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Los Universos de DC y Marvel se han unido en uno solo. ¿Qué ha sucedido? ¿Quién está detrás de todo? Y, lo que es más importante, ¿cómo reaccionarán héroes y villanos de los distintos mundos al encontrarse cara a cara...?
 
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 Les Plaisirs de l’Île Enchantée (+18) (Alatariel) [26/12/1778]

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Ahri'ahn
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MensajeTema: Les Plaisirs de l’Île Enchantée (+18) (Alatariel) [26/12/1778]   Les Plaisirs de l’Île Enchantée (+18) (Alatariel) [26/12/1778] Icon_minitime28th Abril 2015, 03:31

Les Plaisirs de l’Île Enchantée (+18) (Alatariel) [26/12/1778] Versailles-palace

Arión observaba por la ventana del carruaje, pensativo. Atravesar las ajardinadas avenidas que conducían al Palacio de Versalles era como irrumpir en una dimensión totalmente diferente a aquella en la que habitaba la mayoría de los mortales.

Y es que París contaba ya con 600.000 habitantes en una Francia con más de 28 millones. Se trataba de una población joven que se incrementaba día a día con la llegada de campesinos, estudiantes y artesanos provenientes de las localidades cercanas que esperaban instalarse en la capital con sus familias. Ya eran varios miles los desocupados que buscaban empleo y, al no encontrarlo, terminaban por engrosar las filas de los mendigos y las instituciones benéficas. La mayoría no tenía siquiera un techo bajo el que cobijarse, pues la vivienda era cara en París y los precios no habían dejado de subir a lo largo de todo el siglo. Por no hablar del precio del pan. Si podíamos considerarlo un indicativo de la situación económica general, el hecho de que aquél año los cereales hubiesen alcanzado el nivel más alto del siglo tenía un significado muy claro.

Y mientras la carestía y el hambre empezaban a hacerse notar en Francia, Luis XVI se había dedicado a hacer de Versalles, tras continuas (y caras) reformas, la residencia real más lujosa de toda Europa. De hecho, los nobles de la corte se comportaban como si no fueran conscientes de la situación del pueblo. No era ningún secreto que la reina había dedicado los primeros años de su reinado a despilfarrar el dinero público en caprichos y frivolidades, y no era más que la primera en una larga lista de despropósitos que tarde o temprano terminarían pasando factura.

Arión había vivido muchísimo tiempo, y había podido darse cuenta de que la historia tendía a repetirse siempre. Los humanos cometían los mismos errores una y otra vez. Cuando los ejércitos de Alejandro Magno penetraron en el corazón del Oriente, se sorprendieron al ver en las proximidades del río Tigris un desolado paraje donde, apenas doscientos años antes, se erguía Nínive, capital del imperio asirio. Siglos después, los templos y los santuarios de Grecia y de Roma se derrumbaron bajo el empuje de las hordas bárbaras. Había sido igual en Atlantis, Camelot, el Imperio Inca, el Imperio Bizantino y todas las civilizaciones que el mago había conocido.

En cierto sentido las culturas eran como organismos vivos. Todas pasaban inevitablemente por un ciclo que comprendía la infancia, la edad madura y la muerte, siendo la trayectoria hacia la decadencia un paso por desgracia necesario. Y en su experiencia, dicha decadencia solía acontecer tras un período de despotismo y corrupción como el que había atravesado Francia en las últimas décadas. De hecho, la situación actual del país empezaba a mostrar inquietantes similitudes con algunos de los factores que habían provocado la caída del Imperio Romano, pues más allá de las invasiones de tribus extranjeras se encontraban fenómenos endógenos tales como la ambición por generar un tremendo Imperio en el cual después no serian capaces de abastecer a sus legiones, el egoísmo y la altanería de los diferentes emperadores. La situación social actual en Francia era como una bomba a punto de estallar, y la mecha era cada día más corta.

Por supuesto, podría haber dicho algo, aprovechar su situación como uno de los favoritos de la reina para tratar de aconsejarla e instarla a abandonar alguna de sus frívolas costumbres, mas, por desgracia, no podía hacerlo, de la misma manera que no había podido advertirla de que los fuegos artificiales que se lanzaron durante su boda provocarían un incendio que habrían de causar la muerte de 132 personas, como había visto en una visión. Los hombres, sea cual sea la época en la que vivan, están sujetos a la ley irrevocable de los acontecimientos y nada pueden hacen para escapar al cauce de su destino. Lo había aprendido con el paso del tiempo, y aunque había sido una lección muy dura, había terminado por aceptarla. Debía permanecer neutral y afectar lo menos posible al desarrollo de la historia, pues lo que había de pasar, sucedería, y nada podría hacer él por evitarlo, incluyendo su propia muerte en un futuro no tan lejano.

La carroza se detuvo, poniendo freno por fin a aquél funesto cauce de pensamientos. Su criado le abrió la portezuela y descendió, permitiendo que la luz del sol iluminase su elegante atuendo: casaca, chupa y calzón azul marino con bordados en oro, chorrera, guirindola, encaje al final de la manga de la camisa y medias de seda. El cabello largo estaba de moda desde la década de 1620, y aunque él cumplía con tal requerimiento sin necesidad de peluca, al tratarse de un evento formal como era el bautizo de la primogénita real, se había preocupado por ataviarse formalmente con la peluca clásica empolvada.

Dirigió sus pasos hacia la entrada de la Capilla Real, a la que se podía acceder directamente desde el exterior por el Ala Norte del Palacio, y se dispuso a atender la ceremonia. Buscó con la mirada a María Antonieta en la Tribuna Real; la joven reina estaba radiante, y no era para menos, pues a pesar de ser una muchacha altamente hermosa, y sin duda deseable, el imbécil de su marido había tardado tres años en consumar su matrimonio, y les había llevado cuatro más traer al mundo a la pequeña Maria Teresa. La princesa se había convertido en un esperado tesoro, no sólo para sus padres, sino para el pueblo entero de Francia.

Después de la ceremonia pasaron al Salón de Hércules, que comunicaba con el vestíbulo de la Capilla. La luz de las lámparas de araña se reflejaba en las paredes recubiertas por completo de mármol, haciendo que los cuadros de Paolo Veronese resplandecieran con luz propia y destacando especialmente la pintura del techo.

- ¡Mirad! ¡Es el vizconde D'Arión! -dijo una de las chicas más jóvenes a las damas que estaban con ella, al tiempo que sus mejillas se teñían de rubor.

Arión pronto se vio rodeado de muchachas. Su reputación era bien conocida en la corte, no sólo por su belleza, sus elegantes modales, su maestría en el campo de batalla o su buena ascendencia, sino también por sus escandalosos y caros "apetitos", pese a lo cual no faltaban las que aspiraban a terminar con sus tendencias disolutas mediante el firme lazo del matrimonio. Después de todo, debido a su condición masculina podía hacer alarde de un comportamiento libertino y gozar incluso por ello de reputación positiva dentro de aquella sociedad puritana y privilegiada. No ocurría lo mismo con las mujeres, que estaban obligadas a disimular si aspiraban a mantener el mismo nivel de vida licenciosa. Al fin y al cabo, al ser hombre únicamente seguía su inclinación natural, que lo único que transgredía era la moral de la época, y había mujeres que llegaban a considerarlo excitante precisamente por ello. Una dama que se preciara de serlo podía perder muchísimo más si salían a la luz sus devaneos.

¿Y por qué Arión llevaba semejante vida de libertinaje? Se podía resumir con una única palabra: soledad.

El mago atlante había sobrevivido durante 45.000 años, y si bien le había costado décadas superar la muerte de su esposa, finalmente había llegado a la conclusión de que era más fácil sobrellevar los siglos con algo de compañía. Siempre pasajera, por supuesto. Para Arión sólo había existido un amor único y verdadero, y ésa había sido su fallecida esposa. No tenía la menor intención de reemplazarla, fundamentalmente porque no se consideraba preparado para pasar de nuevo por el dolor de verla envejecer y morir. Ya había sido suficientemente duro perderla a ella, a sus hijos y a sus nietos como para desear volver a pasar por aquella experiencia otra vez. No, nada de amor. Los humanos tenían vidas cortas, y cortos por tanto habrían de ser sus escarceos amorosos. No engañaba a nadie, no obstante. Siempre dejaba meridianamente claras cuáles eran sus intenciones, así como lo que se podía esperar de él, y jamás tomaba a una mujer que no hubiese sido tomada con anterioridad. Sabía que algunas, las más puras y honestas, aspiraban a conservar íntegra su virtud hasta el momento del matrimonio, y no sería él quien les arrebatara eso y destruyera sus vidas pues no entraba dentro de sus principios mancillar lo que era puro.

Y por esa misma razón, tras excusarse con las damas haciendo gala de una exquisita educación, se retiró discretamente del grupo. No tenía manera de conocer a aquellas mujeres, pero por su juventud y aparente candidez parecían ser de las que aspiraba a llegar algún día al matrimonio, y por tanto eran exactamente el tipo de doncella que le interesaba evitar.

Se dirigió hacia donde se encontraba la reina y la felicitó personalmente con un cálido beso en el dorso de su mano y una mirada que encerraba promesas que sólo ella podría comprender. La reina sonrió y le dedicó una caída de ojos con coquetería antes de volverse para continuar recibiendo enhorabuenas. Arión esbozó una sonrisa maliciosa y se retiró del tumulto que rodeaba a la mujer para no despertar sospechas que habrían estado bien fundadas.

La joven reina había probado poseer un irrefrenable apetito sexual que el inútil de su marido apenas alcanzaba a complacer. Se había pasado los primeros tres años de su matrimonio sin tocarla y la dejaba insatisfecha la mayor parte del tiempo, prefiriendo centrarse en la caza y en su patético hobbie de montar cerraduras y forjar llaves y candados, así que, mientras su marido pasaba su tiempo en los bosques o en la herrería del palacio, la reina buscaba divertimento y calor en la compañía de nobles atractivos como el conde de Fersen y él mismo. Arión utilizaba la magia para entrar y salir de sus aposentos sin ser visto, de manera que nadie pudiera nunca asociarle con la reina a un nivel más íntimo. Por su parte, la naturaleza no había tenido a bien otorgar a María Antonieta de un intelecto equiparable a su belleza, por lo que nunca le había preguntado cómo lo hacía para reunirse inadvertidamente con ella.

Alcanzó una de las bandejas que sostenían los criados y tomó una copa de exquisito champán francés que se llevó seguidamente a los labios. Estaba viendo que iba a necesitar mucho alcohol para soportar el despliegue de hipocresía y falsedad que la fiesta le deparaba... ¿O quizás no?

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Última edición por Ahri'ahn el 28th Julio 2015, 16:36, editado 1 vez
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MensajeTema: Re: Les Plaisirs de l’Île Enchantée (+18) (Alatariel) [26/12/1778]   Les Plaisirs de l’Île Enchantée (+18) (Alatariel) [26/12/1778] Icon_minitime28th Abril 2015, 21:47

Alatariel había llegado a la temprana conclusión de que llevar una vida humilde en Francia en aquella época iba a ser mucho más incómodo que en cualquier otro momento o lugar. París se había convertido en una ratonera de humanos hacinados, el hedor era insoportable y las enfermedades y las ratas asolaban sus calles día si y día también, antes de llegar a la ciudad ya se había dado cuenta de aquello, y la verdad es que no le apetecía nada vivir entre sifilíticos y tísicos, así que decidió forjarse una mascarada creíble. La viuda Camille, condesa de la Richadais le permitía hacer uso de la fortuna que había amasado con el paso de los siglos, y porque no, disfrutar de ciertos placeres, como los paseos por el campo y la ópera, a la que solía acudir acompañada de atractivos y galantes caballeros que acudían a disfrutar de su compañía y tentar a la suerte con sus galanterías; una condesa viuda, joven y sin hijos siempre era un buen partido a tener en cuenta, sin embargo, sus compañías nunca iban más allá de una noche de ópera o un paseo por los jardines de París, por muy sólida que fuese su vida como condesa recientemente llegada desde Marsella, su desprecio por la humanidad la impedía colmar las expectativas que se cernían sobre ella de un buen matrimonio e hijos. No es como si ella tuviera una familia que fuera a forzarla a ello, tampoco.

Pronto su figura se había convertido en polémica, no solamente por su permanente soltería, sino también por su aparente desdén hacia ciertos compromisos sociales, ya que para ella, acudir a la ópera cuando el Rey acudía no era algo obligatorio y tampoco daba grandes fiestas o acudía a las que se daban. Podía decirse que había forjado la imagen de una mujer bastante peculiar en aquella época, no sólo ligeramente escandalosa, sino también misteriosa y solitaria. Sin embargo, un bautizo real era una cita obligatoria; parecía que finalmente “La otra perra” había conseguido arrastrar al deficiente de su marido a la cama el tiempo suficiente como para quedarse preñada, o quizás fuera de alguno de sus amantes, era un secreto a voces que cuando el rey salía del dormitorio por la puerta principal, uno de sus amantes entraba por una puerta lateral inmediatamente después. No le hubiera sorprendido enterarse de que mientras uno se subía los pantalones otro se los estaba bajando dispuesto a ocupar el lugar del primero. En resumidas cuentas. El Rey era un idiota cornudo y la Reina una furcia que jugaba a “ser mayor” a juzgar por las decisiones que tomaba dentro de la corte.

Se bajó de su carruaje con un gesto de disgusto, aferrándose a su capa de seda con reborde de armiño, el día se había levantado frío y el camino desde el interior de su transporte hasta las puertas del palacio se le antojaba incómodo. Aborrecía la corte francesa, sin embargo debía reconocerle a los estúpidos monarcas su gusto en la decoración recargada, las reformas habían sido exquisitas, sin lugar a dudas, pero también lo suficientemente costosas como para que el pueblo empezara a ver con buenos ojos la cabeza de su reina clavada en una pica. A pesar de todo, siempre era un ejercicio de diversión ir al palacio, deleitarse con las hermosas pinturas del palacio y provocar algún que otro pequeño escándalo. Aquel día, se había preparado a conciencia para ello, como no podía ser de otra manera; había elegido para la ocasión una copia exacta de uno de los vestidos que Jeanne-Antoinette Poisson, más conocida como Madame de Pompadour, había llevado a uno de los cumpleaños del anterior monarca, sin duda algo que podía ser tomado como una provocación. Para alguien que aspiraba a ser el epítome de la moda en Versalles como lo era Maria-Antonieta, que alguien le recordara que hubo otra persona que dominó aquellas lides y las de la cultura mucho antes que ella, debía de resultar un importante varapalo a su orgullo, pero precisamente, esas eran el tipo de provocaciones que Alatariel disfrutaba, como la de sostituir el uso de la obligatoria peluca por un recogido de su pelo natural con un tocado hecho de flores frescas.

Después de una larga y tediosa ceremonia en la que hubo numerosas alusiones a su padre que no tenían absolutamente nada que ver con la realidad, finalmente llegó el momento del besamanos y el baile, sin embargo, después de inclinarse ante aquella pareja con cara de estúpidos, Alatariel no tenía muchas ganas de bailar, tras coger una copa de champagne sin molestarse en quitarse los guantes, decidió deambular a solas por el palacio antes de volver a enfrentarse a la hipocresía y corrupción humanas y conceder un par de bailes con un gesto de su abanico.

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Un exquisito y embriagador perfume activó sus sentidos mágicos, tan sutil como una caricia, y Arión supo de inmediato de qué se trataba. Así como era capaz de detectar la desagradable y fétida esencia demoníaca, podía perfectamente distinguir cuando un ser celestial o divino se encontraba en su presencia.

Deslizó la mirada por la estancia hasta localizar el origen del rastro celestial y lo encontró en la figura casi onírica de una hermosísima mujer de piel pálida, ojos azules, apetecibles labios carnosos, y finos cabellos dorados salpicados de flores frescas sobre un cuello esbelto y estilizado. El elegante vestido realzaba su figura destacando su generoso pecho. Su belleza era tal que semejaba una aparición, y durante un breve instante se quedó sin habla.  
- ¿Quién es esa mujer? -le preguntó al criado que sostenía la bandeja de la que acababa de tomar la copa.

- La Condesa de la Richadais, monsieur -respondió el sirviente, luego de seguir la dirección de su mirada.

- ¿Y qué podéis decirme de ella? -inquirió depositando con sutileza un pequeño saquito de terciopelo azul en la mano que el hombre mantenía formalmente a la espalda.

- Es... viuda, monsieur -respondió el criado, sin la menor variación en la expresión que pudiera delatar el soborno recibido, como si se estuviera limitando a informarle sobre el surtido de canapés-. Acaba de llegar recientemente desde Marsella. Se la suele ver a menudo en la ópera acompañada de jóvenes caballeros, pero su reputación permanece intachable, aunque se dice que desprecia los acontecimientos sociales y se niega a respetar las tradiciones, lo cual le ha granjeado la enemistad de la reina.

- Entiendo...

El mago disimuló una sonrisa. En la corte proliferaban los chismorreos, y los criados, como las eternas sombras permanentemente presentes, estaban casi siempre al tanto de todo cuanto acontecía, sin que hiciesen falta más que unas cuantas monedas para obtener la información deseada.

La cuestión era averiguar qué estaba haciendo un ángel en la corte de Luis XVI, y por el Creador que había conseguido despertar su curiosidad. Su vida solía ser tan aburrida que cualquier elemento que pudiera introducir un poco de excitación resultaba digno de consideración.

La observó mientras caminaba a solas por el palacio, evitando deliberadamente relacionarse con los demás nobles presentes, hasta que los músicos comenzaron a tocar y vio por los gestos de su abanico que estaba dispuesta a conceder algún baile. Ése baile sería suyo.

Se acercó con decisión a la dama y realizó la inclinación de rigor, adelantando la pierna derecha al tiempo que flexionaba ligeramente la izquierda. Después, extendió la invitación ofreciéndole su mano, que ella gentilmente aceptó, y se unieron juntos al grupo de baile. Sabía que a la reina no le haría gracia si realmente la dama se había ganado su enemistad, pero confiaba en volver a ganársela posteriormente con algún que otro truquito en la cama. Arión podía ser realmente apasionado si se lo proponía, y contaba con numerosos siglos de experiencia...


Los melodiosos acordes de la Sinfonía del Agua de Händel empezaron a flotar en el aire y los bailarines comenzaron a danzar con gracilidad, componiendo un bello mosaico de fluidos y poéticos movimientos, repletos de armonía. Arión la miraba intensamente a cada pase, hasta que, en un momento dado, la mujer pudo oír las siguientes palabras en su mente: ¿Quién sois en realidad?

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En cuanto los invitados hubieron vaciado las primeras bandejas que desfilaron por las salas, repletas de bebida y canapés de diferentes y deliciosos sabores los músicos comenzaron a tocar y el baile se dio por iniciado en cuanto el Rey y la Reina salieron a bailar. El no era especialmente grácil, pero parecía que al menos había aprendido lo suficiente como para salir de aquellas situaciones sin pisar a su reina; ella por su parte, dio a entender que aceptaría algún baile, una cosa era no guiarse por ciertas convenciones sociales y disfrutar en el proceso, molestando a una reina, otra muy diferente era ser la amargada del lugar, aunque ello conllevara que manos humanas la tocaran, podría superar el trago en pos de un baile o dos.

Apenas las parejas empezaron a ocupar el centro de la sala, los ojos que había notado fijos sobre ella y que antes se habían fijado en Maria-Antonieta con promesas indecentes no reveladas en voz alta, se acercaron para, con una galante inclinación, tomar su mano y acompañarla hasta el centro, donde al son las notas exquisitas de los compositores austriacos, la guiaba con maestría y firmeza, mientras la devoraba con la mirada, como si intentara leerle la mente o quizás otras cosas. En cuanto escuchó una voz que no era la suya, dentro de su cabeza, supo que el archiconocido vizconde D'Arion no era precisamente humano. Ante tan divertida revelación, no pudo por menos de soltar una alegre risotada.

- Alguien que conseguirá que la reina os guillotine si seguís mirándome así. No parecéis estar muy al tanto de las costumbres reproductivas humanas, o con la fisiología femenina en general. Por si no os habéis dado cuenta, a vuestra amante le quedan al menos tres semanas de abstinencia y vos os dedicáis a fijar vuestra mirada y sacar a bailar a la mujer que le recuerda que pretende seguir los pasos de una amante, no de una reina. Ciertamente mi persona no le provoca grandes alegrías, y vos, os habéis apresurado a mis brazos con la celeridad de un amante. ¿Que creéis que estará pasando en estos momentos por su hueca cabecita señor vizconde? ¿Haréis uso de vuestra magia para recuperar su afecto?

Le divertía aquella situación, no era frecuente encontrarse con verdaderos practicantes de la magia, y no burdos estafadores que estaban seguros de poder encontrar tu destino en las cartas. No podía evitar preguntarse que azares habían llevado a un mago no sólo a la corte del rey de Francia, sino también a convertirse en uno de los amantes favoritos de su pequeña y delicada esposa. El vizconde le causaba curiosidad y también cierta fascinación, era un soplo de aire fresco entre tanta apestosa mortalidad; a veces, cuando los pasillos de la ópera de llenaban de gente, cuando las terrazas de los italianos se encontraban abarrotadas o cuando se encontraba en algún corrillo especialmente numeroso, percibía el mismo fétido olor que inundaba las calles de París, ese olor a mugre, a podredumbre, a muerte y corrupción. Motivo de más para evitar los sitios demasiado bulliciosos, como la ópera los días que los reyes iban o las terrazas en las tardes más calurosas del verano.

- Si vuestras preguntas, sin embargo discurren por otros derroteros, me temo que voy a decepcionaros. Soy tan sólo una simple viuda que ha decidido instalarse en París, Marsella es un lugar demasiado solitario sin la presencia de mi difunto esposo.

Mentía, eso por supuesto. ¿Para que enseñar tan pronto sus cartas? A fin de cuentas, no tenía lo suficientemente claro que pasaba por la mente del vizconde como para descubrirse tan pronto. Lo último que le apetecía es que la familia real se enterara de su condición y empezaran a pedir cosas, y más cosas o acabaran llevándola a la guillotina. Podía ser un arcángel, pero ni siquiera ella sobreviviría a que le separaran la cabeza del cuerpo, y apreciaba su vida lo suficiente como para desconfiar del hombre que en aquel momento la hacía girar bajo las espectaculares lámparas de araña de cristal de roca con su mano sujetando firmemente la suya propia. Todavía estaba por ver si se ganaba su confianza o recuperaba la de su amante.

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Arión sonrió al escuchar sus palabras. Por fortuna, la música ahogaba el sonido de su voz, y estaban lo suficientemente apartados de los demás bailarines en aquél momento como para que nadie pudiera oírlos.

- Por favor, condesa, me escandalizáis con vuestras palabras -dijo con malicia cuando volvieron a juntarse durante el baile-. ¿Qué diría la reina si supiera que vais por ahí diciendo esas cosas tan feas sobre ella? En cuanto a mí... bueno, tengo una reputación que mantener, y flaco favor le haría si no aprovechara la oportunidad de bailar con la dama más hermosa de Francia cuando se presenta... -añadió seductoramente-. Creedme si os digo que nadie esperaría de mí lo contrario. Esa es la ventaja de ser amante en lugar de esposo... que no tengo que rendirle cuentas a nadie, y siempre me aseguro de dejar esa parte clara, pues el engaño no va conmigo. Tampoco me importa lo que otros piensen de vos, pues me considero lo suficientemente capaz para formarme mis propias opiniones.

El mago se las había ingeniado para responder a las insinuaciones de Alatariel pero sin confirmar si efectivamente tenía o no un affaire con la reina. La condesa podía sacar las conclusiones que quisiera del cruce de miradas que había tenido con María Antonieta, pero a la hora de la verdad no tendría más que eso, una simple mirada. Arión no había sobrevivido 45.000 años siendo indiscreto, eso estaba claro.

Entonces ella pronunció su última frase, coincidiendo con el final del baile. Arión no dijo nada de inmediato, sonriendo a la audiencia para que no resultara evidente que habían estado hablando. Hizo una reverencia ante los nobles que se habían quedado presenciando el baile y hacia los reyes, y en el momento en que se volvía hacia ella para tomar su mano se inclinó, depositó con galantería un beso al dorso, rozando con sus labios la cálida piel de la dama, y cuando se incorporaba para marcharse, susurró una única frase en el momento de pasar por su lado, sin mirarla directamente:

- Vuestra esencia es dulce como las fresas... ángel...

Acto seguido se retiró por la balconada en dirección al jardín. Quedaba por ver si había conseguido picar lo suficiente su curiosidad como para que se decidiera a seguirle o si tendría que lamentar no haber sido más directo con la dama.  

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MensajeTema: Re: Les Plaisirs de l’Île Enchantée (+18) (Alatariel) [26/12/1778]   Les Plaisirs de l’Île Enchantée (+18) (Alatariel) [26/12/1778] Icon_minitime1st Mayo 2015, 02:00

El vizconde fue inteligente al no corroborar sus palabras, cualquier rumor confirmado sobre aquello habría acabado instantáneamente con la vida de ambos. No tenía muy claro cuánto le importaba la reina a juzgar por las palabras que le había dirigido, pero estaba segura que su vida le importaba. A pesar de todo era un hombre sincero, o al menos eso aseguraba, y ella no tenía motivos suficientes para opinar lo contrario. Sus palabras eran seductoras y su voz incitante, sin lugar a dudas estaba desplegando sus armas de seducción ante ella, algo que parecía provocar un gesto airado en la reina, sin duda, no se sentía complacida con las atenciones que le profesaba uno de sus favoritos. El baile finalmente acabó y tras los protocolarios saludos, besó la piel de su mano en un gesto suave, prometedor, y se despidió de ella con una frase que dejaba muchas cosas en el aire, algunas no deberían ser repetidas nunca.

Bailó un par de veces más, bebió un par de copas más de champagne y disfrutó en general del resto de la velada, siempre manteniendo cierta distancia con el vizconde D'Arion, que de vez en cuando la seguía con la mirada levantando rumores de esos que luego daban lugar a escándalos. Parecía estar esperando una respuesta por parte de ella, pero había respuestas, que era mejor no dar en lugares públicos.

Cuando la fiesta se dio por terminada, con unos magníficos fuegos artificiales que causaron las delicias de muchos, y los invitados se fueron retirando a su carruajes, Alatariel se encaminó al suyo, sin embargo, según entró, salió por la puerta contraria, y en cuanto vio que el vizconde subía al suyo, abrió la puerta de su carruaje, y se subió dentro.

- Antes ha hecho una insinuación un tanto escandalosa monsieur vizconde. Creo que me ha confundido con alguien que no soy, y cualquiera que pueda haberos oído, podría haber pensado que conocéis mi esencia íntimamente. Y eso, señor vizconde, es algo que todavía no ha sucedido, y de momento sólo sucederá en vuestra más fantasiosa soledad.

El arcángel, se llevó una de sus manos a su pelo soltando una de las flores de su tocado para depositarla sobre la mano del vizconde, flor que besó suavemente antes de abrir de nuevo la portezuela del carruaje con intenciones de regresar al suyo.

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MensajeTema: Re: Les Plaisirs de l’Île Enchantée (+18) (Alatariel) [26/12/1778]   Les Plaisirs de l’Île Enchantée (+18) (Alatariel) [26/12/1778] Icon_minitime1st Mayo 2015, 20:12

La invitación había sido extendida, y eran pocas las mujeres que la aceptaban en el momento, especialmente cuando se encontraban en situaciones sociales como aquella, pues la mera compañía del vizconde podía afectar la reputación de una dama de bien. Sin embargo, muchos hombres se sorprenderían de la cantidad de mujeres que aceptaban más tarde, cuando ya no había testigos para juzgar... Pero claro, aquella no era una mujer normal, sino un ángel; ¿por qué razón habría de interesarle la compañía de un mago, aunque no fuese humano? A decir verdad, Arión no tenía muchas esperanzas. Había jugado su parte del juego como correspondía, pero no tenía nada claro que ella pensara seguir las reglas, especialmente mientras paseaba a solas por los jardines a los que la condesa había decidido no acompañarle. A su regreso la observó bailar con otros nobles, mientras bebía lentamente de su copa de champán. Otras chiquillas se le acercaron, pero él no les prestó la menor atención, y de hecho las evitó de manera intencionada, pues no se encontraba de humor.

La fiesta terminó sin haber tenido noticia de ella. Ni unas palabras susurradas tras una cortina, ni una carta entregada bajo la mesa por un sirviente cómplice... nada. De hecho la condesa se aseguró bien de mantenerse siempre a una distancia prudencial con respecto a él. Parecía que, finalmente, se iría de la fiesta sin haber conseguido una conversación con la dama, lo cual le frustraba enormemente. Después de siglos y milenios en soledad, cuando por fin tenía la oportunidad de conocer a otra inmortal se le escapaba de entre los dedos por culpa de las estúpidas convenciones de la moral humana. Aunque por supuesto no pensaba cejar tan fácilmente en su empeño; tendría que encontrar la manera de contactar con ella, pero ya se volvía todo mucho más complicado.

Se encontraba rumiando todo esto cuando la dama se coló por sorpresa en su carruaje para hacerle partícipe de la indignación que le habían suscitado sus palabras. Él la observó, demasiado asombrado como para replicarle en el momento, hasta que la mujer se soltó una de las flores del pelo para depositarla suavemente sobre su mano, besándola después. ¿Significaba eso que aún había esperanza?

Cuando Alatariel llevó la mano a la portezuela del carruaje con la intención de marcharse, él la cubrió con la suya, impidiéndoselo con delicadeza.

- Por favor -susurró dulcemente mirando a la mujer-. Si os he ofendido en algo, me disculpo, pero creedme, me aseguré de que no hubiera nadie cerca para escuchar mis palabras. Y aunque decir que no ansío probar la dulzura de vuestra miel sería faltar a la verdad, lo cierto era que hablaba en un sentido metafórico, no literal.

Sosteniendo aún la mano de la mujer, la retiró delicadamente de la portezuela y la sostuvo entre las suyas, fijando sus hermosos ojos esmeralda en el azul intenso de los de ella mientras acariciaba suavemente sus estilizados y pálidos dedos.

- No tengáis miedo, voy a invocar un escudo para poder hablar en libertad.

Tras decir ésto, soltó su mano y cruzó los brazos ante sí, realizando un gesto extraño con los dedos, y un sinfín de hebras de colores emergieron de su cuerpo, tejiendo mágicamente un entramado de hilos multicolor que recubrió por completo las paredes del carruaje.

- He insonorizado el interior -le explicó el mago-. Soy capaz de distinguir la esencia demoníaca, madame, y de la misma manera puedo captar su antítesis. Sé por tanto lo que sois. Si deseáis marcharos disiparé el escudo para permitiros salir, pero tengo que rogaros que por favor no lo hagáis y me concedáis la gracia de pasar unas pocas horas más en vuestra compañía. No imagináis la dicha que me supone encontrar al fin a otra inmortal. ¡Son tantos los siglos que he tenido que pasar en soledad! Mi familia y todos mis amigos perecieron hace ya 45.000 años, condesa. He estado solo desde entonces, sin más consuelo que el que me brindan las mujeres que acceden a compartir conmigo su calor durante la noche. Pero nunca puede durar, pues la vida de un mortal es efímera y no deseo volver a pasar por el dolor de ver morir a un ser querido. Mucho me temo que ésa es la verdadera razón que se oculta tras mi reputación, madame. Pero con vos no tendría que ser así... no si no es vuestro deseo. Sólo deseo saber de vos, conocer los motivos que han llevado a un ángel a compartir su vida con los mortales. ¿Querréis complacerme, señora? No os preocupéis por vuestra reputación; nadie os ha visto entrar en mi carruaje y puedo cubriros con una ilusión para que nadie os reconozca cuando lleguemos a mi mansión. Mis criados están acostumbrados a verme llegar acompañado durante la noche, así que nadie preguntaría... Os lo ruego... ¿Querréis ofrecerme esa gracia? Debéis de saber que si no me arrodillo ante vos es sólo porque el carruaje no lo permite, pero puedo hacerlo cuando lleguemos a la mansión si es preciso para convenceros -añadió esto último en tono de broma, mirándola con unos ojos que hacían muy difícil decirle que no...

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MensajeTema: Re: Les Plaisirs de l’Île Enchantée (+18) (Alatariel) [26/12/1778]   Les Plaisirs de l’Île Enchantée (+18) (Alatariel) [26/12/1778] Icon_minitime4th Mayo 2015, 23:57

Se detuvo cuando notó la mano del vizconde sobre la suya, reteniendo su salida, en una muda petición. Después alegó que su reputación como dama estaba intacta y que aunque lo deseaba, no había intentado flirtear con ella. ¿Después de todas las metáforas que había usado no se había dado cuenta que ella había hecho lo mismo? ¿Y ese era el hombre que tantos estragos causaba en la sociedad? Resultaba impensable que un hombre que no se diera cuenta que estaban tratando el mismo tema fuera capaz de llevarse a nadie a su alcoba, pero aun así, terminó de escucharle con atención y detenimiento, y ante la perspectiva de estar aislada del resto del mundo, corrió del todo las cortinillas del carruaje, sumiendo el interior en la penumbra y estalló en una estruendosa risotada, como si Arion hubiera dicho algo terriblemente gracioso y ridículo a la vez.

- ¿Y de que creéis que os estaba hablando yo? ¿Del tiempo? Simplemente esperaba poder convenceros de que vuestra apreciación era errónea, pero sinceramente, si vuestras capacidades son tal y como las describís, no creo que pudiera lograrlo. Pero también supongo que comprenderéis que si no os he respondido antes y he intentado desviar vuestras sospechas es porque hay conjeturas que no deberían ser dichas en público, ni en voz alta, como comprenderá a alguien que puede vivir eternamente la reputación es tan sólo una engorrosa convención social que tan sólo he adoptado para no llamar la atención, no es que realmente me importa lo que se diga de mí, si no fuera así, no me divertiría enfureciendo a la reina. Y si no le importaría agradecería que discutiéramos esto en un sitio más apropiado. La planicie de Monceau es un buen lugar para hablar estas cosas, allí es donde vivo.

Alatariel se acomodó en el carruaje, parecía que la vida del vizconde había sido toda una tragedia, pero tampoco le interesaba demasiado la forma en la que se consolaba o cuáles eran sus intenciones con ella, sin embargo, las fechas que le había dado le hicieron recodar cierto hecho, cierta tragedia. Toda una raza destruida. Recordaba bien aquel día, cómo presenció aquel fatídico hecho desde la lejanía, impotente, sin poder hacer nada.

- ¿Hace 45,000 años? Sois entonces un atlante. Vi lo que sucedió aquel día, fue un funesto día; todavía recuerdo las maravillosas torres de Atlantis, fue una pena que todo aquello se perdiera, pero no sirve de nada lamentarse sobre ello; de la misma manera que dudo que os sirva esa fugaz compañía de la que habláis para suplir el calor de aquellos a los que amasteis. Las vidas humanas no sólo son fugaces, sino que también son mezquinas y ruines. Sin embargo, mi deseo de complaceros, me temo que sólo atiende al interés que despertáis en mí, para alguien que ha vivido largos e interminables milenios entre humanos, su compañía puede llegar a ser mortalmente aburrida.

Si, se aburría, y se aburría mucho, la verdad es que llegaba a ese punto en el que le daba igual pasar desapercibida que no, al menos, el hecho de tener dinero y cierta posición le permitían darse determinados caprichos que de otra forma no podría costearse sin levantar demasiadas sospechas, y no había sobrevivido tanto tiempo a costa de llamar la atención de los seres humanos. En sus primeros siglos en la tierra lo había hecho y enseguida comprobó que era una mala idea, los humanos no parecían tener mucho comedimiento a la hora de pedir milagros a los seres celestiales, como si ellos fueran la solución a todos sus problemas, en vez de trabajar ellos mismos para solucionarlos. Cada vez que los humanos conocían su identidad se volvían indolentes, y ella no tenía paciencia para escuchar sus súplicas.

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MensajeTema: Re: Les Plaisirs de l’Île Enchantée (+18) (Alatariel) [26/12/1778]   Les Plaisirs de l’Île Enchantée (+18) (Alatariel) [26/12/1778] Icon_minitime5th Mayo 2015, 01:55

- Por lo que veo hablamos pues el mismo idioma -el mago sonrió, ligeramente divertido. Se había equivocado al juzgarla. Para ser un ángel, resultaba de lo más peculiar...-. Fuera convenciones sociales.

La "condesa" se había quitado la máscara que utilizaba en público, y lo mismo hizo él, pues ya no tenía necesidad de continuar fingiendo algo que no era. La amabilidad, la galantería, la cortesía y el cordial tono de broma con el que había pretendido romper el hielo desaparecieron, dejando a un Arión mucho más frío y distante.

- Resulta agotador tener que estar continuamente sonriendo en la corte, ¿no creéis? Pretendiendo que me interesan sus patéticas intrigas y sus torpes balbuceos...  

Transmitió telepáticamente al criado que se encontraba al pescante la nueva dirección a seguir (todos los sirvientes de su mansión formaban parte del culto de magia atlante que le servía desde hacía milenios) y la carroza se puso en marcha.

- Sí... -suspiró cuando ella le habló de la Ciudad de la Puerta Dorada-. Hubo un tiempo en el que habría sido capaz de impedir el desastre, un tiempo en el que poseía un poder prácticamente ilimitado. Por desgracia tuve que sacrificar la mayor parte del mismo al sol para evitar una era de glaciación que habría acabado por extinguir la humanidad... Con el tiempo he ido recuperando gran parte de mi poder, pero aún así, no pude hacer nada para evitarlo.

Utilizó dos dedos para apartar ligeramente la cortinilla del carruaje y poder entrever el camino que estaban siguiendo, perdido en los recuerdos.

- Pasó lo mismo en Camelot, en Egipto, en Roma... Y en efecto, de nada sirve lamentarse, o tratar de impedirlo; Las sociedades crecen y llegan a lo más alto sólo para caer con estrépito y volver a iniciar el ciclo desde cero. Si algo nos enseña la historia, es que es un proceso inevitable, y ya no le queda mucho más tiempo a ésta sociedad hedonista y decadente. Sólo espero que cuando caigamos no lo hagamos mucho más lejos de lo que lo hicimos la última vez...

Dejó caer nuevamente la cortinilla para volver a centrar su atención en su acompañante.

- De nuevo acertáis, la compañía de esas mujeres no me sirve de mucho, pero después de 45.000 años necesito algo que me mantenga ocupado para no volverme loco. Creedme, resulta mucho mejor que la eterna soledad entre las paredes de mi mansión. Al menos me permiten evadirme durante un rato. No los considero mezquines y ruines, al menos no a todos, pero desde luego no son más que unos necios incultos y babeantes -afirmó, sin molestarse ya en ocultar su desprecio-. A menudo me he preguntado si no sería por algo que se encuentra filtrado en el agua que beben en estos tiempos, o quizás humores demoníacos, o parásitos devoracerebros -añadió con sorna-. Y bien, madame, lo que decís me intriga... Si tanto despreciáis la compañía humana, ¿cómo hacéis para paliar el aburrimiento?

OOC:

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MensajeTema: Re: Les Plaisirs de l’Île Enchantée (+18) (Alatariel) [26/12/1778]   Les Plaisirs de l’Île Enchantée (+18) (Alatariel) [26/12/1778] Icon_minitime5th Mayo 2015, 20:34

Alatariel torció el gesto con un ligero deje divertido, le hacía gracia aquella conversación y agradecía poder quitarse aquella máscara humana que se veía obligada a usar en todo momento. Llegaba a ser agotador, quizás por eso, como humana, era irreverente y ligeramente irrespetuosa con ciertas normas sociales. Poder hablar por primera vez en mucho tiempo, con total libertad era una grata experiencia, para alguien condenado a llevar su interminable existencia por la tierra, una de las peores cosas que había era esa censura que uno debía autoimponerse para mantener una mascarada no deseada.

- Ya veo a quien tengo que culpar entonces. Tenía muchas esperanzas puestas en aquella glaciación. Hay muchas veces en las que no podemos hacer más por evitar lo que después acontecerá, hay poderes que están mucho más allá de nosotros, nos guste reconocerlo o no. Yo no espero nada de los humanos, ni de sus sociedades, su auge y su caída, he visto demasiadas como como para que algo pueda sorprenderme a estas alturas.

Finalmente entraron se detuvieron frente a la vivienda de Alatariel, un amplio palacete, con una fachada neoclásica muy sobria, el interior, por el contrario, era la máxima expresión del rococó, sin duda, su fachada humana estaba bien trabajada. Entró y tras un breve saludo por parte de su ama de llaves, se dirigió directamente a sus aposentos, sin fijarse en si el vizconde la seguía o no. Una vez despojados de sus máscaras, no sentía la necesidad de seguir manteniendo la incomodidad del corsé durante mucho más tiempo, y lo mismo le daba que su invitado la viera con menos ropa, a fin de cuentas, ella seguía sin entender la diferencia de con o sin ropa, más allá de chinchar a algunas mujeres. En cuanto llegó a sus aposentos, la sirvienta, se puso con premura a desabrocharle el vestido y quitarle el incómodo corsé, sabía de sobra que cuando su señora portaba esa cara de incomodidad, mantenerla vestida un segundo de más era el equivalente a una buena bronca. Una vez la hubo liberado de sus vestiduras, dejándola tan sólo con una ligera camisola, se dirigió al vizconde con una renovada sonrisa y con un gesto amable, lo guió hasta la salita del té, donde la misma doncella de antes le ofreció una pesada bata, para abrigarla del frío de la noche y después se fue cerrando la puerta en el más absoluto silencio.

- ¿Puedo ofrecerle algo vizconde? Podéis relajaros, el servicio de esta casa es absolutamente leal, descubrí hace varios siglos que la mejor manera de tener al servicio humano callado, es mantenerlo contento, o con miedo. Yo procuro hacer ambas cosas, con la ayuda de Vladimir, mi mayordomo, así que podéis hablar libremente, incluyendo vuestro nombre, el cual no conozco todavía.

Alatariel cruzó las piernas, mostrando un gesto interesado, había vivido a lo largo de tantas culturas, tantas civilizaciones, que era imposible no apreciar una mezcla de todas ellas en cuanto el protocolo obligado se desvanecía, como en aquel momento en el que liberada del apretado corsé que la impedía respirar con libertad, se sentaba cómodamente en uno de los sofás de la sala de té, desechando los taburetes y divanes, tan apreciados por las mujeres a las que la mezcla de corsé y respaldo les resultaba sumamente incómodo para atender a más de una conversación a la vez. Por suerte, ella ni llevaba corsé ni atendía a más palabras que las que el vizconde quisiera pronunciar.

Casa de Alatariel:

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MensajeTema: Re: Les Plaisirs de l’Île Enchantée (+18) (Alatariel) [26/12/1778]   Les Plaisirs de l’Île Enchantée (+18) (Alatariel) [26/12/1778] Icon_minitime6th Mayo 2015, 14:39

Arión volvió la cabeza para mirarla con sorpresa cuando dijo aquellas palabras. Las había dicho en un tono que era medio en broma, medio en serio, pero algo le decía que había más verdad que fingimiento en su intención. Preocupado, hizo uso de su segunda visión para ir más allá del aspecto físico y leer en su alma. Lo que encontró le alivió en cierta medida, pues no fue capaz de percibir maldad o corrupción en ella.  

¡Cuánto se había equivocado al juzgarla! Aunque podía distinguir su esencia, lo cierto era que nunca antes había conocido a un ángel, y quizá se había dejado llevar por la imagen que de éstos había asociada. La había tomado por una criatura inocente, cándida, bondadosa y tierna, y en su lugar encontraba a una mujer inteligente, cínica y con una gran animadversión hacia la raza humana. ¿A qué podía deberse tanto odio?

La llegada al palacete detuvo sus elucubraciones. La carroza se paró y los sirvientes abrieron las puertas. La casa, al igual que la suya, contaba con unos amplios y hermosos jardines y un estanque ante las puertas, pero ésta parecía más... luminosa que la suya, menos adusta.

- Tenéis una vivienda muy hermosa, condesa -dijo con sinceridad.

El interior de la mansión encajaba perfectamente con el estilo imperante en la sociedad del momento. También en eso difería de la suya propia, pues Arión no se había molestado por respetar esos estándares en el interior de sus dominios. Fuera de éstos fingía cuanto hubiera que fingir para adaptarse a la sociedad, pero dentro de los muros de su mansión se permitía ser él mismo, utilizando un estilo mucho más oscuro y sobrio.

También era cierto que no solía recibir a mucha gente en su mansión, pues los nobles de la época eran extremadamente desaseados y tenían costumbres inmundas tales como orinar en las esquinas a la espera de que algún criado lo limpiara. En la antigua Atlantis la gente era mucho más pulcra y había ciertas cosas que Arión no toleraba, así que había tomado la decisión en su día de no celebrar fiestas en su mansión, por el bien de los nobles y por el suyo propio, ya que no podría responsabilizarse de sus actos si pillaba a alguno inmerso en tan execrables labores y eso sin lugar a dudas pondría en riesgo su fachada humana.

Únicamente toleraba la presencia de las damas a las que invitaba, y éstas rara vez iban más allá de su dormitorio, por no hablar de que cuando le visitaban solía ser durante la noche, cuando las velas de la mansión estaban apagadas y poco podían vislumbrar de la decoración.

Una vez dentro depositó su capa en las manos del ama de llaves y siguió a la condesa hacia sus habitaciones. Habían dicho que nada de convencionalismos, así que no vio motivo alguno para quedarse atrás, y tampoco se cortó a la hora de observar cómo la sirvienta la desvestía.

En los tiempos de la Atlántida la gente era mucho menos pudorosa que en aquella época puritana, y la desnudez no se veía como algo de lo que avergonzarse, sino más bien al contrario; se vivía como algo hermoso, bello y natural, y no era raro ver tanto a hombres como a mujeres con mucha menos ropa. Por lo que pudo ver la condesa era de la misma opinión, ya que no vaciló a la hora de desprenderse de las incómodas prendas cortesanas (corpiño, cotilla, guardainfante, basquiña), quedándose únicamente con una holgada camisola de lino adornada con delicadas puntillas en las mangas que le llegaba hasta las rodillas y dejaba al descubierto las medias de seda ribeteadas con un lazo azul en los muslos.

- Sois una mujer cruel, mi señora... ¿o acaso disfrutáis haciéndome sufrir únicamente a mí? -dijo en tono de broma cuando la doncella abandonó finalmente la sala cerrando la puerta tras de sí.

Una vez a solas Arión se despojó de la incómoda peluca empolvada, liberando una larga melena castaña que se derramó suavemente sobre sus hombros. Tras dejar la peluca sobre un aparador, se dispuso a desabotonar la rígida casaca ajustada y se la quitó, quedándose con el chaleco de tafetán de seda azul ribeteado en oro que lucía debajo.

- Cuando en el carruaje os dije que la única razón que me incitaba a compartir mi lecho durante las noches era a causa de la soledad que sentía, una soledad que ninguna mujer humana podría colmar, pero que con vos no tendría que ser así a menos que ése fuese vuestro deseo, vos me replicásteis que vuestro deseo de complacerme atendía únicamente al interés que había suscitado en vos por el hecho de ser inmortal, descartando por tanto cualquier otra posibilidad que pudiera haber surgido entre los dos... Y, sin embargo, me obligáis a sufrir el tormento de veros de ésta guisa... -avanzó para dejar la casaca sobre uno de los sillones y dejó reposar la mano en el respaldo para mirarla-. ¿Puede ser que mi señora no sea consciente de...  lo apetecible que resulta?

Y era cierto, pues se trataba de una mujer extremadamente hermosa, y la manera en la que se había mostrado ante él no podía ser más sugerente. Por fortuna, no había tardado demasiado en volver a cubrirse con la bata que le había ofrecido la doncella. Al fin y al cabo, Arión no era de piedra. Avanzó un poco más hasta quedar sentado a su lado en el sofá, aunque cuidando de mantener una respetuosa distancia, ya que en efecto podía resultar que al ser un ángel no fuera consciente de los efectos que provocaba en él, ni tuviera intención alguna de suscitarlos.

- ¿O acaso se trata de... vuestra particular venganza por haber impedido la glaciación? Porque en ese caso os diría que tendríais que castigarme más, ya que no fue la única vez que salvé a la humanidad... En cierta ocasión me sacrifiqué a mí mismo para impedir que mi madre llevara a cabo un ritual que habría destruido el mundo. Eso fue hace... 145.000 años. Quizá lo recordéis. El mundo incluso se movió, inclinándose sobre su eje. Sucedieron grandes catástrofes y cataclismos que devastaron el planeta mientras mi madre buscaba alcanzar un poder que la habría elevado a la categoría de diosa. Sucedieron terremotos y maremotos, los volcanes escupieron el fuego de sus entrañas... El mundo no habría podido soportar mucho más, pero a mi madre no le importaba, ya que una vez convertida en diosa podría crear nuevos mundos de su agrado. No era más que un niño por aquél entonces, impotente ante el poder que derrochaba mi madre, de modo que impedí la culminación del ritual de la única manera que estaba a mi alcance: interrumpiendo el flujo de energías con mi propio cuerpo, que fue destruido en el proceso. Pero triunfé en mi propósito; mi madre murió también y mi padre preservó mi esencia vital manteniéndola encerrada en el corazón de una estrella hasta que pudo moldearme un nuevo cuerpo hecho de magia pura... Tardó 100.000 años en conseguirlo, pero aquí estoy desde entonces.

Y era un hermoso cuerpo. ¿Por qué no? Si un artesano se preocupa de concebir sus creaciones con el mayor mimo posible, ¿qué no haría un padre por su hijo, teniendo la oportunidad de empezar desde cero y corregir cualquier mínima imperfección? Sus rasgos eran bellos y equilibrados, pero a la vez masculinos y viriles. No era de extrañar que causase tanta sensación entre las damas de la corte.

- Y efectivamente, llegados a éste punto, creo que es hora de presentarnos debidamente -dijo cuando la condesa lo propuso-. Aquí me conocen como el vizconde Jean-Simmon Giscard D'Arión, pero mi verdadero nombre es Ahri'ahn, aunque ningún humano ha sido nunca capaz de pronunciarlo correctamente, razón por la cual durante milenios se me conoció bajo el nombre de Arión, guardián del Equilibrio y campeón de Gemimn, Diosa del Orden. ¿Y vos? ¿Cómo debo llamaros... condesa?

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MensajeTema: Re: Les Plaisirs de l’Île Enchantée (+18) (Alatariel) [26/12/1778]   Les Plaisirs de l’Île Enchantée (+18) (Alatariel) [26/12/1778] Icon_minitime12th Mayo 2015, 03:41

Alatariel alzó una ceja, confusa ante las palabras del vizconde. ¿Que tenía que ver su comodidad con la crueldad? Y habría seguido sin entenderlo de no ser porque al pasar frente a un espejo, pudo verse, ataviada tan sólo con la camisola que había llevado bajo el vestido y una pesada bata de seda brocada cubriendo su cuerpo desnudo, y se acordó en aquel momento, de las convenciones sociales y el pudor que se arraigaba entre la raza humana. Le resultaba curioso que un atlante pronunciara dichas palabras, a fin de cuentas, recordaba haber visto a sus mujeres con más piel a la vista, pero tampoco podía culparle, seguramente llevaba demasiado tiempo viviendo entre humanos y se había adaptado a aquellas costumbres.

- Soy consciente de muchas cosas vizconde y soy muchas cosas, pero no veo en que esa afirmación os niega mis atenciones. Simplemente indico, que mi interés hacia vos, es suscitado por vuestra naturaleza. No me guío por los intereses que atraen a esas jovencitas humanas hasta vuestros aposentos, no hagáis juicios demasiado rápido en lo que a mí respecta vizconde, corréis el riesgo de equivocaros.

Asintió con la cabeza ante su oferta, así que se levantó ella misma hasta la camarera para servir dos copas de cognac, uno que embotellaban unos abades de la campiña. Era curioso como los supuestos hombres que servían a su padre tenían tanto afán por las bebidas alcohólicas, y por separar entre sexos, como si su padre en algún momento hubiera dicho que lo que tenía que hacer la humanidad era emborracharse hasta desmayarse y no juntarse con el género opuesto. Cada vez que veía las cosas que hacían los humanos en nombre de su padre o porque creían que era lo que su padre quería, no podía evitar las ganas de reír. Si alguno de ellos supiera lo que su padre quería, dejarían de apretar a sus mujeres con aquellos instrumentos de tortura que les subían los pechos hasta la garganta y las impedían respirar. Le ofreció una copa a su invitado antes de reclinarse en uno de los sofás con la copa entre sus manos.

- ¿Acaso queréis que os castigue? No soy cruel, pero puede considerarse que soy dura, sin embargo, no pienso castigaros, sin lugar a dudas era el deseo de mi padre que la humanidad sobreviviera, de otra manera, no os hubiera dado los medios para hacer lo que hicisteis. Recuerdo los actos de vuestra madre, y sus consecuencias, no me encontraba en Atlantis en aquel momento, pero me enteré de lo que estaba sucediendo. Lamento lo sucedido con vuestra madre, vizconde, pero ninguna de las razas que habitan en la tierra tiene el derecho a obtener el poder para crear y destruir mundos, sin embargo, me alegro que pudierais recuperaros del enfrentamiento.

Se llevó la copa hasta sus labios, paladeando el fuerte licor, era de su agrado, razonablemente bueno para haber sido elaborado por manos humanas. En su hogar, por supuesto, tenían bebidas semejantes, pero de mayor sofisticación de sabores, eran bebidas que se degustaban con todos los sentidos, pues incluso, su textura en la boca, era muy diferente a lo que ofrecían aquellas bebidas espirituosas elaboradas por manos mortales. Nada que pudieran elaborar ellos, podría jamás compararse a cualquier cosa elaborada por manos celestiales. Y llegado el momento de desvelar su identidad, se puso de pie y se despojó de la cobertura que le ofrecía la bata de seda.

- Mi nombre es uno que seguramente en su día fue registrado en las bibliotecas de Atlantis, uno ligado a una historia terrible de sangre y traición, pero debéis saber que a pesar de la fama que adquirió mi nombre, estáis a salvo. Yo soy Alatariel.

En ese momento, mostró sus alas, demostrando así, que sus palabras eran ciertas. No tenía motivos para mentir, de hecho, dudaba que nadie en su sano juicio fuera a usurpar un nombre como el suyo, no sólo por lo que le haría a quien se atreviera, sino por la terrible fama que cargaba su nombre. Había hecho cosas terribles y aquellos actos iban ligados a su nombre, dudaba que alguien pudiera pretender sacar provecho alguno de su identidad. Esperaba que Ari'ahn no fuera a pensar que iba a despellejarlo allí mismo, como le había dicho, estaba a salvo.

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MensajeTema: Re: Les Plaisirs de l’Île Enchantée (+18) (Alatariel) [26/12/1778]   Les Plaisirs de l’Île Enchantée (+18) (Alatariel) [26/12/1778] Icon_minitime13th Mayo 2015, 02:49

- Oh... ya veo -Arión sonrió, extendiendo el brazo para aceptar la copa que Alatariel le ofrecía-. No debéis lamentaros -objetó, contemplando el dorado líquido del cristalino recipiente con aspecto pensativo-. Majistra se dejó tentar por un demonio. Permitió que sus palabras la sedujeran con turbias promesas y viles placeres. Sin duda odio más a aquél que fue el responsable de su caída, pero tampoco lo lamento por ella. Fue egoísta y débil. Abandonó a mi padre cuando yo no era más que un bebé, todo por lujuria y deseos de grandeza y poder. Le prometió que la convertiría en una diosa... y ella aceptó sin importarle las consecuencias que sus actos traerían sobre el mundo. Yo era muy pequeño cuando nos dejó, por lo que tampoco guardo recuerdos de ella. Sólo hice... lo que tenía que hacer.

Se acercó más la copa y aspiró el fragante aroma del exquisito licor antes de llevársela a los labios y saborear el contenido, con los ojos cerrados, para disfrutar más de la experiencia. Cuando los abrió de nuevo, se dejó caer sobre el respaldo del sofá y apoyó la mano que sostenía la copa en el reposabrazos del asiento, con la mirada perdida en algún punto indeterminado del techo de la habitación.

- Yo solía ser mucho más idealista por aquél entonces. Me dedicaba en cuerpo y alma a proteger a mi pueblo. Me consideraba su guardián, aquél que salvaría la Atlántida del cataclismo... o eso decían las antiguas profecías. Me costó... mucho tiempo y mucho dolor comprender la verdad. Que cada vez que detenía alguna catástrofe, otra inevitablemente surgía, porque así es como funciona el mundo: la Luz sufre altibajos, y, no importa lo que hagamos, vendrán las tinieblas. No hay primavera sin invierno, no hay brotes sin cenizas que los alimenten. La caída forma parte de la naturaleza. Me dí cuenta... de que no podía hacer realmente nada para acabar con las tinieblas. Lo único que estaba haciendo era contenerlas, y cuanto más lo hacía, más poder y fuerza acumulaban, y cuando volvieran (porque volverían) serían más fuertes y oscuras, hasta que, cuando finalmente consiguieran superarme, no sólo arrasarían la Atlántida; su fuerza sería tan devastadora que quizá destruirían el mundo entero. Y comprendí que, por el bien de la humanidad y su existencia ininterrumpida... tenía que dejar de luchar.

Hizo una pausa en su discurso para beber nuevamente de la copa y continuó, en un susurro:

- El próximo interregno, cuando llegue, será malo. Pero sobreviviremos. Volveremos a levantarnos. Si tratase de detenerlo sería infinitamente peor. ¿No es irónico? -alzó la copa hacia Alatariel a modo de brindis-. Para que sobreviva la humanidad debo permitir que se hunda la civilización. Lo he estado haciendo durante milenios... Atlantis, Roma, Egipto, Camelot, Constantinopla, Nínive... Todas cayeron. Y yo lo permití.

Agotó de un trago lo que quedaba de la copa y la dejó sobre la mesita que tenía ante él.

- Poseo una suerte de don... o maldición, según como se mire. Me permite saber cuándo va a producirse una catástrofe... mucho antes de que ocurra. A menudo con siglos de anticipación, dependiendo de la gravedad del suceso. Cuanto más grave el acontecimiento, mayor lapso de tiempo antes de que acontezca. Cuando se trata de algo nimio, normalmente lo anticipo con días o semanas de antelación. ¿Sabéis el día en que se casaron María Antonieta y Luis XVI? Los fuegos artificiales provocaron la muerte de 132 personas. Y yo lo sabía... -volvió a recostarse en el respaldo, con un suspiro-. Presencié sus muertes... uno o dos meses antes. Podría haberles avisado... Podría haber hecho algo para impedirlo. Pero no lo hice.

>>Durante milenios he tenido que sobrevivir sabiendo que, para salvaguardar el equilibrio y la supervivencia de la raza humana... tenía que mantenerme al margen. No importa cuántos mueran, ni si son niños, mujeres, personas inocentes... Debo... mantenerme... al margen. Pero es lo correcto, y esa es la única justificación que necesito.

También era la causa de que hubiera desarrollado el profundo desprecio que albergaba hacia los hombres. Él no lo sabía, y posiblemente lo negaría, pero se trataba de una especie de mecanismo de defensa. Si no fuera por aquél distanciamiento, a estas alturas se habría vuelto loco. La única manera de dejarlos morir sin tratar de hacer nada para impedirlo, y sin perder la cordura después de 45.000 años, era situarse a sí mismo en una escala superior, como si se trataran de simples hormigas y él un mero observador. ¿O acaso llora el apicultor cuando muere alguna de las abejas que debe proteger? En una colmena hay cientos de ellas. Otras reemplazarán las que han caído... y el ciclo continuará. Eterno... e inmutable...

La impactante revelación de la condesa le hizo regresar de golpe a la realidad. Alatariel... la traidora... la exiliada... Aquella que había sido condenada a vagar por siempre entre los humanos. Sí, la conocía... Su historia estaba registrada en los antiguos volúmenes de su biblioteca arcana. Y entonces desplegó sus alas, mostrando que, efectivamente, no se trataba de un ángel, sino de un arcángel, y todo cobró sentido.

Arión estaba deslumbrado ante tanta magnificencia, y cuando ella le aseguró que se encontraba a salvo, asintió. Ya lo sabía. No había visto maldad en ella cuando había mirado en su alma, y su Sentido del Peligro le indicaba que no tenía nada que temer allí. Además, había contemplado su propia muerte y sabía que no sucedería aquella noche, sino 200 años en el futuro.

No pudo hacer más que levantarse, ir hacia ella, tomar sus blancas manos entre las suyas y mirarla a los ojos con expresión grave y serena.

- Mi señora... Somos dos almas solitarias y condenadas en este mundo maldito. Mi corazón se llena de dicha al pensar que ya no tendremos que sufrir más la soledad. Nada me haría más feliz que poder compartir mi tiempo con vos sin más pretensión que la de disfrutar de vuestra compañía y, quizás... si me considerárais digno...

Extendió levemente la mano con la intención de rozar su pálida mejilla en una caricia, pero se detuvo respetuosamente antes de llegar a tocarla. Ella era una arcángel, y lejos habían quedado los días en los que él había disfrutado de un poder similar al de un dios. Ahora no era más que un mago, poderoso e inmortal, pero nada que pudiera compararse con la criatura celestial que tenía ante sí.

Y a pesar de todo... la idea de una compañera inmortal resultaba tan atractiva... Ya no recordaba lo que era amar de verdad a alguien sin tener que temer que la muerte se la arrebatase, y había tanto que podrían compartir... Tantos conocimientos, experiencias e historias...

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MensajeTema: Re: Les Plaisirs de l’Île Enchantée (+18) (Alatariel) [26/12/1778]   Les Plaisirs de l’Île Enchantée (+18) (Alatariel) [26/12/1778] Icon_minitime5th Junio 2015, 21:34

Alatariel no podía evitar reconocer la situación que Ahri'ahn le planteaba, reconocía las argucias del demonio que había engañado a su madre demasiado bien, las promesas de poder, belleza, riquezas, reconocía la mano de su hermano y sus lugartenientes en aquellos hechos, no le sorprendería que fuera así. Los atlantes eran una raza poderosa, capaces de plantarle cara a sus huestes si el cielo decidiera formar una alianza para destruirle. Desde su derrota, su hermano no había parado de desafiar y temer a su padre a partes iguales, envidiaba su poder, detestaba sus decisiones y temía el poder de sus propios hermanos, sabía que lo único que lo separaba de otra guerra en la que sus posibilidades serían mucho menores eran las palabras de nuestro padre.

- Conozco bien la manera de proceder de los esbirros de mi hermano, no difiere mucho de la suya, y eso lleva la marca de mi hermano por todos lados. Así mismo siento que no somos tan diferentes, fui creada como una protectora, una guardiana, mi único propósito era defender mi hogar, y como tu madre, estuve a punto de destruirlo todo.

Alatariel tomó la mano de Ahri'ahn, acercándola a su rostro, no tenía que tener miedo de tocarla, a pesar de ser prácticamente humanos, siempre se había sentido más cercana a los Atlantes que al resto de humanos que habitaban la tierra, por quieres profesaba un profundo desprecio, muy semejante al que las palabras del mago atlante expresaban; sin lugar a dudas había sido una suerte encontrarlo en aquella época tan solitaria.

- Desde que el mundo es tal y como se conoce y el pecado alcanzó al ser humano, éste está destinado a sucumbir en la oscuridad, ésta habita en sus corazones y los guía por el camino que mejor saben transitar, el de la propia destrucción, y mientras esto sea sí, no dejarán de ser una plaga que se devora a sí misma, hasta que un día, consiga lo que mi padre parece querer evitar con tanto ahínco. La extinción. Sólo espero que suceda lo inevitable, a cada momento, el ser humano reafirma mis ideas.

Sonrió ante la propuesta del mago atlante, también le resultaba tentadora, había pasado demasiado tiempo sola, sin poder hablar libremente y en confianza con alguien que comprendiera y compartiera su punto de vista, alguien con quien compartir secretos que ocultar al resto del mundo, alguien que no fuera a marchitarse ante ella y desaparecer en el polvo. ¿Porque no? Ella también merecía la compañía de alguien, compartir charlas sobre algo más trascendente que los sucesos actuales, que ya conocían de sobra porque no eran más que repeticiones de la historia humana. Se acercó hasta él y tomó de nuevo su mano, dedicándole una sonrisa cálida y disminuyendo la distancia entre ambos hasta el límite de lo que el decoro actual marcaba.

- No podría encontrar a nadie más digno que tu Ahri'ahn, nadie más apropiado. No hallaría mayor placer en otro lado que pasando el tiempo en tu compañía.

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MensajeTema: Re: Les Plaisirs de l’Île Enchantée (+18) (Alatariel) [26/12/1778]   Les Plaisirs de l’Île Enchantée (+18) (Alatariel) [26/12/1778] Icon_minitime13th Junio 2015, 02:40


- Conozco vuestra historia -musitó él acariciando la blanca piel de su mejilla sin dejar de contemplar la inmensidad de sus ojos claros-. Una historia trágica... Entiendo (y hasta cierto punto comparto) vuestros sentimientos, sin embargo, es mi deber evitar la extinción de la raza humana, y, si el momento llegara, tendría que salir a combatir la amenaza con mi magia. ¿Lo desaprobáis? Nada me entristecería más que perder vuestro favor...

Apartó con delicadeza los cabellos rubios del ángel del hombro izquierdo y la besó suavemente en la base del cuello.

- Soy un guardián del Equilibrio... -los dedos de la mano izquierda resiguieron la línea del esbelto cuello de la Arcángel hasta el mentón, haciéndole levantar ligeramente la cabeza para poder añadir nuevos besos al primero. Muy despacio, con cautela, dispuesto a detenerse si ella así se lo ordenaba-. Debo mantenerme neutral... No puedo hacer nada para ayudarlos... Pero a la vez debo asegurarme de que las fuerzas del Caos no desequilibren la balanza...

Apartó ahora el cabello del lado derecho y repitió el mismo procedimiento... pero ésta vez hacia abajo, retirando muy lentamente la camisola para dejar al descubierto el hombro y comenzar a depositar suaves besos en él.

- El ser humano está lleno de imperfecciones... mas no está exento de virtudes... Yo no soy humano, pero he tenido grandes amigos entre ellos. Me casé con una mortal y tuve un hijo con ella... y fue la época más feliz de mi vida. -alzó de nuevo la mirada para encontrarse dulcemente con la suya-. No, no ansío su destrucción. Y saben los dioses que el no poder hacer nada para ayudarles aflige mi corazón. No se trata de una decisión que haya tomado a la ligera. Miradme bien, señora, y decidme: ¿acaso podéis decir que, si buscáis bien profundo en vuestro interior, no encontraríais un sólo motivo, uno sólo, por el que la humanidad mereciera ser salvada?

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MensajeTema: Re: Les Plaisirs de l’Île Enchantée (+18) (Alatariel) [26/12/1778]   Les Plaisirs de l’Île Enchantée (+18) (Alatariel) [26/12/1778] Icon_minitime28th Junio 2015, 01:10

Disfrutaba de sus caricias en la misma medida que disfrutaba de su compañía, era un hombre interesante, no sólo por su origen, sino también por lo que guardaba en su interior. Su alma era antigua, había visto millares de cosas, cosas magníficas y cosas terribles, nadie mejor que él podría entenderla, y sin embargo, su naturaleza estaba atada a la preservación, pero no podría culparle ni recriminarle que buscara la supervivencia de la humanidad, a fin de cuentas, si tenía que elegir entre las huestes de su hermano y la supervivencia de la humanidad, ella también elegiría ésta, sin embargo, no pensaba hacer nada para evitar el final que con tanto ahínco buscaban desde que traicionaron la confianza de su padre, su extinción. En el fondo les compadecía, parecían tener esa vergüenza tan marcada en su naturaleza que parecía que tan sólo vivían para castigarse a sí mismos como no lo había hecho su padre.

- Lo desapruebo, pero ello no os hará perder mi favor. Desde que la humanidad desobedeció las órdenes de mi padre no ha hecho otra cosa que buscar su propia extinción, y no seré yo quien los detenga, sin embargo, no puedo dejar que mi hermano triunfe sobre la creación de mi padre sólo porque tiene envidia.

Alatariel comprendía su carga, las fuerzas que gobernaban el universo necesitaban un equilibrio, alguien que pusiera las cosas en su sitio y no dejara que la oscuridad ahogara la luz o que interviniera directamente para que la luz ganara, pero sin méritos propios, era consciente de que era un trabajo arduo que necesitaba vigilancia y una extraordinaria fuerza de voluntad para hacer siempre lo correcto. Algo que a ella le había faltado en su momento, quizás por eso anhelaba la compañía de Ahri'ahn, en ocasiones sentía que haberse unido a su hermano, en cierta manera la había hecho perder la razón, y buscaba desesperadamente aquella cordura que había perdido desde el momento que hundió su espada en el pecho de uno de sus hermanos.

- Puedo buscar en mi corazón todo lo profundamente que quieras, y aún así no puedo ver otra cosa sino la sombra corrupta de lo que eran cuando abrieron por primera vez sus ojos. No puedo culparlos por las decisiones que yo tomé, aunque ellos fueran la razón, pero no puedo perdonarlos por las que ellos tomaron.

Se abandonó a sus caricias, sin más que decir sobre aquel tema, consideraba que no había nada más que decir, y podía comprender hasta cierto punto, que intentara que ella compartiera su objetivo. Su tarea seria más fácil si contaba con un arcángel de su lado, sin embargo, tenía sus propias poderosas razones para no sentir ninguna pena si la humanidad desaparecía, ninguna que fuera más allá que la profunda decepción que ya sentía.

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MensajeTema: Re: Les Plaisirs de l’Île Enchantée (+18) (Alatariel) [26/12/1778]   Les Plaisirs de l’Île Enchantée (+18) (Alatariel) [26/12/1778] Icon_minitime2nd Julio 2015, 18:04

- Entonces, estamos de acuerdo -dijo Arión.

Le habían gustado sus palabras. Estaba bastante harto de los santurrones moralistas que, como Supermán, se empeñaban en luchar contra el destino que los dioses habían trazado para los hombres, pero tampoco habría podido compartir la misma habitación con alguien que buscara activamente la destrucción de la raza humana.

Como Guardián de la Neutralidad y el Orden, podía entender la postura de Alatariel, e incluso la compartía, hasta cierto punto, y eso era lo que hacía de ella una mujer tan interesante.

- Está bien... -musitó, tirando lentamente del extremo del lazo que mantenía cerrada la camisola de la mujer, sin apartar la mirada de sus bonitos ojos azules-. No pretendo cambiaros. Me gusta cómo sois -diciendo ésto, se inclinó una vez más para volver a besarla en el cuello mientras su mano izquierda se deslizaba por el lateral de su cuerpo, acariciándola hasta detenerse en su cintura, con el fino algodón como única barrera que le separaba de su cuerpo-. Como también me gusta que tampoco vos pretendáis cambiarme a mí...

En cierto sentido, también la dama era neutral, pues, a pesar de sus sentimientos encontrados hacia la humanidad, no pretendía hacer nada para precipitar su caída. Pero tampoco haría nada por ayudarlos, justo como debía de ser.

- Dejemos que la naturaleza... siga... su curso....

La lazada terminó de deshacerse y la fina prenda resbaló sobre sus hombros, deslizándose hasta revelar las exquisitas formas que coronaban su cuerpo. Arión retiró la mano que reposaba en su cintura para permitir que la camisola completara su recorrido hasta el suelo, dejando a la mujer únicamente vestida con las medias blancas de seda ribeteadas de azul en los muslos.

Y, tomándola con delicadeza por el mentón, la besó... Lentamente, degustando la miel de sus labios, disfrutando de la certeza de saber que al fin había encontrado una compañera.

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MensajeTema: Re: Les Plaisirs de l’Île Enchantée (+18) (Alatariel) [26/12/1778]   Les Plaisirs de l’Île Enchantée (+18) (Alatariel) [26/12/1778] Icon_minitime13th Julio 2015, 03:38

Sus manos eran suaves y sus caricias delicadas, Alatariel disfrutaba de aquel roce sobre su piel, así mismo también disfrutaba de sus palabras. Le complacía por fin encontrar a alguien que no defendía la humanidad a ultranza, que era consciente de sus pecados y su corrupción, alguien que no intentara “redimirla” o castigarla por quien era, por lo que había hecho. Ahri'ahn la aceptaba, con su pasado, todo su pasado, su pasado glorioso como arcángel en el cielo y su pasado en la guerra que dividió y diezmó su patria. Era un alivio, una liberación para ella encontrarse con alguien así y con ese bálsamo sobre la herida que milenios de rechazo causaba, le devolvió las caricias que tan generosamente le ofrecía.

- Algún día, mi padre abrirá los ojos y verá en lo que se ha convertido su creación favorita.


Pronto dejó de prestar atención a la humanidad, a fin de cuentas, tenía delante algo mucho más interesante, y con lentitud fue aflojando todos los lazos y botones de la camisa del vizconde, mientras dejaba que sus manos la recorrieran y así, cuando su camisola finalmente cayó al suelo, ella le despojó a él de la suya mientras acariciaba la piel de su torso, con firmeza, pero no sin suavidad.

- No podría querer cambiaros, sois fascinante tal y como sois.


Le devolvió el beso, con la misma lentitud, tomándose su tiempo para paladear y explorar su boca. Disfrutaba relajada, de no tener que esconderse bajo una máscara por primera vez en siglos; no eran muchas las oportunidades que tenía de ese estilo, y ahora que se le presentaba una en bandeja no pensaba desaprovecharla. Los seres como ella, y él, no tenían muchas ocasiones de encontrarse los unos a los otros, eran demasiado pocos en un mundo demasiado grande. Que se hubieran encontrado en aquel momento y en aquel lugar es algo que casi podría ser considerado como un milagro. Quizás era voluntad de su padre o quizás simplemente era un capricho del destino. Como fuera, había encontrado un compañero, uno al que no tendría que ver marchitarse en un suspiro. Uno al que no tendría que penar al poco de haberlo conocido. Ambos eran inmortales y su historia seria eterna.

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MensajeTema: Re: Les Plaisirs de l’Île Enchantée (+18) (Alatariel) [26/12/1778]   Les Plaisirs de l’Île Enchantée (+18) (Alatariel) [26/12/1778] Icon_minitime28th Julio 2015, 17:16

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Sus lenguas se enredaron en una ardiente batalla mientras la mano izquierda del vizconde acariciaba la exquisita suavidad turgente del arcángel y la diestra se deslizaba con atormentadora lentitud a lo largo del costado y el muslo de la mujer, tomándose su tiempo para disfrutar de cada una de las experiencias que se revelaban a sus sentidos. Alatariel era, probablemente, la mujer más perfecta con la que había estado, y ansiaba explorar a fondo aquél cuerpo de diosa.

Permitió que ella le despojara de la parte superior de sus ropas y, alzándola en brazos, la llevó hasta el diván circular que se encontraba en un lado de la sala, depositándola sobre los cojines tapizados de seda y plata para continuar besándola. Mientras su lengua se perdía entre sus dulces labios extendió una mano para, con un gesto, correr silenciosamente el pestillo que les protegería de interrupciones no deseadas al tiempo que se atenuaban mágicamente las luces de la sala, configurando una atmósfera íntima y cálida.

Sus labios descendieron entonces por su cuello y sus hombros hasta detenerse en las deliciosas elevaciones que coronaban el cuerpo de la mujer, tomándose su tiempo para saborear los pequeños pináculos rosados al tiempo que su diestra descendía para explorar con sus expertos dedos los rincones más ocultos que albergaba. Sonrió al percibir la humedad que atesoraba en su seno y se detuvo un instante para mirar en aquellos ojos azules velados por el placer.

- Parece que finalmente voy a poder probar la dulzura de vuestra miel, condesa... -le susurró al oído, con la voz ronca por el deseo.

Se deslizó entonces hasta abajo, permitiendo que sus manos recorrieran lentamente el cuerpo de la mujer en su camino, hasta que su boca se perdió en el ansiado tesoro que había venido a buscar...

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Se entregó al beso, como hacía milenios que no sucedía. El movimiento de su lengua contra la suya propia, incitándola, provocaba una ardiente pasión en su interior. Alatariel era la más joven de todos sus hermanos, y también la más pasional, algo que Miguel siempre había desaprobado, siempre pensó que eso sería una limitación en su trabajo, y fue eso lo que la llevó a ponerse en contra de su familia, apoyando a Lucifer. Pero ahora, en la penumbra de aquella sala, de aquel palacio que legítimamente no le pertenecía, sintiendo el ardiente contacto de sus labios y la tortuosa caricia de sus manos, sentía como Ahri'ahn no sólo desnudaba su cuerpo, sino también su alma.

Se dejó hacer, ávida de sus caricias, pues su cuerpo, aunque era celestial, también sentía deseo, y aunque el tiempo pasara de otra manera para ella, hacía demasiado tiempo que no intimaba con alguien, de alguna manera, la aparición del mago atlante había sido como un milagro, no sólo por su simple existencia, o porque hubieran coincidido en aquel baile, sino por la rápida conexión que habían establecido entre ellos. Dos almas solitarias vagando a la deriva que se habían encontrado por casualidad, el resultado, sólo podía ser un incendio, de que clase, era algo que dependía únicamente del azar, y en aquel caso, la fortuna les había sonreído a ambos.

Su boca era experta y se deslizaba con maestría por su cuerpo, mientras sus manos le acariciaban como un maestro escultor que intentara memorizar una obra con sus manos, no quería dejar ningún rastro de su piel sin acariciar, sin besar. Su cuerpo de arqueaba hacia el de él, entregándose sin reservas a aquel fuego que amenazaba con hacerlos arder a ambos, pero el fuego era su elemento, no le tenía miedo. Cuando su boca rozó aquella zona tan sensible, un gemido extasiado se escapó de sus labios a la par que sus manos se enredaban en su sedosa melena, y sin poder controlar su propio cuerpo, sus alas se extendieron de nuevo, su verdadera naturaleza salió a la luz con más fuerza si cabe que antes, sus alas los envolvían a ambos y su piel adquirió una leve tonalidad deslumbrante. Cuando subió de nuevo, lo atrapó entre sus labios, aun sujetándole la melena, abrazándole con las alas, mientras que con su mano libre, sus diestros dedos liberaban las ataduras de su pantalón. Ansiaba su cuerpo, sin las ataduras de las vestiduras, quería poder acariciarlo por completo, deleitarse en sus formas, con su piel. Deseaba tomarle, sin prisas, sin pausas, ambos tenían todo el tiempo del mundo e iba a tomarse su tiempo, como no lo hacía desde su exilio.

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MensajeTema: Re: Les Plaisirs de l’Île Enchantée (+18) (Alatariel) [26/12/1778]   Les Plaisirs de l’Île Enchantée (+18) (Alatariel) [26/12/1778] Icon_minitime5th Agosto 2015, 02:03

Bajo las expertas caricias del atlante, el cuerpo del arcángel comenzó a resplandecer con una leve tonalidad dorada, reflejando la excitación que sentía al tiempo que las enormes y magníficas alas se extendían para envolverlos en un cálido y suave refugio en el que no existía nada ni nadie aparte de ellos dos.

Su cuerpo se arqueaba hacia él, sus estilizados dedos se enredaban en su pelo y sus gemidos no hacían más que azuzar su propio deseo. Alatariel no sólo era hermosa; no sólo era un alma solitaria e inmortal como él; no sólo era alguien con quien podía compartir ideas, opiniones e intereses de igual a igual, sino que además era la mujer más apasionada y ardiente que había conocido en milenios.

Por la Cadena Sagrada, era perfecta, y a cada segundo que pasaba su deseo de estar con ella aumentaba más y más. Continuó embriagándose de aquél dulce néctar hasta que su brillo se hizo más intenso y un gemido entrecortado se escapó de entre sus labios mientras todo su cuerpo se estremecía. Se incorporó entonces sobre sus brazos, apoyándose en el diván para poder observar mejor la belleza de aquél cuerpo perfecto arqueándose, la irresistible sensualidad del rubor que tiñó su rostro.

Entonces, ella, aún aferrada a sus cabellos, lo atrajo hacia sí en una suerte de frenesí enfebrecido y capturó su boca con la suya, atrapándole entre sus alas mientras, con la mano libre, desataba con destreza las ataduras de sus pantalones.

En situaciones normales, Arión disfrutaba haciendo gozar a las mujeres, y gustaba de tomarse su tiempo en los preliminares, pero Alatariel era tan diferente en ese aspecto a las remilgadas damas de la época como lo había sido en todo lo demás. Ella no era de las que se dejaban llevar, sino que gustaba de tomar también las riendas de vez en cuando, como demostró cuando acabó de liberarle y le tomó sin vacilar entre sus manos. Debía decir que le gustaba eso en una mujer; Siempre le habían atraído las que tenían carácter fuerte, como su esposa, y tenía que admitir que la apasionada reacción de Alatariel le había excitado muchísimo, tanto que al arcángel no le costó nada encontrarle dispuesto.

Su cuerpo le llamaba, las alas le cubrían, y los ojos de la mujer aparecían enturbiados por el deseo. Ella le ansiaba, lo decía a través de cada poro de su piel, que continuaba brillando con intensidad, y su anhelo era un fiel reflejo del suyo propio, así que... ¿por qué esperar ya más? ¿Por qué prolongar el sufrimiento postergando lo que los dos tanto ansiaban?

No se preocupó por las posibles consecuencias; no habría podido pensar en nada con claridad en aquellos momentos, y tampoco podía decirse que existieran métodos muy fiables por aquél entonces, de manera que se guió por lo único que importaba en aquél instante: aplacar el fuego que ardía en su interior de la única manera posible...

Aquella noche no habría demonios que combatir, no habría caos que encauzar ni problemas futuros que prevenir. Aquella noche era sólo para ellos dos, para entregarse al placer de sus cuerpos y el regocijo de sus almas.

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MensajeTema: Re: Les Plaisirs de l’Île Enchantée (+18) (Alatariel) [26/12/1778]   Les Plaisirs de l’Île Enchantée (+18) (Alatariel) [26/12/1778] Icon_minitime16th Agosto 2015, 02:25

El fuego de la pasión ardía en ambos con una extraordinaria intensidad. Ella se abandonó por completo a sus propios deseos, recibiéndole, aceptándole y entregándose en igual manera; en aquel momento no importaba nada más que ellos. No importaba el pasado o las cosas perdidas, no importaba el futuro, lo que ganarían y lo que habrían de perder. Lo único que importaba era aquel perfecto momento de armonía, aquella noche en la que se poseían el uno al otro en cuerpo y alma.

Sus manos recorrían la apolínea arquitectura de su cuerpo, las yemas de sus dedos se deleitaban con la textura suave de su piel, todos sus sentidos se deleitaban con el mago atlante mientras sus cuerpos danzaban al ritmo que la melodía de su pasión marcaba. El éxtasis les alcanzó, tendidos sobre el suelo de su sala de té; gritó su nombre, arqueó su espalda y se dejó llevar por las sensaciones que la inundaban.

Sus cuerpos, yacían abrazados, relajados y satisfechos, sin embargo, cuando un incendio comenzaba, luego era muy difícil apagarlo, y envueltos en una marea de besos, suspiros y susrros, sus cuerpos se deslizaron hasta los aposentos de Alatariel, donde se ardieron una y otra vez hasta que el sueño acabó por vencerlos.

Al día siguiente, los rayos de sol del mediodía despertaron a Alatariel, que se desperezó lentamente, con una sonrisa dibujada en el rostro, nunca se habría imaginado que Ahri'ahn pudiera ser tan buen amante, atento, entregado e inusitadamente cariñoso. Se había levantado de un curioso buen humor, e ilusionada como estaba por encontrarse con otro inmortal como ella, se dispuso a agasajar a su invitado con un almuerzo que seguramente hacía demasiado que no probaba. Atlantis cayó, y con ella, toda su rica gastronomía, sin embargo, Alatariel nunca olvidaba una receta aprendida, así que desalojó las cocinas y se dispuso a preparar un almuerzo como hacía demasiados milenios que no se preparaba. Cuando todo estuvo listo, ordenó que fuera servido y se encaminó de nuevo hasta la habitación, encontrándose con que su acompañante ya había despertado. Le dedicó una radiante sonrisa.

- Buenos días, o tardes. El almuerzo está servido, debes de estar hambriento, tengo una sorpresa especial para ti.

Alatariel no tenía problema alguno con la ausencia de vestimenta, propia o ajena, y aunque el servicio estaba habituado a sus peculiares costumbres, quizás la casa estaría demasiado fría para que se paseara sin cubrirse, así que le tendió una pesada bata brocada que sin duda había pertenecido al marido de la difunda condesa de la Richardais, la ropa masculina no era algo que abundara entre las cosas de Alatariel, ni siquiera de otras épocas o lugares, eran muy pocas las cosas que de sus originales propietarios se habían conservado en los armarios de aquella casa, pero afortunadamente aquella era una de ellas. Su intención inicial había sido regalarlas o donarlas, pero hasta el momento nunca lo había hecho, afortunadamente para Ahri'ahn

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MensajeTema: Re: Les Plaisirs de l’Île Enchantée (+18) (Alatariel) [26/12/1778]   Les Plaisirs de l’Île Enchantée (+18) (Alatariel) [26/12/1778] Icon_minitime20th Agosto 2015, 01:35

Lo primero que percibió al despertar fue el olor de las velas, un perfume intenso y agradable de mujer, de pulimento para muebles, de viejos cuadros al óleo, la dulce y penetrante fragancia de unos lírios recién cortados.

Satisfecho como hacía décadas que no se sentía, se estiró perezosamente sobre el mullido lecho, hundiéndose en la colcha de seda y terciopelo, con las almohadas fundiéndose bajo su cabeza. Se encontraba en el alborotado nido sobre el que le había hecho el amor a Alatariel toda la noche anterior. Se dio la vuelta sobre las sábanas para palpar el lugar en el que ella había yacido, y la recordó, bañada en un resplandor dorado mientras gemía y suspiraba a causa del lento pero a la vez tumultuoso placer que él le proporcionaba.

No había palabras para describir el nivel de complacencia que le invadía. Se sentía colmado, no sólo a un nivel físico, sino también emocional, pues con la condesa había alcanzado un grado de complementación como jamás había vuelto a experimentar tras la muerte de su esposa.

Y la experiencia sexual había sido... increíble. Arión se consideraba a sí mismo un amante experimentado (no en vano, había tenido milenios para practicar), y aún así, lo que había vivido aquella noche había superado con un amplio margen sus mejores expectativas. Jamás habría podido imaginar, cuando había salido de su casa esperando encontrarse con una noche más de aburrimiento y tedio, que acabaría conociendo a una mujer tan fascinante como Alatariel, y aunque la conversación con ella había comenzado siendo ligeramente frustrante, no habían tardado demasiado en conectar a unos niveles insospechados.

Por los Dioses, si la eternidad no le hubiera vuelto tan cínico se habría arriesgado a decir que lo que estaba sintiendo en aquellos intantes era amor...

El exquisito aroma de placeres antaño perdidos le hizo volver a la realidad, acompañado por el suave sonido de unos pies descalzos sobre las alfombras del suelo.

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Se incorporó para mirarla, con un cierto aire juguetón y tiró de ella hasta hacerla caer en su regazo, con la suficiente suavidad como para que no se derramara lo que llevaba en la bandeja.

- Te prefiero a ti para darme calor -susurró junto a su oído antes de darle un beso en la mejilla y quitarle la bandeja para ponerla en la cama, entre los dos-. Gracias por éste regalo, ángel mío -dijo mientras tomaba los cubiertos para probar el selecto manjar que ella había preparado-. Hacía milenios que no probaba los antiguos platos de mi tierra natal. ¿Podría acaso haber algo más especial y sorprendente que ésta inigualable muestra de afecto?

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MensajeTema: Re: Les Plaisirs de l’Île Enchantée (+18) (Alatariel) [26/12/1778]   Les Plaisirs de l’Île Enchantée (+18) (Alatariel) [26/12/1778] Icon_minitime23rd Agosto 2015, 22:34

Cayó junto a él entre risas, una risa como hacía siglos que no se escuchaba, juguetona, divertida, sincera, acarició su rostro suavemente mientras recibía su beso en la mejilla y se giró para rozar los suyos sobre la comisura de los de él, conteniéndose las ganas de perderse de nuevo en una interminable lucha de lenguas que sólo los llevaría de nuevo a perderse el uno en el otro. Debía mantener la serenidad, ahora que se habían encontrado tenían toda la eternidad para complacerse el uno al otro.

- Pero ahora no. Ahora debes volver a ser el vizconde, debemos volver a nuestras frías máscaras, sonreír a los ignorantes; luego, más tarde, podrás volver a ser Ahri'ahn otra vez y si quieres encontrarme, sabrás donde buscarme.

Despegó sus labios de los suyos y dedicándole una dulce mirada a medias velada por los sentimientos no expresados y el deseo, alargó su mano hasta su plato. No es que no comiera nunca con cubiertos, pero en las civilizaciones antiguas, era costumbre comer casi sin ayuda de ellos. En Atlantis había sido así y en su propio hogar también se mantenía aquella costumbre. A diferencia de lo que se pudiera pensar, no era algo antihigiénico, mucho peor era lanzar las heces por la ventana, en Atlantis se hacía uso abundante del jabón y las servilletas, y recordaba haber visto siempre a disposición de los comensales, jofainas con agua, para lavarse las manos cuando lo creyeran conveniente; sin embargo, al ver a Ahri'ahn hacer uso de los cubiertos, decidió que quizás sería más conveniente hacer uso de ellos, no sabía hasta que punto el mago atlante había adquirido las costumbres modernas

Cuando terminó su desayuno se levantó de la cama y llamó a la doncella para que le preparara el baño, aquel podría ser un gran día, pero primeramente, debía dejarse ver por el parque y hacer algunas compras antes de asistir aquella noche a la ópera. Quizás, con un poco de suerte, no acudiría sola.

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La idea de fingir lo que no era entre los mortales siempre le había resultado deprimente, pero por alguna razón, cuando Alatariel lo mencionó adquirió un nuevo matiz de ilusión y esperanza porque sabía que la farsa terminaría en cuanto estuviera con ella. Que detrás de aquellas puertas ya no eran el vizconde y la condesa, sino Alatariel y Ahri'ahn, y que al menos en aquellas ocasiones podrían permitirse el lujo de ser ellos mismos.

Al ver que Alatariel prescindía de los cubiertos, sonrió e hizo lo propio. Las costumbres adquiridas en las últimas décadas eran difíciles de olvidar, pero estar con ella le ayudaba a recordar sus auténticas raíces.

Después del desayuno, la arcángel se encerró en el baño y Arión se dispuso a vestirse para marcharse, pero cuando ya se encontraba en la salida se lo pensó mejor, volvió sobre sus pasos, llamó educadamente a la puerta y la abrió:

- Perdón... ¿interrumpo algo?

Y, con una sonrisa traviesa, se quitó la ropa que ya se había puesto, entró en el baño y cerró la puerta tras él.

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