[WWD] [Mini-evento]Una noche de violencia [Cullen - Garnet - Aureole] (07-04-2019)

— Barrunto está bien. — Comenté alegre, arqueando las cejas y ofreciéndole a Aureole una sonrisa afable. — Es una palabra guay, te da carácter.

Me tomé incluso la libertad de darle un suave apretón en el hombro. Desconocía el modo en que este señor podía tomarse un contacto directo, pero estaba nerviosa, los lugares cercanos a los cementerios ya me ponían la piel de gallina estando con Ruby, ahora que estabamos separadas y mis sentidos sobrenaturales están expuestos, era mucho más sensible a todo lo del otro barrio. Y no hacía falta remarcar que los cementerios contenían gran parte de las almas perdidas que se habían quedado en la tierra. O al menos era esa la sensación que siempre había tenido al pasar cerca de ellos. Cientos de presencias mirando en mi dirección, ojos invisibles que seguían cada uno de mis pasos... En dos palabras, mal yuyu.

Ruby alcanzó a llegar a mi lado y me susurró algo al oído. Algo que me hizo fruncir el ceño y buscar una vez más la compañía de mis compañeros, a quienes susurré con rapidez y con cierto atropello, no queriendo que nadie más pudiera escucharnos.

— Mi hermana dice que hay algo raro en el campanario... Siente un aura en él, pero es incapaz de identificar a qué es debido. No descarto que la campana sea la señal que buscábamos.

— ¿Podemos irnos ya?

Fruncí el ceño y no le respondí. En realidad, tenía tantas o más ganas que ella de volver con John. Jota... Vale, yo tenía más ganas que ella de volver. Más razones, también. Pero a medida que nos acercábamos al pozo, sentí que algo no iba bien. Con razón era la única de mis compañeros que no se había percatado de él... O más bien, alguien que deliberadamente lo evitaba, y trataba de mantenerse lejos. No pensé que nadie se iba a dar cuenta del pavor con el que miraba la estructura de piedra. La palidez en mi piel bronceada. El ligero temblor del labio inferior... Cuando miré su interior y vi los rostros desfigurados. Las voces de su interior. El como al mirar hacia dentro, las voces y los rostros torcidos parecían intentar salir de él y se desvanecían al ser "liberados". Alcé las manos temblorosas para alertar a mis compañeros cuando uno de los lamentos se hizo audible al resto de mortales. Sentí un escalofrío recorrer toda mi espalda, y ya no llegué a tocarles, ni a Aureole, ni a Cullen. En su lugar, salí escopeteada hacia el exterior como alma que lleva el diablo y sin casi darme cuenta de que había gritado.

— ¡Holy ffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffffu-!


Una vez en el exterior estaba dándo vueltas en círculo, peleándome por prender un mechero que en mis manos temblorosas era incapaz de dar prenda a un cigarro. Sostenía el filtro entre los labios y no dejaba de susurrar improperios entre dientes. Me sentía febril, como si tuviera cada uno de mis huesos rellenos de hielo y mi piel ardiera a la vez, sentía náuseas y a la vez...

— putaputaputaputamierdahostiaputa...

Enfrentarse a estas locuras, cuando eres una chica fantasma y puedes escaparte de, literalmente, cualquier situación, es una cosa. Estar ahí indefensa, consciente de que no tienes un sólo modo de protegerte, y que tu magnífico don es que puedas ver con claridad todas y cada una de aquellas aberraciones... Sí, había sido una manera magnífica de intentar olvidar todos mis problemas. Porque ahora mismo, lo último que me pasaba por la mente, era mi tiempo en la cárcel. Había que ser optimista, ¿no?

Aureole escuchaba atento la respuesta del padre en labios de Cullen. Que el pozo estuviera antes que la iglesia era un detalle muy interesante. El sangromante dudaba mucho de que lo hubieran hecho para poder llenar la pila del agua bendita a placer. Dado el hecho de que se celebraban rituales de índole pagana en torno a él, lo más probable era que hubieran edificado encima para taparlo y así asegurarse de que dichos aquelarres no se repetían. Si ese era el caso, ¿por qué no limitarse a cegarlo? ¿Por qué construir encima y, lo más raro, dejar intactas las piedras del pozo, en lugar de ocultarlo bajo los cimientos?

Aureole aún intentaba hallar explicaciones convincentes, paseando la mirada por las paredes, el suelo y el propio pozo, dejando que Cullen siguiera encargándose de la charla, cuando la misa terminó y la gente empezó a salir del templo. No terminaba de encajarle por qué los constructores de la iglesia habían actuado de aquella manera. Y en cuanto a la mención a los dioses adorados por los antiguos habitantes, se preguntó de qué clase de entidades podían haber rendido culto. Casi al mismo tiempo, Hailey anunció que, efectivamente, un aura en el campanario podía ser lo que buscaban. Tal vez un pequeño encantamiento para revelar lo oculto fuera suficiente, pero no podría hacer nada mientras el sacerdote estuviera prestándoles atención.

Sus cavilaciones fueron interrumpidas por un rumor lejano que se incrementó hasta convertirse en un lamento que reverberó bajo el suelo. Las mismas piedras temblaron bajo los elegantes zapatos del mago, que se echó involuntariamente hacia atrás. Aureole habría jurado que había oído algo más, pero el plañido lúgubre se apagó tan rápido como había surgido. El sangromante frunció levemente el ceño. Estaba claro que en esa iglesia había tarea de sobra para cualquier exorcista competente, y muy posiblemente tanto el lamento como el aura que la fantasmal hermana de la señorita Sullivan había notado tuvieran mucho en común.

Un resultado del lamento fue que el sacerdote recordó de pronto que tenía que hablar con sus pares, junto al altar. Otro fue que la propia Hailey hizo su mutis por el foro, visiblemente afectada. Aureole se acercó a Cullen de un paso rápido y le susurró:

-Vaya con ella, amigo mío, procure calmarla y averigüe qué ha pasado. Yo voy a darle un vistazo un tanto más... arcano, a ese campanario. Avíseme si me necesitan o si consideran que es prudente retirarse.

Dicho esto, Aureole dirigió una orden mental a Stanley y el gólem se adentró en la iglesia. Aprovechando lo que confiaba que fuese una distracción duradera para el clérigo, el sangromante cruzó la puerta que llevaba a la torre del campanario. Subió las escaleras hasta que las piedras daban paso a los escombros desmoronados y miró hacia arriba. Su mano enguantada se colocó frente a sus ojos, ahora cerrados. El mago agitó la palma abierta a uno y otro lado dos veces y salmodió en voz baja.

Ambulare per caligo, semper in umbra.
Vagari per tempus, abscondita a mundi.
Semper si anima habet visionem,
videbis omnes manes heri.

Mientras canturreaba, hizo un barrido más amplio y terminó su movimiento tocando ligeramente sus párpados. Cuando abrió los ojos, tanto su visión como el resto de sus sentidos se habían amplificado. No para captar sonidos o imágenes de cosas lejanas, sino para poder ver y escuchar aquellas que estaban ocultas. Hecho esto, miró hacia arriba, intentando encontrar el aura misteriosa de la que la hermana espectral había hablado. Quizá pudiera distinguir de qué se trataba, pero el campanario era alto y le pareció que se quedaba corto.

-Stanley, sé buen chico y álzame un poco. Necesito ver más de cerca.

El gólem obedeció sin rechistar y, cogiendo de las piernas a su maestro, colocó sus pies sobre sus hombros macizos. Aureole se apoyó en la pared para no perder el equilibrio y volvió a mirar hacia arriba.

-¿Qué se esconde en esa campana?-murmuró, totalmente concentrado-.Y, si la hubiera, ¿qué relación guarda con el pozo de los antiguos?

No sabía que le había impresionado más; si el grito de horror que emanaba el pozo o la palabra mal sonante a medias que había pronunciado la pelirroja antes de irse de la iglesia. Se volvió a santiguar, perdiendo ya la cuenta. Así que finalmente subiría a ese campanario, al parecer no podía evitar que eso ocurriera. Podría coger la copa donde compartían el vino para llenarla de agua santa y tirarla por el pozo hiriendo al posible demoño que hubiera, pero no tenía tanta confianza con esa gente para hacer tal acto. Así que decidió seguir el consejo de Aureole y salir a calmar a Hailey, aun sin saber cómo.

Intentare calmarla y vos ir con cuidado, temo que esto se pueda descontrolar un poco.

Dijo echando un rápido vistazo al pozo antes de aprender sus pasos hacia la salida. Al salir la vio dándole vueltas y no supo porque pero eso le hizo mucha gracia, le recordó a su mujer cuando tenía que tomar una decisión importante. Con los demás se mostraba serena y segura de sus decisiones pero en la intimidad era un saco de nervios, una de las muchas cualidades que habían hecho que se enamorada de ella. Si no recordaba mal su hija empezaba a tener el mismo comportamiento que su madre. Al igual que hacía con su esposa se acercó con pasos seguros para cogerle las manos y besarlas para llamar su atención, pero en esta ocasión no beso las manos de la mujer sino que se quedó mirando lo que había en ellas. Veía como intentaba hacer funcionar aquel aparato sin éxito cerca de ese rollo de papel. Pidiendo permiso cogió el chisme y la imito de forma más calmada, consiguiendo en el tercer intento invocar la pequeña llama. Le impresiono ver salir con tanta facilidad fuego de un aparato no mágico, aunque se sorprendió no se asustó, con cautela acerco la llama aquel papel hasta que empezó a echar ese ahogante humo.

¿Ya estas mejor Hailey?

No era la primera vez que veía a alguien utilizando ese aparato nombrado mechero, aunque fueran de diferentes formas y colores la mecánica era la misma pero nunca había visto la llama ya que siempre se la tapaban con la mano. Le devolvió el mechero sin antes toser un poco ese humo.

Si no te supone aflicción alguna me gustaría saber qué es lo que ha alterado tanto, a lo mejor te puedo ayudar.

Dijo tranquilo manteniendo las distancias pero a la vez cercanas, dejándole su espacio vital para no agobiarla.

No me aparté cuando Cullen me cogió de las manos. Nunca he sido especialmente reacia al contacto físico y si bien cuando me toca un desconocido tardo más bien poco en apartarme y dar una coz, esa vez era diferente. Tal y como había recurrido al sexo con John la primera vez que nos conocimos y tras esa jodida experiencia con Ruby, había algo reconfortante en la cercanía de otro ser humano. Sus manos se cerraron en las mías y fue entonces cuando me di cuenta del exagerado temblor que nada tenía que ver con el frío. Me quitó el mechero y me quedé callada y en silencio, dejando que el rubio encendiera el cigarro por mí, mostrandose preocupado por lo que fuera que me había asustado.

Mentira. Preocupado por mí. Se mantenía a una distancia prudente, asegurándose de no asustarme. Pero a la vez, intentaba ser cercano. Esbocé media sonrisa sarcástica, y estuve a punto de bromear, como lo hubiera hecho siempre. Pero una vez más y como llevaba haciendo los últimos días, me dije a mi misma que ya se había acabado el comportarse de aquella manera cínica y arisca. Basta de ser un erizo que apunta las espinas a todos y cada uno de aquellos que se acercan. Podía ser fuerte, sin ser maleducada. Podía ser amable, sin ser débil. Podía ser orgullosa, sin ser arrogante.

Podía cambiar, sin dejar de ser yo misma. Por John, por Amelie, por Scarlett y por Garnet Brooks. Por aquella falsa identidad que me mantuvo a salvo y protegida durante una infancia que nadie merecía. Pero sobretodo, por Hailey Sullivan. Por ser alguien que mereciera vivir, y tener una vida digna de ser recordada.

Suspiré y cambié esa media sonrisa prepotente por una de más sincera. Una sonrisa sin ápice de diversión, pero agradecida.

— No, no estoy mejor. Dudo que vaya a estarlo en un tiempo. Ya sabes que puedo hablar con fantasmas. También puedo verlos. Y esa mierda de pozo, sea lo que sea, estaba plagado de ellos y todos se peleaban por salir y los muy feos hijos de puta desaparecían al hacerlo. Como si se perdieran en el aire. Igual estamos hasta respirándolos y francamente, prefiero atragantarme en tabaco que en eso.

Di una calada. O más bien lo intenté. Incliné la mano, mirando el cigarrillo desde otro ángulo y de nuevo probé a darle una calada. Tampoco funcionó. Con absoluto desconcierto volví a darle una tercera calada, con toda la fuerza de mis pulmones, pero era como si el cigarro estuviera totalmente detenido en el tiempo. Y de repente, cuando iba a tirarlo, se prendió de repente y todo el tubo se convirtió en cenizas. Con otro grito ahogado dejé caer el cigarrillo al suelo, pensando con asco que igual yo tenía razón y uno de esos espíritus había entrado en el cigarro y estaba fumándome uno. Pero para mi sorpresa, la ceniza formó una palabra en el suelo antes de que se la llevara el viento.

Y había recuperado mi memória, pero en mi infancia tampoco había aprendido a leer. John había intentado enseñarme y era un trabajo en proceso, y era capaz de entender algunas letras. Tal vez si la señal cenicienta no me hubiera pillado por sorpresa, hubiera podido identificar alguna letra más, pero para cuando pude recomponerme, sólo había logrado ver las tres primeras.

Recordaba la C. Era la inicial del apellido de John. La A, que parecía una montaña nevada, era la primera letra del alfabeto y la primera que me aprendí y la tercera... La tercera... tercera, tres, three. Una T.

— Gato... ¿Gato qué? — Miré a Cullen. Intenté disimular el susto, los nervios, lo mal que la situación en si me lo estaba haciendo pasar. Intenté incluso ignorar el hecho de que un cigarro se había prendido en combustión instantanea en mis manos y que tal vez era una trampa o algo peligroso.

Intentaba no pensar. Porque si lo hacía, y de verdad intentaba procesar todo lo que estaba sucediendo, tenía la sensación de estar abriendo una brecha por la que podía dejar escapar mi cordura.

Al principio no había notado gran cosa, pero conforme el poder del hechizo hacía lo propio, empezó a perfilarse lo que había visto la hermana espectral de Hailey. El aura, de color purpúreo, no era solamente un aura: era un velo que caía desde lo alto del campanario, cubriéndolo todo con el tinte mortecino del mismo modo que lo habría hecho la luz crepuscular. Sin embargo, al contrario que ésta, no era natural, y desde luego no auguraba nada bueno. El viejo mago se percató de que realmente no era púrpura, sino un tono más allá del espectro visible, uno que ni siquiera las máquinas modernas podían captar o reproducir. Un color octarino, hecho no de luz, sino de poder arcano. Su fuente, por el momento, la ignoraba, pero debía estar teñida de poderosas emociones. Incluso desde la parte inferior del campanario se hacía evidente que una cierta corrosión aparecía en aquello que tocaba. Era como un polvo cáustico, que al menor momento podía empezar a arder. Que el fuego resultante quemara físicamente o no, era otra cosa. Aureole se mantuvo aún unos momentos más, intentando discernir mejor el origen, pero lo único que pudo captar era que la cascada de color se agrupaba formando algo cuya descripción más aproximada sería nube de polvo. Una nube que seguía descendiendo.

Sin apartar la vista de lo alto del campanario, hizo una seña a Stanley para que le bajara con cuidado. Nada más pisar el suelo, la situación cambió. La tonalidad purpúrea desapareció como si alguien hubiera dejado de espolvorearla sobre el hueco entre los sillares de la torre. Aureole se concentró, temiendo que el conjuro hubiera terminado antes de tiempo, pero un vistazo a Stanley le confirmó que no era así. Ahí estaba, brillante como un palpitante corazón, el núcleo del gólem. El sangromante dobló nuevamente el cuello, pero ni rastro del polvo... y curiosamente, tampoco de la campana.

-Oh, cielos - murmuró entre dientes -. Con esto no contábamos...

Sin pararse a pensar siquiera si los sacerdotes seguirían en la iglesia o si le verían salir del campanario, Aureole salió a toda prisa del templo para reunirse con los demás, con Stanley pisándole los talones. Cullen estaba junto a Hailey, que tenía la vista puesta en el suelo. Un aire de nerviosismo parecía rodear a ambos. El sangromante se les acercó rápidamente y les instó a moverse.

-Su hermana tenía razón, señorita Sullivan. Hay, o mejor dicho, había un aura en ese campanario, y ahora ha desaparecido... junto con la campana. Puedo asegurar que no se trataba de una bendición, más bien de una energía arcana que muy posiblemente podría actuar de forma por completo opuesta. Había intensas emociones ligadas a ese poder; emociones negativas, para ser precisos, y hasta un punto abrasador. Tan pronto como el aura se desvaneció, la campana hizo otro tanto. Sugiero que avisemos a Constantine de inmediato. Sea lo que sea que dijera que está por ocurrir, me temo que ya puede haber empezado.

La estucho atentamente, deduciendo que seguramente haría relativamente poco que había descubierto sus poderes. Le iba a contestar pero la forma extraña de actuar del cigarro le llamo toda la atención, preguntándose qué le ocurría. Al prenderse de repente no pudo evitar dar un paso para tras y ver que palabra formaba para luego desaparecer con la brisa. Definidamente a Hailey no le iba a gustar para nada saber que alguien o algo les decía que se fueran a un lugar donde seguramente habría fantasmas para parar un caballo desbocado. La contestación de la chica le pilló por sorpresa ¿de dónde sacaba lo del gato? Se preguntó Cullen, cayendo después en la cuenta que dicha palabra estaría en castellano y por eso la pelirroja no pudo leerla en todo su esplendor ya que el único que entendía el castellano era él.

Ojala significara gato pero la palabra estaba escrita en castellano y su significado es… Catacumbas. Quien sea que lo haga hecho quiere que vayamos a dicho lugar, esperaremos al señor Aureole para saber qué hacer.

Como si sus palabras lo hubieran invocado, el señor místico no tardó en hacer acto de presencia, revelándoles más información. Ellos también le comentaron lo que había pasado. El caballero dejo que la dama hablara sobre lo del pozo y él se puso a revelar el misterio de la ceniza.

A nosotros unas cenizas nos han rebelado una palabra: Catacumbas. Intuimos que quieren que vayamos a dicho lugar. Yo también apoyo lo de avisar a Constantine pero no disponemos de mensajero ni sabemos su paradero…

Al fin sabia como se llamaba el caballero de la gabardina. Como era de esperar Cullen no podía memorizarse y saber la utilidad de todos los inventos que existen en la actualidad, incluyendo el teléfono móvil en la lista.

— Te equivocas... Tenemos un mensajero.

Clavé la mirada en ninguna parte, o más bien, en mi hermana Ruby, aunque para ellos fuera una nada junto a nosotros. Vi mi propio rostro sin cicatrices deformándose en una mueca de incredulidad y cuando sus pálidos labios se movieron, llegaron las palabras de la pelirroja fantasma, tan claras que parecería que estaba de verdad entre nosotros. Aunque ellos no pudieran escucharla - o al menos, yo pensaba que no podían, - ahora ya sabían que no hablaba sóla y podía hablar sin riesgos.

— ¿Estás de broma? No puedo separarme de tí.

— Falso, podemos.

— ¿Y si me pierdo y estamos separadas para siempre?

— Cuando nos separamos yo me fui del piso y tu pudiste quedarte. Me fui hasta Cold Spring mientras estábas en el ático. Incluso si pudieramos separarnos sólo de Brooklyn hasta Manhattan ya sería una distancia suficiente para lo que nos proponemos ahora. John no puede estar tan lejos y una vez con él nos reencontraremos. — Giró los ojos en blanco y desvié la mirada, pensando. ¿Qué haría yo en su lugar? Irme de la zona de peligro, ponerme a salvo. Toda esta mierda me supera y no tengo por qué quedarme. Pero lo hago. Por John... Y por ella. — Ese capullo inglés es nuestra mejor oportunidad de ayudarte y hacer que las cosas estén bien por una vez. Además, ya has escuchado lo que dice Aureole. Lo que sea que nos ha traído hasta aquí, es posible que ya esté en funcionamiento y nos va a terminar estallando en la cara. Así que te lo pido por favor. .— Sentí un nudo en la garganta. Hablar así no era propio de mí. No me sentía yo misma. — Haz el favor de mover tu puto culo fantasma y ayudar. — Ah... mejor.

Contemplé el rostro lívido de Scarlett, su mirada que parecía regañarme desde aquellos ojos desprovistos de vida, y arqueé las cejas con suficiencia, como si la tentara a intentar responder. En su lugar, vi cómo se desvanecía en el aire. Bien podía hacerme caso e ir a buscar a John, o podía simplemente dejarme tirada y largarse... No sé. A alguna parte. En cualquier caso no lo sabría hasta que volviera a encontrarme con el británico y por supuesto ahora no tenía intención de buscarle. Ni de advertir a mis compañeros de mi pequeña duda sobre la lealtad de mi gemela fantasma.

— A las catacumbas, pues. Y supongo que este es un momento perfecto para avisaros de que no tengo puñetera idea de cómo controlar mi poder y mi única habilidad ahora mismo es... — Me quedé un instante en blanco. ¿"Única habilidad"? ¿Qué cojones? Tengo otras cosas que se me dan bien, atravesar paredes no es lo único que me define. Tengo que intentar sobreponerme a todo esto, ya. — Quiero decir que lo sobrenatural se me escapa. Puedo ser vuestros ojos y oídos, pero poco más. Físicamente sé defenderme, cosa que me va a valer de bien poco si nos atacan las sombras del pozo, pero se me da bien correr y voy a tardar poco en ponerme a salvo si la situación así lo llama. Así que no os preocupéis por mi integral física, que de eso me encargo yo.

Al parecer, los acontecimientos habían decidido tener lugar sin esperar a pedir la opinión de nadie, dirigiéndose hacia su destino a través de cauces que todavía no podían ver, todos al mismo tiempo. Cullen mencionó las cenizas y Aureole las relacionó sin tardar con la abrasadora energía del campanario. Hailey habló del pozo y de lo que había sentido en su interior. Posiblemente esa abertura conectase con las ya mencionadas catacumbas, aunque era pronto para emitir un juicio sobre el tema. Disponían de poca información. La joven se ofreció a avisar a Constantine, por lo que Aureole decidió que prepararía algo para contingencias.

-Si hemos de internarnos en esas catacumbas, lo primero es encontrar un acceso. Señor Rutherford, usted que se maneja bien con el idioma, ¿cree que podría preguntar a los sacerdotes al respecto? Ignoro si estarán de humor para contestar a ese tipo de preguntas, o siquiera si tendrán conocimiento de las catacumbas. Pueden tener un origen tan antiguo que ni tan solo sepan de su existencia, de modo que le recomendaría proceder con cautela. Yo tengo algo que hacer, si me disculpan un momento. No tardaré. Stanley, viejo amigo, quédate aquí. Llamaremos menos la atención si voy yo solo.

Dicho esto, el sangromante se separó de ellos y empezó a buscar con la mirada un lugar que encajara a sus propósitos. Empezó a caminar por la calle principal, pero tan pronto como pudo se desvió hacia un lateral de la misma. Caminaba deprisa, sin molestarse en apoyar el bastón en el suelo, mientras observaba con atención el entorno. Necesitaba un lugar poco transitado o, mejor aún, desierto. En aquel pueblo antiguo tenía que haber callejones estrechos o sin salida por los que nadie necesitara o quisiera transitar. Un lugar donde nadie reparase en lo que iba a hacer.

Al cabo lo encontró: un reducido patio con una única entrada estrecha y destartalada, que quedaba flanqueado por varias casas de piedra como un valle se rodeaba de montañas. En su centro crecía un árbol, un limonero, verde y saludable al abrigo de los elementos. En su contorno solo había dos puertas que comunicasen con las casas, y al menos una de ellas parecía estar atrancada desde el interior y mal cuidada, así como las ventanas que se abrían en el muro a su lado. Debía hacer mucho que no se usaban.

Aureole ojeó discretamente la otra puerta. Al contrario que la otra, parecía totalmente funcional, pero confiaba en que nadie fuese a salir de la casa mientras trabajaba. Con suerte, sus ocupantes estarían disfrutando de la fiesta. Decidido a aprovechar el momento, el mago se acercó a la esquina del patio más cercana a la puerta y se agachó. El suelo de tierra no había sido invadido por las malas hierbas, cosa que le beneficiaba. Aureole empleó la punta del bastón para trazar un círculo y en su interior dibujó un intrincado símbolo con líneas sinuosas que convergían. Nada más terminar se agachó y se quitó un guante. Con el poco gusto que parecía sentir por la mugre o el contacto humano, a muchos les habría extrañado que acto seguido plantase directamente la mano en la tierra, justo en el centro de su círculo.

No había nadie cerca, nadie que pudiera oírlo. Sus labios se movían, no para ser escuchados, sino para ser respondidos. No para alcanzar los oídos, sino la materia. Su misma materia. En respuesta, la mano sobre la tierra se agitó. Un flujo obediente recorrió la palma bajo la piel hasta alcanzar los dedos. Aureole contuvo una mueca. Rezumando a través de las líneas arremolinadas de sus huellas, la sangre empapó la tierra. Lentamente al principio, más rápida cuando la piel se agrietó, llenó cada recoveco del símbolo sin desviarse de sus líneas. Aureole continuó recitando su conjuro hasta que todo el círculo quedó marcado con el rojo de su fluido vital. El hechicero retiró la mano poco a poco y, con un último susurro, la sangre fue absorbida por la tierra como si fuese una esponja.

El hechizo terminó. Aureole se irguió con cierto esfuerzo. Apresurar ciertos tipos de magia tenía un efecto más agotador que de ordinario en él, pero estaba satisfecho. Con eso tendrían algo preparado por si las cosas se torcían.

Bien, este es un buen lugar al que regresar. Discreto y poco transitado, se dijo. Ahora espero que los demás no quieran echar una carrera...

El hechicero se limpió meticulosamente la mano con un pañuelo. De las heridas abiertas en sus dedos no quedaba ni rastro. Volvió a colocarse el guante y cuando salió del callejón que llevaba al patio, buscó el campanario de la iglesia por encima de los tejados de las viviendas, encaminándose directamente hacia allá. Sus compañeros (qué raro se le hacía todavía la idea de tenerlos) debían estar impacientándose. Mientras caminaba, el vigor que un hombre de su edad no debía tener se resintió un poco a consecuencia del esfuerzo.

-Me parece que voy a tener que recurrir a mis pociones un poco antes de lo debido. Lástima. No me gusta nada la idea de saltarme los horarios.

No tardó en llegar de nuevo a la iglesia y reunirse con Hailey y Cullen. El efecto de su anterior hechizo se había desecho al salir del campanario, con lo que no sabía a ciencia cierta si la hermana de la joven había salido ya en busca de Constantine. Desde su marcha habían pasado varios minutos, pero a él se le había hecho bastante más largo.

-Pues bien, ya estoy aquí -anunció innecesariamente-. ¿Alguna novedad? ¿Sabemos ya adónde ir?

Aunque supiera que estaba hablando con su hermana fantasmal le seguía pareciendo extraño no ver nadie en el punto de mida de la pelirroja. En su época la habrían enviado a la hoguera por bruja a no ser que consiguieras el respecto de la inquisidora y dictara que esos poderes eran divinos, como era su caso.

No se aflige Hailey, tómeselo como un entrenamiento. Puedo imbuir en mi espada luz sagrada, muy eficaz contra los seres de las tinieblas. Por lo tanto luchare contra ellos siguiendo sus indicaciones.

Instintivamente acaricio el mango de su espada cuando estaba hablando de ella. Después de mirarla con tranquilidad miro al hombre, esperando que el también revelara un poco sus poderes para dar más fuerza y seguridad al grupo, pero al parecer era más reservado de lo que pensaba. Cullen estaba muy tranquilo sabiendo que habría una alta posibilidad de luchar contra esos extraños seres del pozo, pero era porque para el ex templario era el pan de cada día, al menos cuando estaba en su tiempo. Le podía preocupar haber perdido un poco la practica al no haberse batido en duelo desde que llego a la época moderna, sería como montar a caballo; una vez que se aprende nunca se olvida. La sugerencia de Aureole le pareció correcta y prendió rumbo una vez más hacia la iglesia, no sin antes voltear a ver a la mujer y al extraño hombre antes de entrar. Una vez dentro se santiguo y realizo una pequeña plegaria a Dios para que le protegiera contra los seres del pozo. Poco tardo el padre en aparecer delante de él, parecía sorprendido de que alguien fuera del pueblo volviera entrar a la iglesia. El herrero hizo una pequeña reverencia antes de hablar.

Perdone que le vuelva a molestar Padre, me gustaría disculparme en nombre de mi hermana por salir de esa manera de la iglesia y pediros si conocéis el paradero de las catacumbas, a mi padre le gustaría verlas antes de que se pusiera el sol.

El curo le restó importancia al asunto, como si quisiera olvidar cuando antes mejor el accidente del pozo. Le explico tranquilamente donde se encontraba y se despidieron de forma cordial. Volvió con su grupo dispuesto a revelarles el paradero de las catacumbas.

El cura me ha revelado que las catacumbas es un lugar sellado, inestable, que hace mucho que nadie baja por ahí. Pero que si nos queremos arriesgar hay una forma opcional de bajar: hay una cisterna bajo el ayuntamiento con la cual acceder a las catacumbas. Se puede visitar ya que está abierta al público y nadie del ayuntamiento nos dirá nada.

El problema interno que tenía Cullen era saber que era un ayuntamiento. Por la formación relevado por el padre era un lugar importante ya que nadie tiene tal accesos a un lugar tan insólito, seguramente sería la casa de un noble o la casa de la villa. Por suerte había un post informativo cerca de ellos donde señalaba la dirección del ayuntamiento.

Según ese tablero informativo el ayuntamiento está por aquella dirección.

Primero señalo el post y luego la dirección donde marcaba, empezando a andar leyendo cada panfleto o dirección para saber que iban por buen camino. Al cabo de unas cuantas calles llegaron frente del ayuntamiento del pueblo, que por suerte lo indicaba con letras grandes en la fachada del edificio.

Fuera de ROL: Lamento si hay faltas de ortografía. Acabo de formatear el ordenador y estoy probando un navegador nuevo, y tengo el dichoso autocorrector en inglés, así que me está borrando tildes y cambiando palabras, como un por in. Lo intento corregir según lo veo, pero puede que se me escape algo. Lo siento.

Las esperas se hacían todavía más eternas cuando te morías por abandonar un lugar y volver a la seguridad de tu hogar. Esa palabra se me hacía extraña. El modo en que Constantine me había hecho recordar mi pasado, hacía que muchos recuerdos parecieran recentes, aunque los viera desde los ojos de una niña. Parpadeé un par de veces y suspire, intentando apartar de mi mente todo aquello que ahora mismo no tenía importancia. Para mi siempre la tendría, por supuesto. Pero no aquí. No ahora.

Miré de nuevo al templario mientras este se iba de nuevo a preguntar las indicaciones. Rutherford, quien seguía esforzándose por hacerme sentir bien y ayudarme, un cristiano redomado al que parecía, sin embargo, no importarle aquellas cosas que según las películas me hubieran granjeado una persecución. Seguía esforzándose en animarme y hacerme sentir segura, y ese sentimiento, lejos de darme rábia, como había pasado tantas otras veces, me dejó desconcertada. ¿Se suponía que debía aceptar sin más? ¿Debería darle algo a cambio? ¿Esperaba el rubio algún tipo de recompensa? Quise dar otra calada a mi cigarrillo, sólo para darme cuenta de que se había consumido solo, apagado entre mis dedos. Me estaba encendiendo uno nuevo cuando llegaba Aureole. Aunque esta vez, mis manos ya no temblaban y no necesité ayuda alguna para hacerlo. Tal vez, Cullen estaba logrando calmarme... Un poco.

Cuando nos reunimos todos, retomamos el rumbo hacia el ayuntamiento. Nadie preguntó a Aureole qué había ido a hacer, pero tampoco parecía que estuviera desconfiando de nosotros, y Cullen tampoco parecía alterado por el hecho de que me hubiera dejado sola para ir a hacer vete a saber qué y no hubiera dado explicaciones, así que me armé de valor, ignoré los fantasmas que de vez en cuando se cruzaban por nosotros y caminé junto a ellos, confiando en mis compañeros pero... Preparada para abandonarles si lo necesitaba.

Una vez en el interior del ayuntamiento, me chocó el cambio de estética que había dentro y lo que se veía desde fuera. Me recordó vagamente a la sensación que había tenido al adentrarme por primera vez en la casa del misterio, aunque esta era, por mucho, mil veces más ordinaria. Al fondo había una mujer que nos miró con cara de malas pulgas, e inconscientemente la mire frunciendo levemente el ceño, desafiante. Si intentaba decirnos algo, no la iba a entender, pero tampoco me quedaría callada. Y si ella no me entendía a mi, era su problema. Esperé a que alguien de los dos que me acompañaban encabezara el grupo y nos guiara a donde tuvieramos que ir, quedándome la última y cerrando el grupo. Normalmente, tras de mi, vendría Ruby, pero no sabía nada de ella... Todavía.

Una vez en el patio, miré a mi alrededor, y en cuanto reconocí el rostro de mi Hermana, les susurré un "allí" a media voz, y les guié hasta mi hermana. Vi el cartel en la puerta, pero para mí, ya podría poner que era el baño que no lo entendería. Fruncí el ceño y supongo que Ruby comprendió al acto lo que pasaba por mi cabeza.

— No sé que habrá ahí, pero es por donde se ha ido John.

— Me alegro de verte, Ruby. — Y era cierto. Vi que esas palabras aplacaban el mal humor de mi gemela y su mirada, pese a la situación en que se encontraba, se volvió ligeramente cálida. Eso me hizo daño. — Constantine está aquí. — comenté a mis compañeros, y sin pensármelo dos veces, cerré la mano entorno al pomo. No llegué a abrir la puerta. Sentí un escalofrío, y se me erizó el vello de la nuca. Solté la puerta y di un paso atrás, vacilante, incapaz de seguir abriéndo la marcha. Incapaz, además, de decir una palabra más. No sé por qué. Tal vez no tenía ninguna razón de ser. Pero... Eso me daba muy, muy mal rollo. — ...

Cullen había demostrado la utilidad de aprender idiomas cuando comentó las palabras que le había dedicado el sacerdote. Al parecer, una cisterna bajo el ayuntamiento permitiría acceder a las catacumbas, donde habría que tener cuidado debido a su estado. Dicha cisterna era visitable, de modo que allá fueron los tres, entrando en el edificio grande, con aspecto de antiguo y de varias reformas. No hizo falta preguntar a nadie por el lugar que buscaban; el caballero señaló un cartel que les llevó, mediante un breve descenso, a una especie de patio interior. Siguieron las voces de la gente hasta llegar a la cisterna, llena de fotografías antiguas que los lugareños y otros visitantes ojeaban con relativo interés. No lejos de allí había otra puerta, y esta vez fue Hailey quien les condujo hasta ella. Dadas las indicaciones del cura y el cartel que había en ella, tenía que ser el acceso a las catacumbas.

-¿De modo que ha venido por aquí? Extraño que no nos haya comentado nada luego de regresar de las afueras... Quizá el tiempo apremiaba. En cualquier caso, está claro lo que hemos de hacer. Aprovechemos que nadie parece estar mirando.

Aureole echó mano de la manija, con cuidado, comprobando si estaba cerrada. Aparentemente, el personal no parecía creer necesario más que el aviso en la puerta, ya que completó el giro, pero el sangromante no fue capaz de abrir. Aureole frunció ligeramente el ceño, y a la orden telepática apareció Stanley, que sí que atrajo más de una mirada. Por suerte, lo imponente de su figura hacía que los curiosos prefiriesen no quedarse mucho tiempo con los ojos fijos en él. Viendo que su amo señalaba a la hoja de madera, el golem camuflado se acercó, tiró de la manija hacia atrás y empujó hacia adelante. La puerta se desatascó, giró sobre sus goznes con un leve chirrido y dejó a la vista la oscuridad del otro lado.

-Tenebroso cual boca de lobo... y lleno de tropiezos, según el buen pastor. Será mejor contar con algo de luz. Permítanme...

Si esperaban que lanzase un hechizo o similar, quedaron decepcionados. Aureole se limitó a sacar de un bolsillo interior de su traje lo que parecía un par de piedras de río, redondeadas y planas, de un color verdoso muy oscuro. El sangromante las tuvo en el hueco de sus manos enguantadas y procedió a frotarlas vigorosamente. Al poco, ambas piedras se iluminaron con un fulgor pálido que salía de su interior. El hechicero dio una a cada uno de sus compañeros.

-Esto nos servirá. Basta con frotarlas un poco - explicó-, el calor de la mano las mantendrá encendidas. Una linterna habría enfocado mejor el haz de luz y nos permitiría ver más lejos, pero no he traído artilugios semejantes, así que si nadie más tiene algo parecido habrá que conformarse.

Aureole se apartó para permitirles entrar. Casi al mismo tiempo, exhaló un suspiro y se concentró en el mismo encantamiento que había empleado en el campanario. Quería comprobar si el mismo mal que había entrevisto allí se encontraba cerca. Si los presentimientos de Constantine eran ciertos, a buen seguro tendrían más de una sorpresa ahí abajo, pero si podían ahorrarse parte de ella o cualquier otra que les saliera al paso, tanto mejor.

Ambulare per caligo, semper in umbra.
Vagari per tempus, abscondita a mundi.
Semper si anima habet visionem,
videbis omnes manes heri.

Casi al momento de terminar su canturreo, la imagen translúcida de una joven pelirroja se perfiló junto a Hailey. Ligeramente asombrado, pues ya tenía noticia de que les acompañaba, el sangromante se llevó la mano a la chistera y lo levantó en un saludo.

-Bien, sugiero que entremos antes de que mi Stanley llame demasiado la atención. Ya llevamos demasiado tiempo parados en este lugar. Aconsejo cautela, no vaya a ser que antes de encontrarnos con una situación sobrenatural tengamos que lidiar con un esguince por no ver bien por dónde nos movemos.

El herrero iba indicando al grupo por donde ir leyendo las indicaciones. Al llegar a la cisterna pudo admirar por un leve tiempo esos extraños cuadros brillantes como cristales, de nombre “fotográfica” ya que era lo único que no entendía del letrero "Exposición fotográfica en la cisterna". En el patio leyó el cartel de la puerta pero no lo tradujo; era innecesario ya que pusiera lo que pusiera iban a pasar igualmente, pero ese extraño símbolo si que no lo entendía. Las palabras de la pelirroja les indicaban que estaban en el lugar correcto para seguir la pista de su quito miembro del grupo. Mientras sus compañeros intentaban abrir la puerta el observaba los alrededores, hasta las plantas altas, asegurándose de que nadie los observara. Al sentir el chirrido de la puerta se volteo hacia ellos para luego recibir una piedra brillante, mirándola con curiosidad, le recordó a sus runas de luz. Se fue pasando la piedra entre sus manos apretándola con algo de fuerza, comprobando que tan cómoda pudiera ser. Se acercó a la entrada más que los demás y gracias a la pierda pudo comprobar del espacio que disponían; calculaba que unas tres personas podían ir juntos por esos pasillo.  Volvió con su grupo mientras guardaba la piedra en uno de sus bolsillos quedando ligeramente iluminado. Se sorprendió de ver el espíritu de la hermana de Hailey, de nombre Ruby si no recordaba mal. Como un buen caballero hizo una leve reverencia en modo de saludo.

Estoy de acuerdo con Aureole, por lo siguiente nosotros lideraremos el grupo: me iluminaras el camino a la vez que ataques con tu magia ¿eres mago de ataque?

Por estas cosas era necesario saber las habilidades de todos los compañeros de viaje, siempre va bien para trazar un plan.

Hailey y Ruby iréis en el centro: iluminareis el grupo y nos indicareis la presencia de enemigos. Y usted señor Stanley cerrare el grupo, protegiéndonos de enemigos que osen atacarnos por la espalda.

Mientras explicaba la formación iba mirando a cada uno para que nadie se sintiera excluido. Sin perder más el tiempo entraron en las catacumbas. Cullen aprovechó que ya no estaban en el exterior para quitarse el escudo de la espalda y desenvainar su espada, preparado para atacar a cualquier enemigo que se le cruzase por el medio.

Cuando íbamos a avanzar por aquel angosto pasillo, pasaron dos cosas que me hicieron darme cuenta todavía más de cuánto desentonaba yo en toda aquella situación, de lo poco que realmente podía aportar como compañera de piso. La primera, fue que Aureole demostraba estar mucho más preparado de lo que habría estado yo aunque lo intentara, ofreciéndonos una extraña piedra que mantenía el brillo, según había dicho él, gracias a la calor de nuestra propia piel. Un item que me parecía la mar de útil en... bueno, mi antiguo trabajo y en aquella vida que ahora intentaba dejar atrás.

La segunda fue que després de recitar esa especie de salmo, todos podían ver a Ruby. Mi hermana les miró a ambos con una sonrisa encantadora, siendo una réplica exacta de mi persona, pero sin la dureza de mi mirada, sin las cicatrices que marcaban un recordatorio constante de mi vida, sin la piel morena bronceada de la constante exposición al sol y la vida en la calle. Mi único aporte, aquella extraña capacidad de ver aquello que el resto no podía, ahora era algo compartido con el resto del grupo y mentiría si dijera que no me importó. No por dejar de sentirme única y especial, si no porque ponía todavía más en evidencia lo poco preparada que podía llegar a estar para ese tipo de situación.

Así que me sumí en silencio y caminé. Caminé la primera, sin pensar en lo que hacía, y dejando que el resto siguiera a mi espalda. Una idea que era completamente estúpida si te parabas a pensar en que me encontraba totalmente expuesta a todo. Sabía pelear, de lo que había aprendido en las calles, pero eso de poco servía contra fantasmas, y mi única defensa gracias a mi poder, el poder escabullirme de cualquier situación, se encontraba ahora personificada en forma de espíritu a mi espalda. Ni siquiera me detuve a mirar los nichos. Siempre había sentido un gran respeto por ese tipo de lugar, debido al efecto que tenía en mí los vestigios de las vidas pasadas, y la permanente sensación de estar rodeada. Pero en esa cisterna, aquella sensación era tan insistente desde una primera instancia, que no me quería parar a ver si en esas "tumbas" era más o menos fuerte. Y encima empezaron los lamentos, como cuando lo había escuchado en la iglesia, y sentí mi cuerpo tensarse. Cada paso era un esfuerzo contra mi voluntad, que sólo el orgullo y el enfado lograba superar, forzando un pie tras el otro, con las manos cerradas en un puño. Cuando aparecieron a nuestro alrededor, susurrando, pasé de ellos. Por extraño que pudiera resultar, fijé la vista hacia adelante, ignorando su presencia. Estaba un poco acostumbrada a esas apariciones hasta el punto de poder imaginar que soy una persona normal y no podía verlos. Me seguían poniendo nerviosa, molestándome, dándome miedo. Pero ya me habían pillado con la guardia baja en la iglesia, no pensaba darles ahora el gusto de ponerme más en tensión de lo que ya estaba. Si intentaban tocarme, tenía las piernas preparadas para salir huyendo como alma que llevaba el diablo. La piedra de Aureole seguía firme en mi mano pero noté como su iluminación parecía volverse menos intensa con cada paso que daba y la tomé con ambas manos, intentando frotar para devolverle el brillo... Pero no funcionaba.  Cuando divisé algo de luz al final del camino, al final opté por llevarme la piedrecilla al bolsillo trasero derecho del tejano.  Y cuando la antesala se abrió ante mis ojos, y di el primer paso hacia su anterior, inmediatamente caminé hacia la izquierda, haciendo paso para que el resto pudiera reunirse conmigo en aquél lugar y no formar un tapón. No despegué la espalda de la pared. Aquellas cinco personas daban muy, muy mal rollo. Y cuando al fin me fijé mejor en el lugar en el que estábamos...

— ¡John! — Di un paso adelante, pero sólo uno. Pues aquellos encapuchados escucharon, al igual que nosotros, un crujido a nuestras espaldas. Desenvainaron unas dagas y entonces di dos pasos hacia atrás. O más bien, uno y medio, golpeándome la espalda contra la pared. Se me escapó un jadeo de sorpresa, y me pegué todavía más a ella. Intentando fusionarme. Intentado pasar al otro lado y a través. Pero por más que apretara, el muro era inamovible. Esta vez no intenté mantener la compostura, y todo el valor que mostraba normalmente se escapaba de mis manos como si estuviera intentando sostener agua con los dedos separados. Se me escapó un grito nervioso, y golpeé la cabeza contra la pared, maldiciendo ser incapaz de cruzar a través de ella, como hubiera hecho de no haberme separado de Ruby.

Pero no podía huir. Y fuera por que había recuperado recientemente mis recuerdos y con ellos las experiencias vividas cuando no había tenido un techo bajo el que caerme muerta, o porque realmente la situación había cambiado y yo estaba cambiando con ella, volví a sentir aquél absurdo intitnto de supervivencia que había desarrollado en mis años en las calles. Y no hay nada más peligroso que un animal salvaje asustado y acorralado. Y en muchos aspectos, yo era una salvaje. Aquél, era uno de ellos.

Me avalancé a uno de los cinco, el que tenía más cerca, y me hice a un lado en cuanto hizo el primer ademán de intentar apuñalarme. Con mi mano izquierda sostuve el cuchillo, sintiendo la hoja penetrar la palma de mi mano e ignoré el dolor agudo y punzante que vino con ello, cerrando los dedos en torno al pomo y parte de la mano del encapuchado. La sangre cálida empezó a impregnar mis dedos, pero intenté que eso tampoco me hiciera aflojar el agarre. Flexioné el brazo derecho y clavé con fuerza el codo en su antebrazo, intentando forzarle a soltar el arma, y sin esperar a ver si la soltaba, o no la soltaba, o le partía el codo. Automáticamente alcé de nuevo el brazo e intenté un segundo golpe sobre su máscara. Y si conseguía desequilibrarle al menos, iba a pasar olímpicamente de él. John seguía tumbado en el suelo, tendido, con el pecho al descubierto, y desde donde yo estaba, no sabía siquiera si respiraba. Eso me ponía todavía más nerviosa. Ya no por los sentimientos que había acabado desarrollando por él, si no porque esperaba, deseaba de corazón, que su ayuda nos pudiera brindar algo de equilibrio a la balanza. Y sobretodo, porque le necesitaba para salir de allí.

No para que nos guiara, o nos mostrara el camino, o tuviera las visiones que parecían los fundamentos para toda esta... aventura. No. Era porque si John no salía de aquél lugar, tampoco lo haría Hailey Sullivan.

Con Aureole agitando una mano ante la pregunta de Cullen acerca de su magia ofensiva, se internaron más profundamente en el subterráneo. El hechicero no tardó en llevarse un pañuelo a la nariz para evitar que hiriera su sensibilidad el húmedo hedor a cerrado y polvo de las catacumbas. Con cierta discreción, Aureole había dejado que Cullen se adelantara ligeramente, por si los problemas. Una cosa era ayudar y otra hacerse el héroe, algo que reconocía de utilidad hasta cierto punto en el entorno inmediato, pero que demostraba escaso valor para las artes arcanas... salvo que uno quisiera consecuencias.

A medida que progresaban despacio y con agobio en la oscuridad de la tumba, el viejo mago se percató de que no había ramificaciones. Los constructores del lugar no se habían complicado con cámaras funerarias o diversos corredores en cuyas paredes poner a descansar a sus difuntos, sino que al parecer habían ido horadando la roca y excavando los huecos conforme la gente dejaba este mundo. El mero pensamiento de encontrarse en aquel punto y final de la existencia, al menos de la existencia física, le agobió. Llevaba mucho tiempo evitando contemplar aquellas mismas vistas, o tal vez las del lujoso panteón familiar, y verse ahora rodeado de cadáveres en descanso eterno le provocaba un malestar que intentaba relegar, sin éxito, al fondo de su mente. Por un momento, estuvo a punto de flaquear. Su cara se puso pálida. Necesitaba aire, espacio. Necesitaba...

Todavía no. Hay mucho por hacer. Tengo tiempo, se dijo varias veces.

Casi inconscientemente se llevó una mano enguantada al interior del chaqué negro. De un bolsillo interior sacó lo que parecía una pitillera, pero en su interior no había tabaco; solo una serie de ampollas de cristal fino alineadas pulcramente. Estaban llenas de un líquido rojizo cuyas burbujas, causadas por el movimiento desacostumbrado de su dueño, se deshacían rápidamente. Aureole apartó el pañuelo de la nariz el tiempo justo para abrir una de las ampollas e ingerir su contenido.

Se sintió mejor casi de inmediato, y agradeció que nadie se hubiera fijado en su pequeña crisis o, al menos, que no la mencionasen. Había salido preparado de casa, en previsión de imprevistos, como le gustaba decir. La ampolla vacía regresó a la pitillera y el sangromante volvió a centrarse en el camino lúgubre que desvelaban ante sí.

Al poco rato, la importancia de la vista cedió su puesto a la del oído. Voces o lamentos llegaron hasta ellos de algún punto más adelante. Las luces perdieron intensidad al aproximarse, siendo sustituido su fulgor pálido por una vaporosa bienvenida. Almas. Había espíritus de muertos en el aire. Dentro de lo normal que pudiera ser en un lugar de reposo como aquel, sus gestos de congoja y escasa presencia daban fe de su mal estado. Tocarles era inquietante, pues las visiones pasadas de sus vidas intentaban sobreponerse a la visión real. Hasta qué punto eran siquiera conscientes de sí mismos esos fantasmas y no meros ecos que se repetían en un coro incansable, era difícil saberlo. Cuanto más avanzaban, más audibles eran sus murmullos, aunque no siempre más inteligibles. Y entonces, cuando las piedras luminiscentes ya no parecían tener más utilidad, vieron luz. La luz de una llama.

Cullen iba delante, pero Aureole alcanzó a ver más luces. Antorchas, dispuestas en círculo. Mala señal. Si bien en una cámara como aquella era lo lógico, el hecho de que no fueran teas sujetas a las paredes sino colocadas expresamente en el suelo implicaba una preparación. No se precisaba de tantas antorchas para iluminar un área como aquella. Sin embargo, si uno buscaba conducir ciertas energías o situar puntos precisos para manipulaciones rituales, el círculo era lo más habitual. Y el otro círculo, el interior, terminó de confirmar su impresión. Cinco asistentes, con atavíos parejos. Un punto central: el de la ofrenda sacrificial. Y dicha ofrenda llevaba una gabardina bien conocida. El grito ahogado de Hailey evidenció que también ella lo había visto.

Quién pisó donde no debía era poco importante. La cuestión era que las cinco figuras se habían vuelto hacia ellos. Todos iban armados y ninguno se tomó a bien la intromisión. Entonces todos empezaron a moverse. Los cultistas acometieron cuchillos en ristre. Hailey no perdió el tiempo e hizo lo propio, enfrentándolos incluso a pesar de estar desarmada. La proporción numérica jugaba en su contra. Es decir, si uno no tenía en cuenta que eran cinco contra tres... y un gólem. Pero un rehén potencial podía cambiar las cosas. El sangromante vio las cosas claras, aferró su bastón con fuerza y ordenó:

-¡Stanley, saca a Constantine de aquí!

Allá fue el gólem, abriéndose paso con delicadeza entre Hailey y Cullen, y con brutalidad entre los atacantes. Sus cuchillos buscaron la carne, mas encontraron la arcilla moldeada. Stanley agitó dos brazos como las piernas de un hombre adulto y lanzó a dos cultistas cada uno contra una parte distinta de la pared circular. En apenas unos pasos había llegado hasta Constantine y lo aupó sin que pareciera pesarle más que una pluma. El gólem retornó hacia la entrada, pero sus oponentes no estaban dispuestos a dejar que se llevaran a su ofrenda. Eran demasiado rápidos para él y ahora tenía las manos ocupadas.

-¡Jhataka! -bramó Aureole en otro idioma.

El pomo de su bastón lanzó un destello que se disipó en décimas de segundo. Si bien cualquiera que lo mirase podría quedar cegado, solo Stanley y los cultistas estaban en semejante posición. Además, no era esa su idea. Casi con la misma rapidez con que se había apagado la luz se reagrupó, pero no en el bastón, sino en el pecho del enemigo más próximo a Stanley. La onda de choque restalló contra sus costillas con la fuerza de un puñetazo cuya fuerza no desmerecería la de un profesional. El sangromante confiaba en que un ataque de esa naturaleza y tan rápido como inesperado hiciera retroceder a su oponente.

Parpadeo ante el gesto de Aureole, no sabía si su respuesta era afirmativa o negativa. No entendía porque no podía decirle un claro y rotundo no o un sí. Cullen era un hombre sencillo y le gustaban las cosas sencillas. Al Herrero era el que menos le molestaba el ambiente enrarecido y el aroma a muerte. No era que oliera a rosas, pero al estar largo pedidos de tiempo en batallas uno se vuelve casi inmune al olor putrefacto de los cadáveres en descomposición. Por suerte no estaba estancado de agua porque si no habrían salido todos por patas ante el fuerte olor que produce un cuerpo muerto en aguas turbias. Los espíritus de los muertos no tardaron en recibirles y el rubio intentaba ignorarles, no quería que ningún espíritu jugara con su mente. Al ver a Hailey tomar la delantera quiso decirle que volviera a su posición, pero se calló, pensando que la mujer necesitaba un poco de espacio para pensar en sus cosas ¿pero en un momento como este? Nunca entendió las mujeres de su tiempo menos iba a entender las del futuro.
Finalmente vieron el final del pasillo y no le extraño para nada encontrándose unos fanáticos haciendo el imbécil con rituales de sangre que nunca trae nada bueno. Donde había más espíritus de lo normal siempre había esa gentuza, era algo que había aprendido con los años. Ante esa clara ofensiva no se hizo de rogar y al primero que se le cruzo en su camino lo golpeo con el escudo anulando su defensa para inmediatamente clavarle la espada en su pecho, matándolo en el acto. Una vez desecho de él fue ayudar a sus compañeros y el que lo quedaba más cerca era la pelirroja. Aprovechando que le tenía medio inmovilizado le dio una patada en su hueco poplíteo para obligarle a perder el equilibrio y dejar libre a su compañera. Inmediatamente la rodilla del enemigo toco el suelo le clavo la espada en la clavícula, perforando algún órgano vital asegurando su muerte. Vio como su compañero Stanley era levemente herido por el enemigo dándole la oportunidad a Cullen de ver que esas heridos solo habían escarbado arcilla, comprendiendo así que su compañero no era humano, sino un golem o cualquier otra criatura de tierra, ahora entendía su extraño comportamiento.

Golems, ritos satánicos, espíritus, magia, batallas, muerte. Cullen hacía meses que no se sentía tan cerca de casa como ahora y la fina sonrisa que adornaba su rostro lo demostraba. No era el hecho de matar gente el que le devolvía a su hogar, sino la situación de video o muerte, la de rescatar a un camarada, la de que en cualquier momento escuchara la voz de su esposa y camaradas de armas anunciando que todo estaba despejando. Esos escasos segundos de nostalgia le brindaban la esperanza de seguir luchando para poder volver a su hogar. Al ver como el enemigo bloqueaba la única salida volvo a blandir la espada contra ellos. Efectivamente el mago logro hacer retroceder al fanático brindándole la oportunidad el ex templario de cortarle la yugular, pero le dio con tal fuerza que le corto el cuello haciendo volar la cabeza unos pocos metros de ellos. Impresionado se quedó mirando su espada, no recordaba haber afilado tanto la hoja. Finalmente solo quedaban los dos cultistas que el golem había hecho volar, que se retorcían de dolor por el fuerte impacto que habían sufrido pero que intentaban ponerse de pie para impedir que su ofrenda se escapara.

Escapar ahora, yo os cubrió las espaldas.

Dicho eso se encamino hacia ellos haciendo girar su espada en un ágil movimiento, indicando que iba a poner punto final a todo esto. Sin darle tiempo al enemigo le lanzo su escudo a uno tumbándolo, aprovechando esa pequeña distracción hizo un corte horizontal cortándole la barriga el que estaba en pie rematando la faena con una estocada en el corazón. Finalmente solo quedaba uno con vida, que en un intento desesperado por vivir le lanzo el escudo y se lanzó contra el rubio con claras intenciones de apuñalarle. Todo era tan evidente que solo le hizo falta esquivar el escudo y apartarse a un lado para evadir la daga y estar lo suficientemente cerca de el para ponerle el pie, haciendo que se cayera estrepitosamente contra el suelo. Era un error tan común en los aprendices de caballería que para un experto como él era fácil esquivarlo. Para no alargar más su agonía le clavo la espada en su cabeza, matándolo en el acto. Una de las cosas que aprendes al luchar con tantos fanáticos de los rituales era se tenía que asegurar que todos estuvieran muerto, porque con uno que quedara con vida podía utilizar la sangre de sus compañeros e invocar a un demonio. Era demasiado mayor para esos trotes y decidió evitarlo a toda costa. Arranco un trozo de túnica para limpiar su espada y su escudo, si salía con sus armas ensangrentadas podría asustar a alguien, una vez todo limpio envaino su espada y guardo su escudo en su espalda ocultándola bajo su largo abrigo. Una vez todo estaba tranquilo cogió una de las antorchas del suelo y se puso a recorrer el largo pasillo hasta encontrar a sus compañeros. Mientras recorría los oscuros pasillos iluminado por la luz de la antorcha se fue limpiando la cara con un pañuelo de tela que traía entre sus pertenencias, guardándolo una vez sintió que estaba limpio.

¿Cómo se encuentra nuestro camarada? Propongo llevarlo al hostal para que descanse debidamente.

Dijo con la respiración algo agitada, hacía tiempo que no se movía con tanto ímpetu, recordándole que tenía que seguir entrenándose.

Ver a John en aquel estado no hacía nada por calmar el miedo y la inseguridad que se habían ido acumulando a lo largo de aquella visita a España. Entre los tres habíamos logrado despachar rápidamente a aquellos hombres enmascarados, pero Constantine no fue capaz de alzarse y venir por su propio pie. En su lugar, tuvo que ser el acompañante del sangromante quien le sacara a rastras del lugar. Ruby me seguía en silencio, y agradecí por una vez no tener que soltar sus comentarios agrios a cada cosa que le parecía mal, que para entonces no eran pocas. Yo no me sentía muy distinta, y estaba odiando cada segundo de mi existencia. Pero tenía cosas más importantes de las que preocuparme. Hasta que poco a poco JC dejó de patalear.

Me esperaba cualquier cosa. Un comentario cínico, una gracieta sin gracia, más improperios, una explicación. Se cumplió la primera parte cuando exigió que le bajaran, pero me sorprendió lo que vino después. Se desgarró todavía más la camisa y tomó mi mano, envolviéndola con dedicadeza. Y me llamó amor. Sí, ya me lo había dicho antes pero… No me acostumbraba. Era una palabra demasiado ajena para mí, aunque resultaba electrizante escucharla de sus labios y me hacía suspirar.

Por suerte para mí, la situación era lo suficientemente apremiante como para que nadie se quedara demasiado atento en mis propias mierdas, en como una simple palabra era capaz de dejarme tan aturdida. Intenté empujar ese sentimiento a lo más profundo de mi mente para poder centrarme completamente en el aquí y ahora. John tenía malas noticias, y desde luego, relacionados con esta, parecía estar de cierto mal humor. No podia culparle, pero… ¿Cómo narices podíamos evitarlo?
Me llevé una mano al bolsillo, y saqué de mi paquete dos cigarros, ofreciéndole uno a John y colocando el otro en mis propios labios, sin prender.

— Yo no tengo reproductor de música. Hubiera sido una manera de cubrirme los oídos, supongo. ¿No creo que en este pueblo, tal y como estan las cosas ahora podamos encontrar unos tapones para los oídos. — Me quedé en silencio mientras John nos relataba su propia experiencia, y fruncí el ceño. — ¿Una nana? Cada vez parece más que estemos metido en una película de terror de fantasmas. — No había ni pizca de emoción en mi voz. Podia bromear con mil cosas, pero los fantasmas nunca eran una de ellas. Me producían demasiado respeto. Y ahora ya sabía por qué. — En cuanto a lo nuestro, sí. La torre de la iglesia o monasterio o lo que fuera está impracticable, pero tienen una especie de sirena para dar las campanadas. Y había un pozo… — sentí un escalofrío, y me llevé la mano libre de vendaje a la nuca para calmar el vello erizado que acababa de alzarse en ella. — ...un pozo lleno de almas.

Cerró los ojos y negó con la cabeza en modo de resignación; sus peores sospechas se habían cumplido. No podía ser casualidad que se reunieran en ese pueblo, con todos los fenómenos que fueron sucediendo y que no pasara nada. Era el mismo esquema que utilizan los demonios para apoderase de una zona, lentamente para que nadie se dé cuenta y sea demasiado tarde. Escucho atentamente a sus compañeros, como siempre se perdía por las palabras de la nueva era que el desconocía completamente.

Yo podría realizar ruido al chocar la espada contra el escudo, pero eso alertaría a los enemigos y no sé si sería lo suficiente efectivo.


Miro el pasillo por donde habían venido; el del sacrificio.

Si hubieran velas podríamos utilizar la cera para crear taponeas cuando se enfriara o tallarlas directamente de las velas… pero que yo recuerde solo habían antorchas. Si hablas de que alguien canta una nana que te lleva al mundo de los sueños, seguramente sea un demonio, solo ellos pueden hacer.

Se llevó la mano a la cara recordando esa época oscura que aún le torturaba en pesadillas, recordando la masacre que causaron los demonios en la torre llena de magos que custodiaba con sus compañeros. Rápidamente volvió alzar la cabeza decidido, no era momento de divagar en el pasado ni mucho menos perder el tiempo. Las palabras de su compañera hicieron pensar en algo.

Podríamos utilizar la sirena de las campanas para que su sagrado replique anule el canto del demonio.

Se cruzó de brazos y miro a sus compañeros con mala cara, como si lo que fuera a decir no fuera lo más sensato del mundo pero al ser una posibilidad no se podía callar.

Lo que voy a decir puede sonar descabellado, pero proseguiré. ¿Creéis que el pozo lleno de almas sea la entrada a la guarida del líder de los demonios? Porque no se me ocurre otro lugar donde puedan esconderse. Necesitamos eliminarlos a todos para salvar el pueblo y toda su gente inocente.

No podía olvidar toda esa gente que estaba a punto de sufrir un ataque de demonios, como caballero su deber es proteger a los más débiles. Rezo para que su noble corcel estuviera a salvo.

Toda mi vida, he sobrevivido huyendo. Por todo mi valor y falso coraje, lo que siempre me dio la seguridad para ser quien era, era la certeza de mi vía de escape. No importaba cuan mal se girara la situación, yo tenía un as bajo la manga que poca gente poseía. La habilidad de volverme intangible, de ser intocable, de poder escabullirme de absolutamente cualquier situación. Y eso, lo había perdido. Esa sesión de hipnosis, ese día en el que habíamos decidido abrir la tapa a mis recuerdos ocultos, había hecho palpable la cantidad de pedazos en la que estaba rota. Por que siempre había sabido que había algo mal en mí, que no funcionaba correctamente. Y ahora sabía a ciencia cierta que esa era la palabra. Estaba rota. Y hasta ahora Shade, Ruby, Scarlett, había sido el fantasma que a mi lado movía mi cuerpo y fingía en mi una vida que había perdido. Y ahora, como un títere cuyas cuerdas habían sido cercenadas, me tocaba sostener mi propio peso, y ya no tenía tan claro que mis piernas fueran a sostenerme.

Todo cuanto me ataba a ese pasado, ahora mismo, era John. Y tal vez fuera por eso, o porque era probablemente la única persona a la que había amado en toda mi vida, había querido permanecer a su lado. Y eso me había llevado a estar bajo tierra, entre tumbas, esforzándome por ocultar un miedo que me hacía temblar y del que, por primera vez en toda mi memoria, no podía huir. Quería quedarme a su lado, pedirle que cogiera la mano y que me ayudara a guiar los pasos. Decir que me sentía perdida me parece falso a tal nivel, que ni siquiera yo me atrevo a pronunciarlo. No, porque para sentirte perdida, necesitas tener un mínimo sentido de la orientación, o un lugar al que volver para echar en falta. Yo, estaba rota, hundida y enterrada. Qué suerte que quedara allí mi orgullo, pues era lo único que ahora mismo impedía que se me doblaran las rodillas y me echara a llorar. Sólo el orgullo... Porque no me faltaban las ganas.

Así que cuando prendimos ese cigarrillo, miré a John a los ojos. Esos ojos azules que ahora mismo me conectaban a un pasado fuera de mi alcance. Esos ojos azules que me hacían perderme a mi misma, perder la razón y todo lo que había mantenido tan sagrado a lo largo de mi vida. ¡Esos ojos! Mierda, John. Debería haberte dicho antes que te quiero. Que no me dejes sola. Que sostengas mi mano. Que me digas que estaré bien. Y en su lugar, bendito orgullo, parpadeé casi con pereza, intentando abrigarme una vez más en esa máscara de indiferencia, sin saber si conseguía engañar a nadie. Pero no importaba. Teníamos cosas más importantes que clamaban nuestra atención. Cuando vi a John apagar su cigarrillo y las formas espectrales que ello despertaba, fue como si hubieran drenado toda la sangre de mi cuerpo.  Cada vez me sentía más como una extraña en mi propio cuerpo y para colmo ahora, lo sentía carente de vida. Hizo falta todo mi valor para seguir los pasos de John y no quedarme atrás, plantada, y esperando que hubiera algo que por fin pusiera fin a mi vida.

Nos detuvimos, y fue el momento en que Jota sacó la moneda y se preparó para su truco. Aunque nos estuviéramos preparando para meternos de lleno en el centro de los problemas, la idea de salir de allí se me hacía mínimamente atractiva. Quería irme. Lejos, bien lejos y no volver atrás. Y con ese pensamiento mi mirada se fijó en aquella moneda que giraba entre sus dedos, sin cerciorarme de que su mano libre golpeaba mi sien, y el mundo a mi alrededor quedó en absoluto silencio.


Toda esperanza de salir de aquella pesadilla, quedó anegada en cuanto mis brazos pasaron sobre el pozo de piedra y me alcé al otro lado. Mantuve ambas manos en el borde de piedra, y mi espalda pegada en ella. Sentí como mi respiración se aceleraba, y sentía mi corazón en el pecho... Pero nada más. Completamente sorda al mundo. La sensación era asfixiante, y no podía evitar mirar a todos lados aterrada, consciente de que el peligro podía venir en cualquier momento, desde cualquier lugar, sin siquiera un susurro que alertara de su presencia. Todos parecían haber perdido la cabeza, y la misma escena de las catacumbas parecía querer repetirse por todas partes. Como si todo el pueblo hubiera sido separado en dos papeles, sacrificios y ejecutores. Y todo, en absoluto silencio. Y necesitaba quedarme quieta. John había dicho que había que ir pegados a su culo. Necesitaba quedarme quieta.

Pero estaba demasiado tensa. Demasiado asustada. Y esa necesidad terminó por convertirse en todo cuanto podía hacer. No importaba nada, tan sólo... Las piernas no me respondían, y mis ojos desorbitados miraban a todas partes aterrados. La primera persona que tuviera el valor de siquiera tocarme, se iba a llevar un guantazo del susto.

Salió del pozo y lo primero que vieron sus ojos fue la guerreada Hailey contra el pozo incapaz de avanzar. Se había dado cuenta que con el pasar del tiempo todo aquello le afectaba y no era menos, cualquier que no se hubiera forjado a una temprana edad en el campo de batalla todo aquello le sobrepasaba. Cullen era un hombre experto en esta materia y estaba acostumbrado a todo; mejor dicho, a casi todo. Cuando salió del pozo sus ojos se alzaron para contemplar todo aquel horror: El amable padre que les contesto a todas sus inquietudes había abierto en canal a uno de los monjes para coger con la dorada copa su sangre y gritar que se estaba bebiendo la sangre de cristo, por lo consiguiente cumplir con su anuncio en medio del sagrado altar. Por si eso fuera poco, a la derecha, cerca donde estaba la puerta que conducía al campanario, se encontraba un monje vaciando el cuerpo de otro monje para meterse luego en su interior como si de un traje se tratase. Nauseas. Era el sentimiento que le corría ahora mismo por su cuerpo pero lo corto de raíz, no era momento para debilitarse. Dio un par de pasos al frente y se arrodillo juntando sus manos en modo de plegaria. Sus hombres santos como ellos habían sucumbido al réquiem del diablo no le cabía ninguna duda que el pueblo también había sido condenado, comenzando a rezar por todas aquellas pobres almas para que pudieran ir junta el señor y pedirle su protección divina para erradicar ese mal.

Pater Noster, qui es in caelis,
sanctificétur nomen Tuum,
adveniat Regnum Tuum,
fiat volúntas tua,
sicut in caelo et in terra.
Panem nostrum cotidiánum
da nobis hódie,
et dimitte nobis débita nostra,
sicut et nos dimittímus
debitóribus nostris;
et ne nos indúcas in tentationem,
sed libera nos a malo.

Su plegaria fue un susurro que claramente Dios pudo escuchar porque siempre estaba con él. Una vez reunido todo el equipo se levantó y señalo hacia la puerta donde conducía al campanario: su objetivo. El problema era que la principal via estaba derrumbada. Eso no sería un problema si tuviera su dragón el cual podría llegar volando, pero como no disponía de esa opción quedaba descartada.

La suerte quiso que la primera persona que se atrevió a perturbarme no tuviera un cuerpo físico. Dicho y hecho, mi mano reaccionó antes que mi mente y trató de alejar de una bofetada a la figura que a mi lado trataba de hacerme volver a la realidad. El gesto molesto de mi hermana Scarlett hizo que no necesitara escuchar sus palabras para escuchar su voz burlona pronunciar un simple "¿En serio, Hailey?" y no me hizo falta responder, para que su semblante inmediatamente se suavizara al comprender por todo lo que estabamos pensando. Si nunca dudaba de la falta de empatía de mi hermana, eran esos momentos los que me permitían dejar la duda a un lado.

Pues aun cuando veíamos la crueldad llegar a la cúspide de la barbarie y la locura, el rostro de Scarlet Sullivan era sereno y blanco como el marfil, haciendo eco todavía más fehaciente de la carente humanidad de su existencia. Y me recordaba, una vez más, cuanto quería yo aferrarme a la mía.

Jota tiró de mí, y tiró también de Cullen mientras intentaba por todos los medios llevarnos adelante, dejar atrás todo aquello e intentar que la pesadilla terminara cuanto antes. Vi sus manos frenéticas buscar alguna cosa en sus bolsillos y de mientras, yo intentaba abordar la situación de un modo menos elegante, golpeando con todos mis miembros la gruesa puerta de madera, sintiendo el golpe en mi propio ser, en lugar de escuchar el ruido. Era tan extraño. Tan escalofriante. De nuevo alguien agarró mis hombros y me hizo a un lado, al momento en el que el gigantesco golem hacía acto de presencia partiendo la puerta en dos, y cometí el error de mirar atrás.

De ver la puerta de doble batiente de la iglesia abierta de par en par y el desfile de vísceras y sangre que traía consigo, de ver los bebés en crucifijos y el olor. El terrible hedor a muerte al que me creía ya familiarizada. Estaba tan equivocada, con todo. Cuando creía que por ver fantasmas lo había visto todo... Cuando la visión de John me había abierto los ojos al más allá de una vez por todas. Pero no. Cómo yo me había imaginado el infierno, palidecía en comparación a lo que veía ahora. Pues añadido a todo aquel escenario dantesco estaban los espíritus que me acompañaban. Puesto que no podía escuchar, no sentí mi propio gemido, el darme la vuelta y adentrarme por esas puertas rotas que nos había abierto el golem, el ver el gesto de Constantine que claramente nos indicaba que debíamos escalar. Y miré arriba. Vi a Ruby, su figura esotérica ofreciéndome una mano.

¡Qué fácil sería alcanzar ese objetivo si pudieramos volver a unirnos! Podría llevarles a todos a lo alto del campanario sin importar las piedras del camino y sentí por un momento que eso era lo que tenía que hacer. Que podíamos hacerlo, porque ya había pasado antes. Me aferré a la pared de piedra y me impulsé para alcanzar con mi mano la del fantasma gemelo, y sabía que todo saldría bien...



Mi mano pasó a través de la mano del fantasma y como si se tratara de un espejo vi en su rostro la misma desilusión y desengaño que sentía dibujarse en cada una de mis facciones. Pero al menos, esta vez, el instinto hizo que no me quedara quieta esperando la decepción crepitando hacia mi pecho. Me giré hacia el golem y colocando un pie sobre su rodilla empecé a escalarlo hasta subirme a sus hombros tan rápido como podía. Una vez arriba, tendí mi mano hacia Cullen. No había modo alguno de que John o yo pudieramos soportar el peso de su armadura con él, así que la lógica me dictaba que el Golem iba abajo, que el caballero sería el segundo escalón, y luego, tras John, yo sería la última. No contaba con el anciano para cargar nuestros pesos, y desde luego me daba la impresión de que Jota haría un mejor trabajo soportando el mío que yo el de él.

Así que eso pensaba hacer. Y de ahí... No lo sabía. Pero algo tenía que hacer.

Por más que le diera vueltas a la cabeza esa era la única solución aunque le preocupaba dejar sola arriba a Hailey después de todo lo vivido. Sabía que esto no era fácil para ninguno de los presentes, aunque Cullen lo llevaba mejor eso no evitaría que por la noche soñara con las pobres víctimas. Tantos años de guerra contra los demonios le había dado cierta resistencia que tenía que poner en práctica por el bien del equipo. Se colocó debajo de John y lo alzo todo lo que puedo para facilitar el trabajo de los de arriba. Una vez terminado su trabajo bajo para colocarse al lado del Golem y entre los dos evitar que entren esas abominaciones ya que hacía tiempo habían dejado de ser humanos, desenfundo su espada para empezar la batalla. Como en el pasado habían sido humanos quiso darles una muerte rápida mientras recitaba unos versos que le influían fuerza, porque lo peor de luchar contra los demonios era contra las inocentes víctimas.




En miedo del fulgor de la batalla la sala se llenó de una intensa luz blanca, cegando a todos los presentes. Cuando los presentes abrieron los ojos pudieron apreciar que habían despertado de esa monstruosa pesadilla, empezando a gritar y desmayarse de los horrores que se presentaban delante de sus ojos. Constantine deshizo el hechizo que les impedía oír, por instinto ambos hombres se taparon los oídos para acostumbrarse al don de escuchar. No tuvieron que pasar muchos minutos para que Hailey se uniera a ellos y entre los cuatro comenzaron a poner orden en todo ese caos. A la llegada del amanecer aparecieron unos hombres que empezaron hablar con John mientras Cullen se encontraba con su fiel corcel que había huido a ponerse a salvo. Poco después los hombres se acercaron al ex templario y se presentaron, eran enviados de Shadowpact y que ahora en adelante se encargarían de todo. El herrero se volteo a ver a sus compañeros pero ya no estaban, cada uno se había ido por su lado sin despedirse, eran personas de pocas palabras. Como Cullen no tenía donde ir decidió echarles una mano en ayudar a esas pobres personas para luego irse con Shadowpact.