Deserción (Autoconclusivo) [28-06-2019]

A Steve Rogers cada vez le costaba más distinguir entre un sueño febril y uno normal. Los primeros estaban repletos de emociones extrañas y desagradables. Más largos e inquietante. Era, en ellos, más difícil dibujar la línea entre la inconsciencia y la vigilia. Y como de esos el capitán tenía casi a diario, lo único que realmente los distinguía era… la fiebre.

Una leve, apenas febrícula, fruto de la pequeña infección en una de las heridas recibidas durante su combate con el Soldado de Invierno…

Con Bucky…

¿Quién diablos es Bucky?

Había pensado y mascullado ese nombre decenas de veces en el tiempo que estuvo en cama. Siempre que los ojos le pesaban y se abandonaba a un sueño que nunca terminaba de serlo y que nunca era reparador. A nadie debió extrañarle. Rogers estaba ya casi acostumbrado a dormir monitorizado. No era la primera vez que lo recordaba. No era la primera que lo pronunciaba en sueños. Era la primera vez que lo hacía sabiendo que estaba vivo… Porque estaba vivo… ¿Verdad?

Las imágenes eran confusas, así como las sensaciones. Los golpes, las punzadas… Todo se embarullaba pero, como siempre desde el experimento… recordaba claramente pelear. Odiaba pelear… y, sin embargo, no podía recordar otra cosa. Combatir. Golpear. Fintar. Pensar en qué iba a hacer, en cómo iba a responder el enemigo y en cómo reaccionaría él en consecuencia. En correr a ciegas en dirección al infierno pensando en la forma más eficiente de someter o, incluso, matar a un enemigo. O a un amigo.

Recordaba pelear.

Pelear con un espejo.

Uno que le devolvía todo lo que le había enseñado para salvar su vida o la de otros, pero ahora al servicio de acabar con la suya.

En el sueño, que no sabía si era un recuerdo, Bucky no llevaba un traje táctico de cuero negro. Su rostro no estaba cubierto de una máscara y de odio. Su brazo no era una mole mecánica. En cambio, su ropa era azul, y estaba perlada de estrellas. Nunca rojas. Eran estrellas blancas que ardían. Era tela quemada presa de una llama que nunca se extinguía. Olía a combustible y a carne muerta. Su brazo no estaba. En su lugar había un amasijo de sangre y carbón. La cascada, en su destino, dibujaba espuma roja. Y peleaban. Eso no cambiaba. Seguían peleando, aunque Steve no se defendiera. Y cada golpe era un trueno. Reverberando. Fundiéndose con el eco de la montaña y el arrullo de la sangre que caía. Cada golpe era… una explosión. Como la que se lo llevó. Una explosión y un reproche…

¿Por qué no me salvaste?

¿Por qué no me buscaste?

¿Por qué no me ayudaste?

¿Por qué me olvidaste?

No te olvidé… nunca te olvidé…

Pensó o dijo aquello… y la cama de hospital ahora eran tres. Frente a él. Pero no frente al Capitán América. Frente al escuálido Steve Rogers. Con sus pantalones llenos de remiendos y de una talla más grande. En la primera; sobria, destartalada… sostenía la mano de su madre. Una mano que se enfriaba al tacto…

¿Por qué me olvidaste?

No te olvidé… nunca te olvidé, mamá…

Te fuiste… Te rendiste…

Su boca se llenó de sangre. Con cada tos salpicaba la camisa marrón, también remendada, con veloces puntos escarlata. Quería decirle que no hablase. Ya conocía el final. No quería que hiciera más esfuerzos. Pero, en realidad, lo que no quería era que acabase. Porque ya sabía qué le iba a decir. Trataba de evitar que terminase de conjurar la maldición.

Te rendiste… Yo no me rindo… Nosotros no nos rendimos… Nos levantamos… SIEMPRE nos levantamos…

¿Y si ya no puedo más? ¿Y si quiero rendirme?

En la segunda, sostenía la mano de Peggy Carter. Y aunque él seguía siendo un muchacho escuálido, el tiempo ya había robado el color del cabello a la primera mujer que amó. La primera mujer que amó al chico de Brooklyn, no al capitán. Lo miraba con ternura y un reproche lanzado al tiempo más que a él. Ese que había convertido su rostro de porcelana en arrugado papel. Sostuvo su mano… Segunda mano… que se enfriaba al tacto…

¿Por qué me olvidaste?

No te olvidé… nunca te olvidé… Peggy…

Te rendiste… Te fuiste… Nunca me diste… nuestro baile… Aún me debes un baile…

En la tercera, sostenía la mano de Natasha Romanoff. Él… acababa de estar con Natasha ¿Verdad? En aquella misma habitación. Se habían visto. Habían hablado… Había sostenido su mano pero entonces… él también estaba tendido en otra cama de hospital. Una tercera mano… que se enfriaba al tacto… Pero su pelo… Su pelo seguía siendo rojo. De un rojo intenso. Como las gotitas de muerte escarlata que pintaban su vieja camisa.

¿Por qué me olvidaste?

No te olvidé… nunca te olvidé… Nat…

Te rendiste… Te fuiste… Nos dejaste solos… Dijiste que una vez Vengadores… siempre Vengadores… Y las batallas vinieron… y tú no estabas allí… Y ahora… ya no hay nadie. Ni Tony, ni Bruce, ni Clint… Dilo, Steve… dilo hasta que me lo vuelva a creer… Grítalo, al menos, una última vez… Quiero volver a sentirme así… que vuelvo a tener una familia… Dilo…

Vengadores, reu…

Pero las palabras murieron en su garganta. Tosió, como lo había hecho su madre. Como lo había hecho Peggy. Aunque en el caso de Nat, unos fríos dedos de hierro atenazaban su cuello. En el hombro metálico no había estrella, ni bandera… Solo barras rojas que caían. Barras de sangre… y ninguna estrella ardiente. El escuálido Steve intentó apartarla, pero no podía… No tenía fuerza. No era el capitán. No era un súper-soldado. Sólo era Steve, el pequeño Steve Rogers. Tenía miedo. Y no podía hacer más por apartar ese agarre de acero de lo que podía atrasar la enfermedad, el tiempo y la muerte.

Tendido, de nuevo, en su cama de hospital, entreabrió los ojos. Y el cielo estaba en llamas.

Nick Furia lo miraba desde arriba. Era apenas una sombra. Prendía un cigarro con un viejo encendedor. Pero el cielo ya estaba en llamas. A ratos le pareció que iba vestido como en la guerra. Su guerra. Sonreía ¿Estaba despierto? ¿Estaba realmente allí? Otra figura estaba junto a él. Vestida de acero. Su pelo ondeaba al viento. Su pelo negro. Su largo océano de bucles negros.

¿Por qué me olvidaste?

No la había olvidado. No puedes olvidar a quien nunca conociste. Pero fue otra respuesta la que vino a sus labios.

Se pueden olvidar los rostros. Pero el amor no se olvida… vieja amiga.

Ella sonrió. Furia la imitó. Steve, creyó hacerlo también.

Vendrán a por mí. Vendrán a por usted. Vendrán a por todos nosotros. No confíe en nadie. Sólo en su instinto. Y mueva ese culo estrellado. Se acabó la hora de la siesta. La guerra ha empezado. El cielo está rojo. Despierte, Capitán.

La mujer le tendió su mano. El brazalete brillaba como si acabasen de forjarlo. Porque el cielo estaba en llamas.


Despierte capitán.

La guerra ha empezado… otra vez…

Pues volvamos a ganarla.




Helitransporte de SHIELD. 28 de julio de 2019.

Le habían dado ropa. Ropa de civil. Una camiseta gris con el logo de SHIELD. Botas marrones de campaña y pantalones de mezclilla. Del escudo no había ni rastro. Como tampoco de Furia, o de muchos de los agentes que conocía. Caminó escoltado por el pasillo principal. Caras desconocidas de sospecha. Caras conocidas de miedo. En el puente se abrieron las compuertas. Y la figura que se volvió a recibirlo no era la que esperaba.

- Buenos días, capitán Rogers- le saludó Amanda Waller.

- Buenos días- se limitó a decir.

- Soy Amanda Waller, directora de ARGUS y, desde ahora, también al mando de SHIELD.

- ¿Qué ha sido de Nick Furia?- preguntó, clavando sus ojos azules en los de la mujer.

- Lamento ser yo quien se lo diga, pero hallamos material comprometido en poder del ex director Furia que podría poner en peligro la seguridad internacional.

- Eso podría habérselo dicho yo. Encontrar y custodiar ese tipo de material era, en esencia, el trabajo de Nick Furia. Y era el mejor en él.

- Parece que nosotros somos mejores- contestó ella secamente- Y, tanto a ojos de esta nueva dirección como del Consejo Mundial, el principal peligro para la seguridad internacional era Nick Furia. Pero no se preocupe- siguió mirando una tablet- hemos hecho nuestras averiguaciones y hemos podido constatar que el prófugo ex director no le había incluido en sus planes. Había muchas cosas que no le contaba, Rogers.

Desde luego. Y muchas más que no me cuenta usted.

- SHIELD ha cambiado de manos, capitán. Cuanto antes lo acepte, antes podremos empezar a trabajar juntos. Nuevas caras, pero los mismos fines. Sigue usted siendo tan necesario como cuando Furia estaba al mando. Puede que más.

- ¿A qué se refiere?

Amanda Waller hizo un gesto con la mano y los ventanales del puente se cerraron automáticamente, siendo sustituidos por grandes pantallas. Steve arrugó el gesto… En varias de ellas se dibujaba un enorme mapa de los Estados Unidos, con distintos puntos señalados en rojo. Sin duda, objetivos. En las demás, una cascada de nombres encarnados caía. El corazón de Steve dio un vuelco al reconocer muchos de ellos. El miedo se intensificó cuando recordó los dossiers de Furia… El director tenía información sobre muchos… amigos. Nunca la habría hecho pública pero… si todos sus archivos habían caído en manos de Waller.

- Su nación, Rogers… y, dentro de poco tiempo, el mundo… se enfrentan a una situación de crisis sin precedente. El Acta del presidente Luthor sigue su marcha. Los ciudadanos de EEUU han decidido que no quieren seguir dejando su suerte al arbitrio de la benevolencia de los monstruos. Todos ellos, sean quienes sean y se escondan donde se escondan, son ciudadanos. Ciudadanos con derechos y obligaciones siendo la principal de ellas, acatar la ley. Sus habilidades tan peligrosas para la seguridad internacional como los planes de Nicholas Furia. Su identidad es pública, Capitán Rogers, hace muchos años que trabaja en conjunto con la autoridades y bajo supervisión pública. Siga siendo el ejemplo que siempre ha sido, para todos los ciudadanos. Humanos o meta-humanos. Enséñeles el camino correcto, el camino de la colaboración. Y, como siempre ha hecho, ayúdenos a mantener a ralla a aquellos que alteren el orden.

- ¿Qué orden?- preguntó Steve, fingiendo tranquilidad y atención al tiempo que buscaba nombres entre las pantallas.

- El único legítimo, capitán. Usted es un demócrata y sabe que la única voluntad que importa es la voluntad del pueblo.

Contuvo una sonrisa que, obviamente, no estaba motivada por las palabras de Waller. Y leyó.

Ojo de Halcón: Clint Barton
Spider-Man: Identidad Desconocida
Daredevil: Identidad Desconocida.
Nightwing: Identidad Desconocida.

Al parecer, Nick Furia había hecho un último truco de “desaparición” antes de… lo que fuese que le hubiese ocurrido ¿Algo en su sueño podría haber sido verdad? ¿Había estado Nick allí? Recordó entonces cuando los soldados entraron en la habitación para decirle que “la dirección” quería hablar con él… y cómo la vía de suero… no estaba enganchada a su brazo. Movió lentamente la cabeza y notó un ligerísimo mareo… ¿Le habían estado inyectando algo? Fuese lo que fuese… no en cantidad suficiente. Y no desde que Nick Furia visitase su habitación…

- ¿Dónde está la Agente Romanoff?

- Ha partido a una misión de máxima urgencia. Tendrá oportunidad de comunicarse con ella más adelante.

Mentira. Nat tiene sus cosas, pero jamás habría partido a ninguna misión que no fuese limpiar el nombre Nick Furia.

- Pero no se desvía del tema. Queremos asegurarnos…

- ¿Qué son estos nombres?- espetó Steve, señalando una de las pantallas- ¿Objetivos?

- Son meta-humanos sin registrar que han incumplido, al menos una vez, la ley.

- Muchos también son amigos míos.

- No míos. Y en lo que a la ley respecta, son enemigos del Estado. Y usted, soldado, sirve al Estado. Y éste ha decidido que deben ser contenidos hasta que accedan al registro. Se autodenominen héroes o villanos, para la ley son lo mismo: Criminales.

- Yo no soy soldado- dijo Steve con decisión- Soy capitán. Y no estoy seguro aún de que usted pueda darme órdenes.

- No en rango.

- Entonces ¿Por qué todo el mundo me llama así?

Steve se acercó aún más a Waller. Pudo ver por el rabillo del ojo cómo varios de los soldados se ponían nerviosos y se llevaban las manos a las cartucheras. La mujer lo miraba impertérrita.

- Hágase llamar como quiera. Esto iba a acabar pasando tarde o temprano. Su amigo Tony Stark lo sabía, y por eso apoyó el acta desde el principio. Le conmino a que haga lo mismo.

- ¿Ah sí…? Y dígame… ¿Dónde está Tony Stark?

Un paso.

- No lo sé, ni me interesa. Y, en este momento, tampoco a usted debería interesarle. El pueblo ha hablado, agente- recalcó- Rogers. Y ha decidido que no va a tolerar más que los dioses caminen entre nosotros.

Steve miró otra vez, por el rabillo del ojo, una de las pantallas. Se fijó en un nombre.

Diana de Themyscira

- Ni los antiguos dioses, ni los nuevos…- concluyó providencialmente.

Los hombres de Waller fueron rápidos. Steve lo fue aún más. En un instante su bíceps se cerraba contra la garganta de la nueva directora de SHIELD. Decenas de armas lo apuntaban, pero nadie se atrevía a hacer un movimiento por si una bala perdida acababa dando a la mujer.

- Tenía entendido que usted no ponía en peligro vidas inocentes…- masculló sonriendo la mujer.

- Usted no es inocente. Y su vida no está en peligro. Ni la mía, mientras la tenga bien sujeta.

- ¿Y cuánto cree que podrá mantenerse esa situación?

- Lo suficiente- sonrió Steve- Ha sido un movimiento atrevido, Waller… Se lo reconozco. Pero, si quiere mantener a ralla a un súper-soldado, le recomiendo que la próxima vez emplee más drogas. Y si quiere apropiarse de los juguetes de Nick Furia, no lo subestime. Ni a él… ni a la Viuda Negra.

- Está delirando…

- No… estoy muy despierto- cogió aire- Красное небо!!! (“Cielo Rojo” en ruso)

Las explosiones empezaron a sucederse por todo el Helicarrier. Los soldados se asustaron, correteando por el puente, algunos abandonándolo, huyendo de las explosiones que habían comenzado a sucederse en los ordenadores, o que habían abierto boquetes en las ventanas. Las luces rojas de emergencia bañaban toda la nave. En los monitores y las enormes pantallas holográficas los datos habían sido sustituidos por un sencillo mensaje en ruso.

никогда не увидимся (HASTA NUNCA)

- Arderá por esto Rogers…- siseó Waller roja de ira.

- Es la guerra, “directora Waller”. El cielo ya está ardiendo.

Acto seguido, tiró a la mujer contra uno de los soldados y corrió como alma que llevaba al diablo contra uno de los boquetes de las ventanas. Las balas silbaban a su alrededor. Volvía a correr contra el infierno.

La figura de Steve Rogers se perdió entre las nubes.

Uno de los soldados de ARGUS preguntó extrañado si llevaba paracaídas al tirarse.

Su compañero, uno de los que aún quedaban de SHIELD, esbozó una sonrisa.

- No. Nunca lo lleva...