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Los Universos de DC y Marvel se han unido en uno solo. ¿Qué ha sucedido? ¿Quién está detrás de todo? Y, lo que es más importante, ¿cómo reaccionarán héroes y villanos de los distintos mundos al encontrarse cara a cara...?
 
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 Prueba de rol para Matt Murdock (Daredevil)

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Matthew Murdock
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Matthew Murdock


Bando : Héroe

Insignia de Fidelidad : Año 8

Mensajes : 79
Fecha de inscripción : 30/04/2021

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MensajeTema: Prueba de rol para Matt Murdock (Daredevil)   Prueba de rol para Matt Murdock (Daredevil) Icon_minitime1st Mayo 2021, 15:10



Encontrar al Diablo


Cualquiera de los presentes habría jurado sobre una biblia que la sala se encontraba en completo silencio. La clase de silencio reverencial que podía sentirse en el transcurso de un torneo de ajedrez, en un aula durante los exámenes finales… o en una iglesia. Sin embargo, hacía años que el silencio no existía para Matt Murdock. Añoraba el silencio, casi más que la vista. Ese momento en la noche, arrebujado bajo las sábanas, en que los millones de ruidos cotidianos, la errática banda sonora ambiental de Nueva York, se apagaba lentamente, ignorada inconscientemente por el cerebro a fin de proporcionar el descanso merecido. Él no gozaría ya jamás de ese privilegio. Podía escuchar con total claridad los latidos del juez Stevenson, ocasionalmente arrítmicos por lo que parecía un soplo inocente. Un, dos, un, dos, un, dos, tres. La trabajosa respiración de Ben Urich, en la primera fila de la bancada del público. Ben tenía que dejar de fumar, sus bronquios emitían el sonido de un periódico viejo al arrugarse. Los miembros del jurado, cada uno con su canción particular, esa que le hacía conocerlos pese a no haberlos visto jamás. El regular pulso de su cliente, confiado, rítmico… Si las funciones vitales tuviesen personalidad podría incluso tildarse de arrogante. El repugnante olor de aquella colonia con la que parecía bañarse, de los chicles mentolados que consumía como un auténtico adicto. También sentía el pulso acelerado y errático de la víctima, el olor férrico de las heridas a medio curar bajo los vendajes. El juez se disponía a hablar, había comenzado a emitir ese carraspeo tan característico, aclarándose la garganta antes de impostar su “voz de juez”. Stevenson era un corrupto y un desalmado, lo que hacía el caso más fácil de ganar y, a su vez, provocaba que las sienes de Matt Murdock palpitasen de pura rabia.

“¡¡Comienza el noveno asalto!! ¡¡Murdock apenas puede alejarse de su esquina!!”

- La Defensa puede proceder con sus conclusiones.

- Con su venía, Señoría…

Matt esperó unos segundos. Dejó a solas con su silencio al resto de los presentes. Quería dar una vestimenta de relevancia a su discurso. La fiscal Evans había hecho bien su trabajo, era una mujer honesta y una buena profesional. Si no fuese por las pruebas, por cómo Matt había desarticulado todos y cada uno de los argumentos del denunciante, podría haber ganado el caso. A nadie le gustó su cliente, ni siquiera a él le gustaba. El relato de un joven negro maltratado por un agente de policía, un abusón racista y corrupto, sin duda encendía en el interior del público un incontenible deseo de hacer justicia.

Trató de no ser demasiado agresivo con el chico durante el interrogatorio, pero hizo su trabajo. Se aseguró de señalar con precisión sus contradicciones, de fijar cada una de ellas en la mente del jurado. Volvió a examinar a sus miembros, percibiendo cada pequeño tic, cada sonido, cada aroma. Dirigió la cara hacia una de sus integrantes, una chica joven a juzgar por la firmeza y regularidad de su pulso. Escuchaba perfectamente el tenue sonido metálico de sus delicados dedos acariciando algo a la altura del cuello. El olor era característico también, aunque lo había limpiado hace poco. Un crucifijo de plata. Ahí se quedó, con sus ojos muertos tras los rojizos cristales, lo bastante centrado en ella y lo suficientemente distante. Perdido en la pared que sabía que había al fondo, pero siguiendo una clara línea recta, fingiendo que no sabía perfectamente dónde estaba, ocultando que, si quisiese, podría acertarle en la cocorota con una bola de papel desde el otro extremo de la sala. A Matt no le costaba entender, en momentos como aquel, que quienes le conocían (los que de VERDAD le conocían) tuviesen dudas sobre su ceguera.

“¡¡Parece que el batallador está pasando un mal rato, Mike!!


- Damas y caballeros del Jurado; Si me permiten serles sincero, no envidio la tarea que les ha sido encomendada por el Estado de Nueva York. He recibido una educación católica y el hecho de juzgar a un hombre se opone a todo cuanto me han enseñado desde niño, a todo en cuanto creo. Desde la catequesis me han inculcado “no juzgues, si no quieres ser juzgado”, que “quien esté libre de pecado tire la primera piedra”. También me enseñaron que nadie está realmente libre de pecado- Matt sonríe- Supongo que por eso me hice abogado. La opinión popular nos muestra como unos desalmados sin moral, fríos, desprovistos de la empatía más elemental, dispuestos a defender la inocencia de cualquiera a cambio de unos pavos aunque en nuestro fuero interno sepamos que son culpables. Lamento romper el mito, pero no nos someten a ningún proceso de lavado de cerebro en la facultad- pausa- Bueno, en Harvard puede que sí- risas en la sala- El hecho es que nuestro trabajo es, en realidad, muy sencillo. Un abogado no tiene la obligación de juzgar, si quiera de probar la inocencia de alguien. Un abogado tiene la obligación de ofrecer a su cliente la “mejor defensa posible” según su leal saber y entender. Así que nos ponemos nuestros trajes con corbata, nos sentamos en nuestro banco y hablamos y hablamos tratando de dar a nuestro cliente lo que cada uno de nosotros entiende como “la mejor defensa posible”- era el momento de pasear un poco, de recorrer la bancada del jurado, de obligar a todos a involucrarse en el discurso- Sin embargo, a ustedes se les exige como ciudadanos que acudan a este tribunal y que se pronuncien sobre la culpabilidad o la inocencia de un hombre. Se les arranca de sus vidas, con suerte la que hayan elegido, y se les introduce en este mundo extraño de latinajos, protestas y tecnicismos. Jamás han pasado por una escuela de leyes, ni tienen por qué haberlo hecho, y sin embargo la última palabra es suya. Esta carga es más pesada, si cabe en este caso- Murdock señala instintivamente el banquillo de los acusados donde su cliente pone una falsa sonrisa de cordero degollado- Scott Lincoln, un policía de Nueva York, acusado de agresión, torturas y abuso de autoridad. Uno de los hombres y mujeres que hacen que nos sintamos seguros, aquellos en quienes confiamos para proteger esta ciudad. De ser culpable, su falta sería incluso más reprochable, pues no sólo habría violentado la ley, habría puesto en tela de juicio la confianza de todos los habitantes de esta ciudad- oye como su cliente titubea, como se sorprende por las agresivas palabras de su abogado. Mudock consigue a duras penas contener una sonrisa- Al otro lado, su presunta víctima, un joven de quince años que asegura haber sufrido una agresión ilegítima por parte de este hombre- Matt se permite colocar la mano sobre el banco del jurado- ¿Qué razones llevarían a un joven así a acusar falsamente a uno de nuestros servidores públicos? ¿Es creíble su versión? ¿Es siquiera concebible que eso ocurra? No están aquí para determinar eso, la realidad y la historia nos han dado más que sobradas muestras de que existen personas que no respetan el uniforme y la responsabilidad que vestirlo conlleva- su cliente suda profusamente- Pero, de nuevo, no se les pide que juzguen si la brutalidad policial es reprobable, se les pide que se atengan a los hechos, a las pruebas presentadas durante este proceso. Tampoco deben cuestionarse las razones que han llevado a ese muchacho a denunciar al señor Lincoln- Matt contiene la bilis que le sube- Lo único relevante en este caso es que, más allá de nuestra moral, vivimos en una sociedad de leyes, en un sistema que garantiza la presunción de inocencia de todos, incluidos los servidores públicos- Matt se detiene para no titubear- incluso de aquellos que no la merecen. Lo que deben recordar cuando se retiren a deliberar, es que la defensa ha probado, más allá de toda duda razonable, que el día de la supuesta agresión Scott Lincoln- baja la voz- mi cliente, ni siquiera se encontraba en la ciudad de Nueva York. Todos los testimonios presentados, todas las pruebas fotográficas avalan esa versión. El día en que el denunciante fue supuestamente agredido, Scott Lincoln estaba de permiso y pasó todo el día en Gotham City. Recuerden eso, ténganlo bien presente, mi cliente no sólo no estaba en la ciudad, estaba en otro Estado. Estaba en Gotham City. Piensen en eso, y verán cómo su carga es más ligera- Matt se retira silenciosamente del estrado, despliega de nuevo su bastón, y toma asiento en el banquillo de la defensa- La Defensa ha concluido su alegato, Señoría.

“¡¡Murdock sube la guardia, pero es incapaz de resistir la lluvia de golpes de su rival!! ¡¡Es un espectáculo lamentable!!

A Matt se le eriza el vello cuando escucha el chirrido de la silla del juez, girándose para hablar con el jurado.

- Miembros del jurado, durante las sesiones de este proceso han escuchado los argumentos de la acusación y la defensa. Los cargos que penden sobre Scott Lincoln son muy graves. En cuanto finalice esta sesión se retirarán a deliberar. Recuerden que deben pronunciarse sobre todas las acusaciones y que el veredicto debe alcanzarse por unanimidad. Todas las piezas de convicción, así como las transcripciones y grabaciones del proceso están a su disposición si desean volver a examinarlas. Si se ven incapaces de adoptar un veredicto o si no lo alcanzasen tras la preclusión del plazo legalmente previsto se declarará la nulidad del proceso y se nombrará un nuevo jurado. Se levanta la sesión.


El mazo del juez cae como un yunque y Matt Murdock siente como si su cabeza fuese a estallar.

“¡¡Menudo golpe Johnny!! ¡¡Murdock acaba de caer a plomo como un muñeco!!

Esperaba estar haciendo lo correcto.




Hizo todos los esfuerzos posibles por no escuchar la deliberación. La sala de jurados se encontraba dos plantas más arriba, alcance más que suficiente para escuchar cómo el jurado número tres apuraba su café instantáneo o cómo el presidente abría la ventana para disipar el calor. Si quisiera, podría oír con toda claridad cómo la chica del crucifijo hacía pequeñas anotaciones en su libretita. Nadie lo sabría nunca, nadie podría hacer nada, pero aún así evitó escucharlos, siempre lo evitaba. Centraba su atención en la sala contigua, se celebraba un juicio de divorcio. Ella había contratado a un detective, al parecer tenía pruebas fotográficas de las infidelidades de su marido. A juzgar por el pulso acelerado del hombre, debía ser verdad. En la tercera planta los jurados apuntaban su veredicto en pequeños trocitos de papel, para asegurar el secreto de la votación. Sin duda lo habían sacado de “Doce Hombres Sin Piedad”. “Céntrate en el divorcio Matt, olvídate del jurado. Fija la mente en como los ceros van cayendo en la pensión compensatoria que va a tener que abonar ese pobre imbécil”. El abogado estaba relamiéndose, casi literalmente, viendo como aumentaba también el importe de su minuta. “No escuches”. Nadie lo sabría nunca, nadie podría probar nada, pero las deliberaciones del jurado debían ser secretas, eso era sagrado. “Eres abogado Matt, recuérdalo”.

Las puertas se cierran, las sillas se arrastran: Hay veredicto.

Los jurados van tomando lentamente su posición en la sala mientras el juez sale de su despacho. Su Señoría toma asiento, examina unos papeles. Los pulsos de cliente y denunciante se aceleran y a Matt no le hace falta tener sentidos aumentados para percibir como el suyo también lo hace. El murmullo del público cesa, los alguaciles cierran lentamente las puertas.

- ¿El jurado ha alcanzado ya un veredicto?

“Sí, Señoría”

- Sí, Señoría- dice con voz engolada el presidente. Le encanta su función, lo nota en el aire.

- Bien- Stevenson se ajusta las gafas, examina la documentación- Levántese el acusado.

Scott Lincoln se pone en pié. A Matt no le hace falta, se le ha olvidado sentarse.

- De los cargos de agresión, torturas y abuso de autoridad ¿Cómo declaran al acusado?

“No Culpable”


“¡¡El árbitro ha comenzado la cuenta!! ¡¡Murdock parece incapaz de levantarse!!”


“¡¡Seis!!”


“¡¡Siete!!”

“¡¡Ocho!!”


- No Culpable.

Su cliente le felicita, el murmullo vuelve a crecer en la sala, los periodistas encienden sus teléfonos móviles. La fiscal tranquiliza al denunciante en voz baja, le da fútiles esperanzas de recurso. El público aumenta el volumen y Murdock ya es incapaz de distinguir nada. Ahora la madre del chico comienza a llorar, casi pude sentir la humedad en su rostro. El mazo del juez vuelve a caer como un yunque, los oídos le pitan, la cabeza le da vueltas. Al fin ha decidido sentarse.

Matt discurre que será el último en abandonar la sala. Recoge sus papeles con parsimonia, deja a su cliente volar, que disfrute de su recién recuperada libertad. Cierra su maletín con desgana y emprende el camino hacia la puerta del juzgado. Por el camino llama un taxi, dice que llegará en menos de cinco minutos, así que esperará ocho. El eco de sus propias pisadas vuelve a su oído por duplicado, el pequeño tic, tac, de su bastón, colisionando contra unos obstáculos que no tendría ningún problema en evitar; el reloj de su propio juicio. El día es caluroso, el sol le abofetea en su rostro hipersensible, casi agradece ser ciego sólo por no ser deslumbrado por su luz. Los periodistas se agolpan, le hacen preguntas, pero él no escucha más que una maraña incomprensible de ruidos caprichosos. Una tos. “Sí, ya lo sé. Ben Urich, Daily Bugle ¿Todavía con esas a estas alturas? Ben debería dejar de fumar ¿Estará Peter con él? No… si hubiesen mandado a Peter lo sabría, ya estaría notando su mirada desaprobatoria pinchándome en la nuca”. Consigue sortearlos, y avanza por el asfalto ardiente. El olor de un taxi neoyorquino es indistinguible, ni único ni agradable, pero sí indistinguible. Alguien se acerca a paso ligero, reconoce también su aroma, el sonido de sus pasos: Es su cliente. No puede hacer nada para evitar estrechar esa manaza húmeda.

- ¡Señor Murdock! Ha hecho usted una verdadera exhibición ahí dentro. Ya me veía entre rejas por culpa de ese mocoso embustero.

- Sólo he hecho mi trabajo- respondió secamente. El chico había mentido, pero eso no le convertía en un embustero- La semana que viene recibirá mi minuta.

- Abogados…- sonrió el otro. Murdock apenas podía resistir la tentación de pegarle un puñetazo en esa boca que apestaba a chicle mentolado- No se preocupe, amigo recibirá su dinero prácticamente al instante- le colocó la mano en el hombro, tuvo que hacer aún más esfuerzos para no rompérsela- Pude decirse que a esta “invita la casa”. Y no se preocupe, que de donde sale este dinero habrá más. Tenemos que empezar a pensar en la demanda por difamación que vamos a colocarle a esos muertos de hambre.

Matt sabía perfectamente qué “casa” invitaba y, de pronto, ya no se encontraba a las puertas del juzgado, sino medio muerto, saboreando el regusto salado y metálico de su propia sangre, atrapado en un taxi lanzado al río, con el agua inundando sus pulmones.

- Yo no soy amigo suyo, señor Lincoln y en cuanto a nuestra relación profesional- Murdock le apartó la mano del hombro- Empieza y termina con este pleito.

- Bueno, bueno… No sabe lo que se pierde. Conozco a mucha gente, Murdock, gente que no sólo podría pagarle bien sino hacerle todo tipo de favores.

- El único favor que requiero de usted, es no volver a verle en mi vida.

- No parece que eso vaya a ser un problema- Lincoln comenzó a reírse. Matt pudo notar perfectamente como meneaba sus dedazos por delante de su cara, burlándose de su ceguera- Adiós señor Murdock.

El trayecto hasta el bufete de Nelson & Murdock fue un “via crucis” de calor, baches y olores desagradables. Matt se sentía más cansado que tras haber combatido con una veintena de ninjas de la Mano, y todavía quedaba una larga mañana de trabajo. El taxista, aprovechando que su cliente era ciego, decidió llevarle por el trayecto más absurdamente largo que se le pudo ocurrir. Ignoraba que conocía esa ciudad, ese barrio en concreto, como la palma de su mano. Que reconocería cada rincón, cada esquina, el olor de cada restaurante, el sonido característico de cada tramo de asfalto contra las ruedas. Tampoco es que tuviese tiempo ni ganas de discutir. Simplemente dobló un billete una vez llegaron a destino y se lo tendió al taxista. “Quédese con el cambio usurero cabrón”. Eso es lo que le apetecía decirle, pero las palabras no salieron de su boca. Antes de que su mente consciente se diese cuenta ya salía con la llave en la mano en dirección al despacho. Foggy no volvería hasta terminada la mañana, tenía un juicio largo, así que pediría que no le pasasen llamadas, se encerraría en su oficina y probablemente tomaría un par de escoceses antes de volver al tajo. Volvió a reconocer los pasos, rápidos, directos, pasos que le buscaban. “Váyase por favor, no me lo ponga más difícil”. Era la madre del chico.

- Es usted… usted… ¿Por qué? ¿Por qué ha defendido a ese pedazo de mierda? ¿Por qué prefirió representar a ese animal en vez de a mi hijo?

- Su hijo fingió sus lesiones señora, no puedo colaborar en un fraude- lo supo al instante. Desde el momento en que cruzaron la puerta del bufete. Ella, el chaval y su hermano mayor. Pudo sentir el calor de sus heridas, el olor del betadine y el alcohol. Recientes, mucho más recientes de lo que alegaban. Los nudillos del hermano, también encarnados, húmedos, desprendiendo el mismo olor, el mismo calor. Escuchó su latido, acelerado, mientras relataba la agresión. Mentía, al menos en el día, al menos en la forma. Pero el miedo, el miedo a ese hombre… el miedo era real. Scott Lincoln era un corrupto, un racista y un animal. También era demasiado inteligente como para pegar a un chico negro en ningún lugar que dejase marcas. Estaban desesperados, asustados… querían justicia ¿Cuánta ansia de justicia hay que tener para golpear así a tu propio hermano? Necesitaban una agresión que probar, algo tangible para que se acabase la pesadilla… Simplemente erraron con el día.

-Ese hombre… sigue libre y ahora… ahora va a cebarse con nosotros ¿Sabe cuánto tiempo llevo oyendo hablar de usted? ¿El abogado ciego de la Cocina del Infierno? “Nelson y Murdock”… ellos sí que se preocupan por la gente… Mentiras… todo mentiras. Son exactamente igual que todos los demás…

- Señora…- el escupitajo le alcanzó la cara antes de que pudiese terminar la frase. Había escuchado como la saliva se acumulaba en su boca, como hinchaba los mofletes para lanzarlo… No hizo nada, puede que incluso creyese que se lo merecía.

Matt Murdock apretó los puños en torno a su bastón mientras la mujer se alejaba por la calle. Sin cambiar de postura, con los nudillos completamente blancos.

Calculando las horas para que llegase la noche.



Las muñecas de Mariela Vargas estaban en carne viva. Se las tocó con cuidado, notando cada punzada con el contacto. Se acercó a la mesita de madera y buscó un cigarrillo con sus temblorosas manos. Ya era de noche, aunque ella apenas sí lo había notado. Los días y las noches eran exactamente iguales en aquel lugar. En sus días no había sol que pudiese mitigar aquella oscuridad. Se consoló pensando que al menos ya había accedido a quitarle las esposas. Se sintió una estúpida por alegrarse de aquello. Daba igual que no estuviese ya anclada a la cama. Seguía encerrada, con un poco más de libertad de movimiento, pero encerrada. Se sintió una estúpida por eso y por muchas cosas. Por creer que al fin había encontrado un buen hombre, “su buen hombre”. Y nada menos que un policía. Dios, que dulce había sido al principio, que suave era su piel de cordero, que tentadoras sus falsas promesas... Iba a ayudarla a regularizar su situación, a encontrar trabajo… hasta le habló de casarse con ella ¿Podía ser aquello verdad? ¿Iba a ser ese su primer gran golpe de suerte desde que llegó al país? A veces se decía que se merecía lo que le pasaba sólo por ser tan estúpida.

No le dio importancia cuando comenzó a llamarla con más frecuencia, preguntándole dónde estaba, qué hacía, con quién estaba. “Se preocupa por ti, es una ciudad peligrosa”. Sí, eso se decía entonces. Cuando las llamadas empezaron a producirse cada media hora es cuando empezó a asustarse. Luego se dedicó a seguirla, a hacerse el encontradizo con ella a cada vuelta de esquina. Era un hombre celoso, pero lo era porque la quería ¿No? Cuando se quiso dar cuenta de lo que ocurría ya era demasiado tarde, aunque Mariela no lo sabía en ese momento. Tomó la determinación de huir, al fin y al cabo, ya tenía experiencia en aquello. Un billete a cualquier parte, que para ella era sinónimo de libertad, a precio del poco dinero que le dejaba tener. “Gotham City” no sonaba, ni mucho menos, alentador, pero no recuerda haberse sentido más feliz de ver unas palabras escritas en negro sobre blanco en toda su vida.

Aquella ciudad era un auténtico estercolero, peor que la propia Nueva York, si es que eso era posible. Vuelta a empezar, como en un videojuego, pero sin guardar partida. De cero y con más dificultades. Pero, al menos, allí no estaba él… o eso pensaba. Aún le dolía el cuero cabelludo de cuando se presentó con aquel amigo suyo y la arrastró del pelo hasta el coche. Aún recuerda su voz atronadora mientras se hallaba tumbada en la parte trasera del coche. Los golpes, los insultos, las esposas… y lo que hizo después. “Me vuelves loco”, eso es lo que le decía, pero no era verdad. Estaba loco antes y ella no supo verlo porque era demasiado estúpida, se lo merecía… No, nadie se merecía aquello, esa es la única verdad que Mariela podía vislumbrar en sus momentos de lucidez, cuando no estaba aturdida por los golpes o demasiado exhausta como para hilar con coherencia sus pensamientos. Ese pensamiento alentador, que no se merecía aquello, iba acompañado de uno menos luminoso. Ella no se lo merecía y, sin embargo, ocurría. Porque nadie, en realidad, se merece nada y Dios amarga, pero al parecer no castigaba.

La puerta saltó como por un resorte… ¿Era Scott? Seguro que era él… seguro que estaba borracho y había perdido la llave. Era un hombre fuerte, ella lo sabía bien. Esperaba que estuviese muy borracho, más que las últimas veces. Tal vez tan borracho como para dejarle hacer unos minutos y que después cayese inconsciente. Eso haría de aquello un buen día.

La sombra tras el umbral, sin embargo, no parecía Scott. Era más alto, aunque apenas se le podía ver debido a la escasez de luz. Entreabrió los ojos, miró con detenimiento el umbral… más no vio cara alguna, solo sombras. Sombras bermejas y… cuernos ¿Tendría razón su padre? ¿Venía el diablo por ella? ¿Se había terminado huir…? El diablo la había alcanzado. Una voz suave pero firme le habló desde el umbral.

- ¿Está usted herida?- un mero formalismo. Podía oler toda la inmundicia, toda la crueldad que se había perpetrado en aquella habitación- Vengo a sacarla de aquí.

- No… no tengo a dónde ir- respondió Mariela entre lágrimas. Respondiendo al diablo… el infierno no podía ser mucho peor que aquello.

- A dos manzanas de aquí hay un bufete de abogados: “Nelson y Murdock”. Refúgiese allí y pregunte por Franklin Nelson, es un hombre honesto.

- Me encontrará… Ya lo he intentado antes… Da igual a dónde vaya… me encontrará…

La respuesta del diablo no se hizo esperar y, por primera vez desde que había llegado a aquella ciudad, se sintió realmente segura.

- No si yo lo encuentro antes.


Acompañamiento Musical:

Había noches en que la bola no quería meterse en el puñetero hoyo. No era escasez de habilidad, eso lo sabía perfectamente Scott Lincoln. Se había pasado la mitad de su vida adulta entre billares, pocos había que supieran mover el taco como él. Simplemente estaba teniendo una mala noche… una noche pésima. También era posible que las siete cervezas previas le estuvieran dificultando mantener la puntería. Era un hombre grande, tal vez no alto, pero grande, hacía falta algo más para tumbarle. Pero algo de efecto sí que le estaba haciendo la cerveza… por lo que resolvió levantar la mano y pedirle a Vinnie que le sirviese otra. Aquel había sido un gran día, un día de júbilo y había que celebrarlo como Dios manda. Una buena partida, unas cervezas y, al llegar a casa el fin de fiesta, la guinda del pastel. Trataba de no pensar mucho en ella para no perder la concentración, aquel capullo del bigote le estaba dando una soberana paliza. Tenía cierta gracia que el hecho de haberse pasado la noche buscando a aquella desagradecida pot todo Gotham hubiese terminado convirtiéndose en su coartada. Ese niñato marrón de las narices se iba a enterar de lo que valía un peine cuando le echase la mano encima. Pero antes tenían que calmarse un poco las cosas. No había problema, Scott era un tipo paciente y hasta que llegase el día… tendría con qué entretenerse. Se dijo que, al menos, aquellas chicanas de mierda sí sabían hacer una cosa bien.

Cuando la bombilla se rompió, Scott pensó que al manazas de Vinnie se le había caído su cerveza. No fue hasta un tiempo después que se percató de que el bar se había quedado en completa oscuridad.

“Ahora estamos igualados”- pensó el diablo.

Cinco hombres, sin contar al barman y a su “cliente”. Todos nerviosos por el apagón, con el pulso acelerado… al menos dos de ellos armados. Los bastones volaron de su mano casi por inercia, por un movimiento reflejo por la práctica. El primero de los matones perdió al instante la navaja. Nada de filigranas, nada de acrobacias, era un hombre grande. Pero papá siempre lo decía, los hombres grandes son como los árboles, parecen muy duros pero siempre caen si los golpeas lo suficiente.

“¡¡NUEVE…!!”

“¡¡Dios santo!! ¡¡Parecía imposible pero Jack Murdock ha vuelto a la pelea!! El batallador vuelve a su rincón… su entrenador quiere parar la pelea pero Murdock se niega…”

El primer matón cae de espaldas contra el suelo pegajoso y lleno de colillas. Se supone que no se puede fumar en interiores, pero estos tipos no parecen de esos que son respetuosos con la ley. No le cuesta nada esquivar el bate que se dirige contra su cabeza. Es tan lento que a Daredevil le da tiempo a pensar en que, si pudiese ver, lo habría visto en cámara lenta. El bastón desciende con precisión, rompiendo los dedos de la mano como un gong metálico, el sonido reverbera gloriosamente en sus oídos. El siguiente golpe asegura mucho trabajo dental para el segundo matón.

“¡¡Inaudito amigos!! ¡¡Murdock está poniendo a su rival, exhausto por el castigo, contra las cuerdas!!”

El tercer matón quiere sacar su arma. Stick era un auténtico capullo, pero siempre supo de lo que hablaba. La clave no es reaccionar al golpe, es saber qué va a ocurrir antes que tu propio rival lo haya pensado siquiera. La mano del hombre armado se dirige al cielo y la pistola se dispara. El trueno de pólvora le hace sentir como si sus tímpanos estallasen. No le importa, no quiere oírlo, está completamente centrado en el  hombre tras la mesa de billar. Podría nombrar cada hueso de la mano mientras se va rompiendo… escayola y rehabilitación para este. El barman se coloca tras la barra, golpea con la cabeza ligeramente algunos de los vasos de cristal. Los últimos dos matones se lanzan contra él, tratan de apresarlo por detrás. Matt resuelve que ahora sí es momento de hacer el numerito a lo “Cirque du Soleil”. Demasiado torpes, demasiado borrachos, los habría oído venir desde Nueva Jersey. Patada en la espinilla para el más grande, quien a duras penas soportaba su propio peso. Para el otro, doble ración de la famosa izquierda de los Murdock.

Scott Lincoln ha huido por la puerta trasera, en dirección al callejón.

Justo donde lo quería.

“¡¡Y lo consigue damas y caballeros!! ¡¡KO técnico para Murdock!! ¡¡Espero que no hayan apostado mucho dinero hoy, amigos!!”


El policía trata de sacar su pistola, pero está demasiado asustado. Asustado y borracho. El inútil trozo de metal cae torpemente contra el asfalto. Daredevil se acerca, con pasos lentos, no hay ninguna prisa, esta vez no va a ir a ningún lado.

- ¿Qué coño quieres de mí tío?- murmura Lincoln.

- Quiero que recojas ese pedazo de basura del suelo, lo tires al contenedor más cercano y corras a entregarte a la comisaría del distrito quince- siguió avanzando. Hablaba lentamente, deteniéndose en cada palabra, preocupándose de que lo entendiese todo.

- Tío… ¿Entregarme? Yo no he hecho nada… Soy poli ¿Vale?- Lincoln se acordó de aquel mocoso capullo- ¡¡Me han soltado!! Yo no… no le he hecho nada a nadie… ¿No ves las noticias? ¡¡Doce tíos han dicho que estaba en Gotham cuando…!!

- Vas a salir corriendo  a entregarte a la comisaría del distrito quince y vas a confesar los delitos de secuestro, tortura, abuso de autoridad y violación contra Mariela Vargas. Eso es lo que vas a hacer, y vas a hacerlo ya- cada vez lo tenía más cerca, podía oler el aliento rancio, mezcla entre cerveza y esos putos chicles mentolados- No quieres que tenga que repetírtelo.

- ¿Mariela qué? Yo no conozco a ninguna…- su pulso se aceleraba, estaba mintiendo, pero eso ya lo sabía.

Golpeó a Lincoln en la boca del estómago, él también sabía pegar sin dejar marca, aunque a veces decidía ignorarlo. Le alzó por la barbilla contra la pared. A Scott le parecía que estaba intentando arrancársela de cuajo.

- ¿Ah no? Es curioso, doce tíos han dicho que estabas en Gotham el mismo día que fue secuestrada.

- ¿Por qué me haces esto joder?- lloriqueó Scott.

-Porque te odio- respondió cerrando aún más su presa- A ti y a toda la gente como tú. A todos los que han convertido mi ciudad en un infierno. Pero no creáis que por haberlo hecho estáis seguros- esbozó una sonrisa, mostró a Scott su amplia hilera de dientes blancos. Parecía que el corazón se le fuese a salir por la boca- Porque esto es la Cocina del Infierno…

Y te has encontrado con el diablo.


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Gwen Stacy
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MensajeTema: Re: Prueba de rol para Matt Murdock (Daredevil)   Prueba de rol para Matt Murdock (Daredevil) Icon_minitime1st Mayo 2021, 23:05

Pero bueno... ¿Qué ves con tus oídos de elfo?

¡Prueba de Rol más que aceptada! Sólo quería ponerte un recordatorio: Ten en cuenta de que si hay sonidos más fuertes, más cerca, los más sutiles no puedes oírlos. Lo has hecho perfecto, sólo me quedo más tranquila si lo pongo como anotación.

¡Puedes hacer la ficha cuando quieras!

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Prueba de rol para Matt Murdock (Daredevil)
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