta sensación de calma. Encima de cada pupitre había una hoja numerada con un seguido de preguntas, pero en lugar de leerlos, Alice le dio la vuelta, dejándolo boca abajo y dedicó sus buenos cinco minutos en colocarla debidamente en perfecta simetría con las esquinas de la mesa, completamente centralizada.

Alzó levemente la mirada cada vez que alguien entraba en la clase, y a menudo correspondía sonrisas de cordialidad con otros compañeros a medida que estos ocupaban los distintos pupitres del lugar. Finalmente entró el profesor, y la joven Delaney lo estudió con timidez. El inicio de cicatrices se adivinaban bajo el cuello de su ropa, pero su rostro no reflejaba la dureza de la vida reflejada en su piel. Cinco minutos más, y el profesor rompió el silencio para explicar la dinámica de la que iba a ser su primera clase. En voz alta, la gente iba a presentarse punto por punto. Alice sintió que los nervios empezaban a apoderarse de ella, su pulso se aceleraba, sus manos buscaban las mangas de su jersey para frotar, estirar y presionar la tela, y en su cabeza se arremolinaban miles de pensamientos pesimistas. Conocer a un profesor nuevo, siempre era un mal trago para ella, sobretodo si la obligaban a hablar en público.

No iba a poder hacerlo. No podía, no estando nerviosa. Estaba segura, convencida de que si lo hacía las cosas irían mal, y no sólo para ella, si no para el resto de alumnos. Tenía la certeza de que les haría pasar un mal trago a todos, y así decidió seguir en silencio, como siempre hacía, sin hablar con nadie. Los alumnos comenzaron a presentarse, uno a uno, siguiendo los puntos indicados por el profesor, y Alice seguía apretando la mandíbula, como si el simple hecho de relajarse, pudiera hacer que las palabras escaparan de sus labios, sin control.

Finalmente decidió responder, a su manera. Recogió la libreta de su mochila y con cuidado recortó una de sus páginas. Guardó las tijeras de nuevo en el estuche y retiró del mismo dos bolígrafos, uno de color negro y otro naranja, acorde al color de las páginas de su libreta. Y una por una, transcribió todas las preguntas, respondiendo. Su escritura era pulcra, no había una sola letra más grande que las demás, todas perfectamente alineadas y... Frunció el ceño, molesta. Se había equivocado con la edad, poco acostumbrada a los recién cumplidos diecinueve. Hacía tan sólo diez días que había sido su aniversario... Suspiró, e hizo una única línea, cruzando la cifra errónea y escribiendo la correcta en su lugar. El resto de preguntas fueron contestadas una tras otra hasta llegar a las dos últimas. Su cita favorita y su autor...

Tenía clara la cita. Al fin y al cabo, estaba escrita en tinta bajo su propia piel. Lo que no tenía tan seguro, era su origen. Creía, que pertenecía al profeta Muhammad, pues en el momento de escoger esa frase para representarla, había intentado descubrir sus orígenes. Pero nunca podías saber con certeza si las fuentes de Internet son reales, así que, en lugar de escribir un dato que podía ser erróneo, prefirió dejarlo en blanco. Al fin y al cabo, su propio motto la animaba a abogar por el silencio cuando las palabras no eran necesarias. La última pregunta, la hizo dudar. ¿Cómo podía expresar lo que significaba la frase para ella?

Finalmente le llegó el turno para hablar. La última pregunta restaba en blanco, pero no era aquello lo que la preocupaba. Si no que se sentía totalmente incapaz. Miró el papel de su libreta, y suspiró, intentando decirse que podía simplemente leerla. Pero cada vez que lo intentaba sentía el nudo en su garganta, y, ¿cómo no iba a hacerlo? Hablar era lo peor que podía hacer, para ella y para quienes la rodeaban. Así que... Volvió a ponerse nerviosa. Si quería entregar el papel, tenía que levantarse y caminar hasta el otro lado de la clase, lo cual atraía miradas, era llamativo, y lejos de lo discreta que siempre le gustaba ser a ella. Lanzar el papel al profesor, no sólo le parecía inadecuado, si no también descortés y de mala educación. Y de mientras, el profesor esperaba su respuesta, y ella seguía nerviosa, colapsada por sus propios pensamientos.

Una compañera tomó el papel de la mesa de Alice y le sonrió, tirando de él y entregándolo al chico que se sentaba delante de ella, quien a su vez cogió el papel y lo entregó al de delante, y así, haciendo una cadena, entregaron el papel al profesor. Para cuando Sam la tuvo en sus manos, Alice parecía pálida, pequeña y frágil. No aparentaba diecinueve años, tal vez dieciséis o diecisiete, con grandes ojos color miel y piel blanca y pecosa.




FDI : Detalle de las respuestas con mejor calidad.

Era todo una desdicha esta niña que por cierto, se veía tan aterrada por ponerse de pie y redactar sus respuestas a estas sencillas preguntas que todos los estudiantes habían contestado hasta ahora. Por llamar tanto su atención sin querer hacerlo, me di cuenta que se trataba de la misma muchacha que también había madrugado, la niña del balcón.

No pude evitar dejar una expresión alegra para disimular el malestar que me ha causado que sea la única en romper las reglas de la clase. Como es el primer día no puedo ponerme duro con los estudiantes, al menos que me tengan como el profesor que nadie quisiera.

Los estudiantes enfrente de esta chica le jugaron una pasada, llevándome el papel cual escribió hasta mi escritorio, en cadena. Al recibir el papel, lo lei por supuesto. Al menos después de hoy esta muchachita no se olvidara de mi, ni yo de ella.

Después de unas actividades de presentación y indicio a explicar de que se trataba la clase en general, el tiempo se había agotado y suena un timbre que hace que todos los estudiantes se levanten como hormigas y despidiéndose de mi se marchan del salon. Mi atención estaba completamente en Alice, me interesaba tanto que aprovecharía para participar en otras clases donde ella estaba para ver si su comportamiento era el mismo.

Seguir a Alice durante su rutina diaria podía ser a partes iguales un gran entretenimiento o un ejercicio para poner a prueba los nervios de quien la viera. La primera cosa que destacaba de la muchacha era su actitud retraída e introvertida, acompañados de su silencio. La segunda, la actitud que la gente tenía hacia ella. Lejos de lo que pudiera haber sido la primera impresión, todos los alumnos que mantenían trato con la joven británica eran cordiales y en el peor de los casos, indiferentes. La tercera, eran un seguido de manías y comportamientos compulsivos que se repetían una y otra vez, como si se trataran de pequeños rituales. Al menos una vez cada hora, Alice se agachaba a recolocar meticulosamente los cordones de sus botas, haciendo y deshaciendo nudos hasta conseguir una perfecta simetría que se perdía con la acumulación de pasos a un u otro lugar. Abría y cerraba las puertas, utilizando a veces la manga de su jersey para no tocar directamente el pomo. Cerraba las puertas, siempre, y si encontraba algo que pareciera fuera de lugar se detenía a colocarlo perfectamente. En una ocasión, se detuvo a inclinar un cuadro, y en la cafetería, recogía también las bandejas que no eran suyas.

Al entrar en la siguiente aula y encontrar de nuevo al profesor de robótica en ella, Alice intentó evitar su mirada deliberadamente. Durante el resto de la clase del nuevo profesor, la joven morena no había llegado a pronunciar palabra... Y tampoco lo hizo durante esa clase. Los profesores parecían acostumbrados al carácter silencioso de la muchacha, puesto que no le preguntaban nada directamente a ella y cuando tenían que hacerlo, se acercaban a leer las pertinentes respuestas escritas en papel de libreta. Algunos profesores, aquellos con evidentes poderes telepáticos a menudo mantenían su mirada y correspondían alguna de sus tímidas sonrisas.

Por lo demás, Alice era extremadamente callada y su día avanzaba sin intercambiar una sola palabra con nadie, cosa que no parecía sorprender a nadie. Al terminar las clases, la morena se dirigió al jardín, donde buscó un lugar tranquilo y apartado para escribir en su libreta.