El perro emergió del mar antártico de un salto, sacudiéndose para secarse el agua antes de echar a correr por la inmensidad de hielo y nieve, directo hacia la fortaleza de su amo.
Aquellas últimas semanas habían sido aburridas y solitarias, con poco más que hacer salvo deambular por la zona y viajar de cuando en cuando a la otra fortaleza de su amo y a la ciudad humana donde vivía habitualmente. Ya no se pasaba tanto por allí desde que su amo se enfadase por buscarle cuando llevaba aquellas ropas humanas y esas cosas raras en la cara, pero el sitio seguía gustándole. La gente no se sorprendía tanto de verle y acostumbraban a darle comida, sobre todo si ponía carita de pena y mostraba su collar ostensiblemente.
La otra casa también era más interesante, con toda esa jungla llena de atractivos olores alrededor, pero su amo la usaba mucho menos y prefería que él viviese en la fría; y él siempre le hacía caso a su amo, bueno, o casi siempre.
Aquel había sido uno de esos días en los que, muerto de aburrimiento, había abandonado la casa para explorar un poco, siguiendo los olores que le traía el viento. Y finalmente había dado con un buen lugar, lleno de animales extraños, incluidos unos delgados y rápidos gatos con manchas a los que casi resultaba entretenido perseguir. Además había sido un perro bueno y se había portado bien, impidiendo a la gente mala hacer cosas malas (fuera lo que fuese que estaban haciendo todos sus instintos le habían gritado que era algo definitivamente malo).
Si, aquel había sido un día entretenido. Tanto que apenas presto atención a las extrañas criaturas que su amo tenia encerradas en su fortaleza, las cuales se quedaron inusualmente silenciosas cuando el perro pasó entre sus celdas hasta llegar a su cuarto.
Mientras se acurrucaba adormilado Krypto deseo que su amo volviese pronto, aquel nuevo planeta se estaba volviendo cada vez más raro a cada día que pasaba, lo sentía en los huesos, y el gélido viento de la Antártida le traía olores cada vez más extraños.
Mientras tanto, a muchos miles de kilómetros de allí, el jefe del servicio de guardabosques del Parque Nacional de Chobe, Botswana, escuchaba el interrogatorio de sus detenidos con una mezcla de hilaridad y exasperación.
Haber capturado a una de las más importantes bandas de cazadores furtivos de la zona era todo un golpe de suerte que seguramente le valdría un aumento. Y siendo justos admitía que era muy raro que estos prácticamente se hubiesen prácticamente entregado a las autoridades exhaustos y aterrados; pero la historia que contaban acerca de un perrazo blanco que les había perseguido por media reserva, tirando rayos por los ojos y haciendo pedazos sus armas a mordiscos, no había quien se la creyera.