Balas de Otro Mundo (Bullseye, Batman NPC) [Albores de Omega]

Había algo en las fiestas elegantes que hacía que Bullseye quisiera descuartizar a alguien. Dejar una cabeza en la fuente de champán, los ojos en las bandejas de canapés y las manos recargadas de pulseras y anillos de las damas de la alta sociedad como centros de mesa. Los intrusivos pensamientos le asaltaban de vez en cuando de manera compulsiva, pero estaba acostumbrado y era capaz de controlarlos cuando la situación lo requería.

Se trataba de un trabajo rutinario de protección de un pez gordo de uno de ésos países de Europa del Este que sonaban todos igual, en un evento social de recaudación de fondos cuya finalidad le importaba aún menos, y no podía estar más aburrido. Para colmo de males, aquél hijo de puta arrogante le había hecho mucho énfasis en que tenía que hacer todo lo posible por pasar desapercibido, como si, al ver su uniforme de trabajo habitual, hubiera pensado que era incapaz de trabajar discretamente. Aquél bastardo no tenía ni idea de nada. No sabía lo que era el espectáculo, la puesta en escena, la seña de identidad. Claro que usaba un traje que era reconocible, porque, por encima de todo, lo que Bullseye más deseaba era ser reconocido, que la gente tuviera clara la autoría de sus crímenes. Deseaba fama, reputación. Pero que sintiera una especial predilección hacia las cámaras no significaba que no fuera capaz de pasar inadvertido si así lo deseaba. Joder, uno de los motivos por los que se depilaba cada pelo de su cuerpo era precisamente para no dejar tras de sí ninguna muestra de ADN que pudiera identificarle, y, si no utilizaba armas convencionales, podía pasar hasta una semana hasta que identificaban qué había matado a la víctima, y aún más en terminar deduciendo que había sido él, pero no tendrían ninguna pista clara que apuntara en su dirección si él no lo deseaba. Era el puto Bullseye, joder. No se había ganado el título a mejor asesino del mundo por nada. Podía llegar a ser invisible si quería. Hasta podía ser agradable también y guardar la compostura en una fiesta. Lo único que había que hacer era ponerse un esmoquín, maquillarse el tatuaje de la frente y sonreír sin matar ni mutilar, comer algún que otro canapé y charlar sobre el clima. No se trataba de ingeniería aeroespacial. Uno no sobrevive tanto tiempo en el negocio sin saber cómo ser discreto. Pero en fin, iba a ganar mucho dinero por un trabajo que hasta un niño podría hacer, así que tampoco podía quejarse mucho.

Continuó su ronda a través de la fiesta, controlando todos los accesos a la sala pero sin perder de vista un sólo instante a su cliente. Junto a él pasó un camarero portando una bandeja de canapés y otra de copas de champán. La delicada flauta sería un arma perfecta en su mano si le rompía el pie y utilizaba el vidrio astillado como una daga arrojadiza, pero estaba de servicio y no podía beber, así que se limitó a agarrar un canapé sin apartar la atención de la fiesta. No muy lejos de donde se encontraba, un grupo de hombres que se movían con la rigidez y la atención delatoras de los militares de carrera hablaban en voz baja. Podría haber tratado de escuchar su conversación, pero una mujer ataviada con un sensual vestido rojo y tacones de aguja entró en su campo de visión, atrayendo su atención hacia la pista de baile. Estaba de espaldas a él, pero el pelo elegantemente recogido era de color negro, y las arrugas que se formaban en su pierna al caminar sugerían que posiblemente llevaba allí una funda con alguna clase de arma. Mientras la observaba, Bullseye se hacía una idea bastante clara de qué arma podría ser. Había algo en ella, en la manera en la que se movía, que evocaba en él una sensación de peligro muy familiar, y, casi de inmediato, acudió a él una imagen, una en la que una hermosa mujer de cabellos oscuros como aquella jadeaba por su último aliento entre sus brazos, su sangre tiñendo de sugerente carmesí sus labios y goteando cálida sobre su cuerpo.

Sintió que su pulso se aceleraba, y recordó algo que alguien le había dicho alguna vez... algo acerca de que el amor y el odio... podían ser dos caras de la misma botella de licor.

Elektra... suave y áspera a la vez, aparentemente dura pero rota por dentro... Él era el único que había visto todas sus facetas... Las que mostraba... y las que ocultaba... Todos sus secretos habían brotado junto con su sangre cuando la había atravesado. Oh, sí... Podía tratar de pasar inadvertida, como él, un depredador entre conejos, pero nunca podría engañarle... No a él.

Con una sonrisa salvaje en el rostro comenzó a tararear una melodía en voz baja, una de sus canciones favoritas de Nat King Cole, fielmente reproducida de memoria, ahogando todos los demás sonidos de la fiesta mientras se dirigía hacia la dirección donde había visto desaparecer a la mujer. De no haber tenido todos sus sentidos puestos en la caza, quizás habría escuchado dos o tres conversaciones por el camino que le habrían valido a alguien un cargo por delito grave, si no hubiera sido por el hecho de que se trataban de senadores y generales, información que, normalmente, se habría preocupado de registrar por si podían servirle de algo en un futuro, pero no en aquellos momentos. En aquellos momentos lo único que importaba era la cita que tenía pendiente.

Por lo general no se apartaría tanto de la persona a la que debía de proteger, pero el tipo estaba rodeado de guardaespaldas, y si Elektra estaba allí, se convertía de inmediato en el objetivo principal, y no porque su historia personal con ella tuviera nada que ver. La asesina era lo suficientemente peligrosa como para que su presencia allí supusiese motivo de alarma para justificar sus acciones.

La encontró finalmente en la galería oeste, al pie de los escalones, pero cuando se acercó y ella se giró hacia él pudo comprobar que se había confundido. La mujer que se dirigió a él con una sonrisa insulsa no guardaba parecido alguno con la griega. Debió de notar por su cara que algo no iba bien, porque su sonrisa se tornó en gesto de preocupación mientras le preguntaba si se encontraba mal. Bullseye se mordió el interior de la mejilla y forzó una sonrisa falsa mientras se disculpaba. ¿Lo había imaginado? ¿Estaba empezando a ver cosas otra vez? Quizá no tendría que haber reducido su medicación, no le gustaba la sensación de no estar al mando, de no tener el control sobre su mente. Pero no podía ser, estaba casi seguro de no habérselo imaginado. Había sido demasiado real, tenía que estar allí. Seguro.

Realizó una búsqueda métodica del ala donde debería haber desaparecido la asesina, pero las únicas mujeres que encontró fueron unas jóvenes enzarzadas en una profunda discusión sobre algo relacionado con el derecho corporativo. Bullseye continuó hasta el patio, saliendo a la oscuridad y escrutando los terrenos. Con un movimiento ágil y fluido saltó sobre la barandilla, aterrizando silenciosamente sobre el césped, y caminó entre las sombras hasta llegar a la zona de aparcamiento. Los únicos sonidos que fue capaz de distinguir fueron la música tenue y los sonidos apagados de la gente que llegaban desde la fiesta, pero, por lo demás, todo estaba en silencio. Aún así, sabía que ella estaba allí. Podía sentirlo con cada fibra de su ser, como una sensación persistente en la parte trasera de su cabeza. Podría haber sacado la pistola, pero eso sería un insulto hacia ella, así que desenfundó el cuchillo que llevaba oculto en la manga, escudriñando su entorno.

- Vamos, gatita, sé que estás ahí -ronroneó, burlón, mientras pasaba de largo las filas de coches silenciosos-. ¿Por qué no vienes a que te de tu ración de leche?

Fue entonces cuando sintió algo en su espalda, y se volvió con la celeridad de una serpiente, arrojando una andanada de cartas que desaparecieron en el núcleo de una especie de explosión púrpura que se extendió vertiginosamente hacia él. No tuvo tiempo más que de abrir desmesuradamente los ojos antes de que la luz le engullera por completo.


Los Narrows. Gotham City. 10 de marzo de 2019

Un súbito resplandor púrpura cegó momentáneamente a los hombres que se habían quedado en el interior del vehículo, fuera del almacén.

- ¿Qué cojones ha sido eso, Chucky? -preguntó uno de ellos, entre sorprendido y asustado.
- No lo sé, pero si se trata de alguna mierda de superhéroes tenemos que ir a comprobar -replicó el otro-. Vamos, todos fuera.

Los cinco hombres salieron del vehículo y se dirigieron hacia el callejón del que había salido el resplandor, pero lo que encontraron allí no parecía ningún superhéroe, sólo un tipo trajeado que parecía totalmente fuera de lugar junto a aquellos cubos de basura. Los delincuentes se miraron entre sí y empezaron a reír, más aliviados.

- ¡Hey! ¿Qué tenemos aquí? ¡Un niño pijo! ¿Qué pasa, señor elegante? ¿Te has perdido? ¿Qué os parece si nos divertimos un poco, chicos? Tiene pinta de tener dinero encima.
- Deja que yo me encargue, Chucky, por favor. He estado conduciendo toda la noche y necesito algo de diversión -contestó otro haciendo chocar sus puños.
- Vale, pero usa el cuchillo. La pipa es demasiado ruidosa.
- Sí. Demasiado ruidosa.

El desconocido, que había estado escuchando en silencio todo el rato sin inmutarse, hizo un repentino movimiento en arco con una mano y los dos hombres que se encontraban a los lados del que se había ofrecido a encargarse de él se desplomaron con sendas cartas de póquer firmemente incrustradas en el cráneo.

- ¿Qué...? -balbuceó otro de los matones, retrocediendo espantado. Pero Chucky no se amilanó ante lo sucedido. Uno de los cadáveres del suelo había sido su primo, y estaba furioso.
- ¿Habéis visto lo que ha hecho éste friki? -exclamó, llevándose la mano a la pistolera que llevaba bajo la chaqueta-. ¡Eres hombre muerto, tío! ¡La has cagado a base de bbbbbleeerrrggg!

Su frase quedó interrumpida cuando la tapa redonda del cubo de basura le aplastó la tráquea en un golpe limpio que le dejó la cabeza colgando hacia atrás. El cuerpo aún se tambaleó un par de pasos, como si no supiera que ya estaba muerto, antes de desplomarse sin vida en el suelo. Los dos hombres restantes desenfundaron de inmediato sus pistolas y, envueltos en un frenesí de adrenalina y miedo, vaciaron los cargadores en el callejón, y continuaron apretando el gatillo ciegamente varios segundos después de haberse quedado sin balas.

- ¿Crees... crees que está muerto? -preguntó uno.

- No... no lo sé... -respondió el otro.

El callejón estaba en completa oscuridad y no podían ver al tipo, pero no podía haber sobrevivido a aquello... ¿verdad?

- OhDiosOhDiosOhDiosOhDios... -gimoteaba el único superviviente mientras trataba de arrastrarse fuera del callejón. Pero era inútil; tenía el brazo izquierdo astillado de tal forma que el hueso sobresalía por fuera, la nariz rota y varias laceraciones a lo largo del tórax. A su lado, el último de sus compañeros yacía con el vidrio de una botella rota atravesado en el ojo.

Unas impolutas botas blancas sortearon los cadáveres con indolencia, adelantándole sin urgencia hasta plantarse delante de él.

- Porfavornomematesporfavor... -sollozó el hombre, cubriéndose la cara por instinto con el brazo que aún le funcionaba. El hedor de sus orines se mezclaba con el de la sangre en el callejón.

El hombre del traje se arrodilló ante él, jugueteando con una de aquellas malditas cartas de póquer que no deberían haber sido capaces de hacer las cosas terribles que el bandido les había visto hacer. La sonrisa de su rostro era incluso más aterradora.

- ¿Qué pasa, colega? -inquirió con aire inocente-. Querías pasártelo bien conmigo... Espero no haberte defraudado. ¿Ha sido tan bueno para ti como lo ha sido para mí?

- Por favor... ¿Quién... quién eres? -inquirió entre lágrimas.

- Antes mencionaste a Dios... -musitó, pensativo, como si no tuviera a un hombre desangrándose ante sí-. Yo no diría tanto, pero... quizá no estés tan desencaminado. Verás, cuando mato a alguien, me vuelvo más fuerte, más rápido, como si la gravedad no me afectara. Mi mente se despeja, mi corazón late más rápido, mi vista se agudiza, puedo verlo todo con total claridad y las ataduras desaparecen. Todo se vuelve mucho más dulce y fácil... En cierto sentido, cada vez que mato a alguien me vuelvo un poquito más como Dios. ¿Puedes imaginarlo? Él da la vida; yo la arrebato. Quizá sí soy una especie de Dios. O, quizá, matar a la misma velocidad que él crea me convierte en su único amigo. Menudo pensamiento, ¿eh?

Sosteniendo la carta entre el índice y el corazón, realizó un simple movimiento con los dedos y la carta salió despedida con un nivel de aceleración que parecía no corresponderse a la potencia que una persona normal podría imprimir a ese gesto, segando limpiamente la garganta del hombre, que se desplomó al suelo entre barboteos ininteligibles.

- Tengo que acordarme de soltárselo al cuernecitos, a ver qué me dice -se rio por lo bajo el asesino poniéndose en pie.

En el almacén de al lado estaba teniendo lugar una buena fiesta. En el tiempo que llevaba jugando con aquellos perdedores se habían producido varias explosiones, imprecaciones en algún idioma europeo y muchos, muchos gritos. Justo en el momento en el que se levantaba se escuchó un irritante sonido residual que Bullseye interpretó sin problema como el que produciría una bomba sónica. Qué curioso... No parecía el estilo de Elektra. Si algo evitaba la ninja a toda costa era cualquier cosa que pudiera producir sonido. Y, desde luego, no era el estilo de Daredevil. ¿Punisher, quizá? Nah... Castle sería bastante más ruidoso. En cualquier caso, lo que parecía evidente era que alguien se estaba divirtiendo mucho allí dentro, y las opciones eran varias; o se trataba de un intercambio entre mafiosos que había salido mal, o alguien había interrumpido la operación, y tampoco había señal alguna de la policía, así que en éste último caso lo más probable era que se tratara de algún héroe.

Bullseye no tenía la más remota idea de lo que había ocurrido, o cómo había pasado de estar en una mansión de alto postín a un callejón apestoso repleto de basura, pero sin lugar a dudas se sentía más en su ambiente allí. Las últimas horas habían sido un aburrimiento en toda regla, y aunque había podido juguetear un poco con aquellos trozos de carne, para él no habían supuesto más reto que el que obtendría un gato cazando un ratón. Aquello no era diversión real. Todo lo que no le supusiera un reto, antes o después terminaba aburriéndole, así que, mientras se aflojaba la molesta corbata del cuello y la dejaba caer junto con la chaqueta y el resto de sus incómodas ropas en el mugriento suelo del callejón para dejar al descubierto el uniforme que llevaba debajo, se dijo que no sería mala idea acercarse a investigar.

Si tenía suerte, quizá encontraría que Elektra había sido transportada hasta allí por la misma energía que le había llevado a él, y si no era así, como mínimo podría saber dónde estaba dependiendo del payaso enmascarado que encontrara dentro, ya que los superhéroes solían tener ámbitos de actuación bastante delimitados.

Después de recoger varias cosas que podría necesitar como armas del callejón (las balas que generosamente habían repartido los matones, y algunas botellas y cristales del cubo de la basura) se sacó la máscara del bolsillo, se la puso y se dirigió silenciosamente hacia el almacén, amparándose en las sombras para sorprender a quien fuera que se escondiera allí dentro.

Quizá no se tratara de su gatita, pero quién sabía... podía ser que terminara encontrando algún otro bichejo digno de enfrentarse a él.

El almacén era viejo y en mal estado. No quedaba apenas nada en él aparte de las vigas de hierro y una gran cantidad de escombros acumulados con el paso de los años y el abandono. Y algo más. Cuerpos humanos desperdigados por el suelo. Cálidos y aún con pulso, como pudo notar al arrodillarse junto a uno de ellos. Quien quiera que lo había hecho era otro de esos perdedores que lo único que quieren es llevar a los criminales ante la justicia. Nenazas con remilgados bastones de combate y redes de mentirijillas. Sin riesgo real, ¿dónde estaba la diversión? Le habría gustado enfrentarse a un asesino de verdad, como Elektra y Punisher. Aunque Daredevil era el que más le gustaba, pero sólo porque sabía que él era el único capaz de despertar en él el ansia asesina que sabía que tenía dentro. Bullseye no podía entender a los pusilánimes que tenían miedo de enfrentarse al Cuernecitos. ¿Es que no sabían que cuando estaba verdaderamente furioso era cuando más emocionante resultaba?

De haber tenido la seguridad de que estaba solo habría sacado la linterna que llevaba al cinturón, pero sabía que quien había golpeado a aquellos inútiles aún estaba dentro, así que se agazapó en las sombras, dejando que su mirada se fuera habituando a las tinieblas.

"Vaya, vaya, ¿pero qué tenemos aquí?", pensó cuando finalmente lo vio aparecer.

Estaba oscuro, pero podía distinguir a contraluz la larga capa y las orejas puntiagudas de la capucha. Incluso entre tinieblas era claramente distinguible la silueta del murciélago. Aquello se había vuelto oficialmente interesante.

Era realmente bueno. De no haber estado al tanto de su presencia allí y completamente alerta, habría podido pillarle por sorpresa, porque no hizo el menor sonido, a pesar de tener una silueta considerablemente grande. Bullseye permanecía en las sombras, mirándole, analizándole, tratando de distinguir qué llevaba puesto y cuáles podrían ser los puntos vulnerables si es que llevaba armadura. Él tampoco hizo el menor sonido, y, a diferencia de él, su enemigo no debería tener la más mínima idea de su presencia allí. Posiblemente podría asaltarle por la espalda y...

De repente se giró en su dirección, y la mirada imposiblemente blanca de la máscara se clavó en él. Permaneció quieto varios segundos, mirándole, para dejarle perfectamente claro que sabía que estaba allí. La máscara debía de tener incorporada una lente de visión nocturna, y algún tipo de sensor que le había advertido de su presencia. Bueno, al cuerno con la sorpresa, tampoco la necesitaba para derrotar a un payaso disfrazado.

El brazo del tipo se movió rápidamente, casi inadvertidamente, pero en un juego que él conocía demasiado bien. No le costó nada calcular la trayectoria que llevaría el objeto porque se trataba de algo que había practicado incontables veces. Había apuntado al brazo derecho, bien jugado. El tipo sabía lo que se hacía, pero también era una muestra más de que jugaba con el seguro de niños puesto. No matar ni mutilar. Él habría apuntado a la cabeza, justo en mitad de la frente.

¡Bullseye!

Su brazo se movió a una velocidad equiparable a la del desconocido para atrapar el objeto arrojadizo en pleno vuelo. Le habría gustado examinarlo, le habría gustado arrojárselo de vuelta para demostrarle cómo se hacía, pero entonces el objeto empezó a emitir un sonido que reconoció perfectamente. Un sonido que auguraba problemas. Podría ser cualquier cosa, desde una descarga eléctrica a una explosión, y no quería inutilizar o mutilar tan rápido a su adversario, no hasta haber probado realmente de qué era capaz. Quien sabe, quizás se hubiera equivocado al juzgarlo, y sería de locos desperdiciar una buena pelea, así que lo único que pudo comprobar fue que tenía un perfecto equilibrio antes de arrojarlo hacia la escalera, donde quedó clavado en el pasamanos, esperando para descargar su letal efecto, que al final resultó ser simplemente electricidad. Qué poco original...

Pero tenía su aspecto positivo; la luz intermitente le permitió analizar un poco mejor la armadura que llevaba el supuesto "héroe", ofreciéndole un mapa mental de dónde y cómo atacar. Coraza protectora en el pecho, con pequeñas placas de lo que posiblemente fuera kevlar cubriendo la mayor parte del cuerpo y guantes reforzados hasta el codo. Ahora tenía aún más mérito que hubiera sido capaz de moverse tan silenciosamente, pero por más facilidad de movimiento que le otorgara la armadura, él siempre iba a ser más ágil y rápido, lo cual era un evidente punto a su favor. El segundo era que para tener flexibilidad llevando una armadura había que sacrificar protección para permitir el movimiento, y esos puntos de unión entre junturas eran una vulnerabilidad que no estarían al alcance de la mayoría. Pero él no era la mayoría...

Él era Bullseye... y Bullseye nunca fallaba.

Lo siguiente que dijo estuvo a punto de hacerle reír a carcajadas. ¿En serio? ¿Qué era, uno de esos freaks que reptaban por las sombras tratando de asustar a la gente? Parecía que el Cuernecitos no era el único con un gusto por lo excesivamente dramático. Bueno, pues ya tenía otro problema, porque él no le temía a nada.

- Claro, a mandar. Toma luz, mamarracho.

Con un velocísimo movimiento, Bullseye extrajo la linterna de su bolsillo, la activó con el pulgar y la arrojó directamente enfocando a los ojos del murciélago, que aún resplandecían en blanco, evidenciando que mantenían activo el sensor de visión nocturna. Podía ser de dos tipos, de visión térmica o de amplificación de luz, pero Bullseye apostaba por lo segundo, ya que era lo más común y lo que mejor visión ofrecía, ya que la primera sólo permitía ver los cuerpos que emitían calor, pero no distinguir los detalles del entorno. Los visores nocturnos actuaban intensificando la luz existente, y aunque los más modernos contaban con reguladores para evitar el daño ocular, Bullseye contaba con que el fogonazo inicial le cegara momentáneamente antes de que el aparato actuara para rebajar la intensidad lumínica. Casi al momento, arrojó una serie de cristales destinados a clavarse en las junturas de la armadura en la zona de las ingles y la fosa del codo, aprovechando que la potente luz de la linterna le estaba ofreciendo perfecta visión temporal del objetivo.

No se paró a comprobar los resultados de su ataque, primero porque estaba casi al cien por cien convencido de su efectividad, y segundo, porque necesitaba actuar con rapidez para aprovechar el momento de ceguera/dolor/confusión de su adversario para su siguiente movimiento, uno que igualaría por completo las tornas entre los dos. Agarrando el batarang que permanecía clavado en la barandilla, ya desprovisto de su potencial lesivo eléctrico, lo arrancó y lo arrojó en la dirección del murciélago, apuntando a la parte superior de su casco, donde se encontraban los ojos, con toda su fuerza. Posiblemente no lograría romperlo, pero ése no era su objetivo. Lo que pretendía era destrozar la tecnología que le permitía ver en la oscuridad, y lo que fuera que le estaba proporcionando ventaja en el combate, para poder demostrar, de igual a igual, quién de los dos era el mejor.