[Minievento] El tiempo en sus manos - Prólogo (John Constantine) [16-03-2019]

Francis Chandler, también conocido simplemente como "Chas", había sido durante mucho tiempo el compañero más habitual de John Constantine, y, por sorprendente que pudiera parecer, su más viejo amigo.

A pesar de no ser un tipo particularmente expresivo, ni acostumbrar a decir muchas palabras, había demostrado siempre ser un amigo fiel, y podía presumir de ser una de las pocas personas capaz de influir positivamente en John para que no se dejara llevar por su lado egoista y actuara de la manera correcta. De hecho, había sido él quien le había convencido para que utilizara sus habilidades como exorcista para ayudar a los demás.

En cierta ocasión, tras una larga noche de borrachera en un bar, Constantine había lanzado sobre él un hechizo de protección para que condujese sano y salvo hacia su casa, sin embargo, tras la partida del mago, se produjo un incendio en el local que dejó atrapado a Chas junto con otras 47 personas. Todos murieron, excepto él, quien, de alguna manera, parecía haber quedado resguardado por el hechizo de John, el cual, al parecer, había almacenado en él las vidas de las 47 personas que habían perecido en el incendio, concediéndole así la posibilidad de morir y resucitar durante un número finito de veces, lo cual le permitió pasar a ayudarle en sus actividades. No todo iba a ser bueno, no obstante, pues su relación con el mago le había costado el divorcio de su esposa Renee, pero Chas no se arrepentía de su decisión, pues le debía la vida a John y su lealtad y devoción hacia él estaban más allá de toda duda.

No obstante, llevaba algún tiempo preocupado, pues desde que se había producido la Colisión apenas había visto a su amigo. John estaba diferente, más... cambiado, de alguna manera lejano y distante al que él había conocido, como si hubiera regresado a sus peores épocas de cinismo y egoísmo y, como tal, se había ocupado de alejar a cualquier buena influencia de su vida, apartándose gradualmente de Chas.

Por esa razón, y después de tantos meses sin saber nada de él, Chas casi escupió los cereales del desayuno sobre la mesa al ver aparecer en la televisión la noticia de la desaparición de su amigo en las catacumbas de París. Por lo visto, habían pasado ya nueve días desde la última vez que se le había visto, motivo por el cual la noticia había trascendido más allá de Francia, y los dispositivos de búsqueda continuaban, así que, alarmado, echó mano al móvil y marcó el número que se había jurado no volver a marcar después del último desplante del rubio.

Ritual matutino: levantarse de la cama con dolor de cabeza por no poder dormir del tirón, pero eso ya era la costumbre; ir a ver si había café en la cocina y si no, prepararlo él, aunque fuera sólo para quitarse el mal sabor de boca; vestirse, coger la gabardina y salir a la calle; pasar por el bar de en frente del ático de Brooks a tomarse algo fuerte mientras observa las noticias por el televisor. Y os preguntaréis, ¿por qué bajar al bar a tomarse algo y ver la tele cuando lo podría hacer tranquilamente desde el ático? Fácil: en el ático no se escuchan las conversaciones del bar. Además de las noticias, los rumores que pueden circular por un bar pueden ser igual o incluso más interesantes si uno sabe dónde buscar.

Llevaba la mitad de su vaso cuando notó que le vibraba la gabardina. Le extrañó, ya que nadie, absolutamente nadie había llamado a ese número desde que se le girara la cabeza. ¿Tan Constantine había sido para ni una triste llamada? Pero ahí estaba, el móvil vibrando y un nombre en la pantalla: Chas.
"Chas.... Hostia puta, ¡Chas!" Por un momento casi no logra recordar de quién se trataba, pero como si alguien no hubiera atado bien su maleta al levantarla, los recuerdos se le esparcieron por la cabeza y en cada uno de ellos salía su cara. ¿Cómo le habría ido al bueno de Chas tras la colisión? Y... ¿sería el mismo Chas que él conocía?

Contestó al móvil.

- ¿Chas? - Podría haber contestado con un monótono "¿si?" o algo incluso más neutral, pero Chas era Chas.
- John, gracias a Dios! Acabo de ver en las noticias internacionales que llevas más de una semana desaparecido, ¿estás bien?
- Ehmm... si, estoy bien. Tomándome algo. ¿Dónde dices que salgo?
- En la CNN, si la tienes a mano enciéndela. - John apartó el móvil un momento, pidiéndole al barman que pusiera la CNN. En la pantalla salía la noticia: el detective británico John Constantine había desaparecido en las catacumbas de París. El barman reconoció su cara, pero John no le hizo caso. "Las catacumbas... me suena que he estado allí pero no me acuerdo..."
- ..... Joder, sólo les falta poner que estoy muerto.... ¿Han dicho las fuentes?
- La fuente es la policía de París, al parecer estabas allí realizando una investigación. Algo acerca de un cadáver en la biblioteca. Entonces... ¿no eras tú? Ya me extrañaba que te hicieras llamar "detective". Al parecer ibas con un chico, pero nadie tiene idea de quién es.
- Bueno, para empezar hace nueve días estaba en Nueva York. Y para seguir: que te den. Soy el nuevo Sherlock Holmes de ésta era, ¿o no te habías dado cuenta?
- Lo que tú digas, tío, siempre que estés bien. ¿Qué piensas hacer?
- Lo primero será terminarme ésta copa que tengo a medias. Y luego iré a hablar con los gabachos para que no se preocupen tanto por mí. Y Chas... Gracias por llamar. Cuando vuelva, te invito a una cerveza.
- .............. ¿Estás seguro que no vas a necesitas ayuda?
- Tranquilo, no voy a pilotar yo mismo el avión.
- Como quieras. Nos vemos a la vuelta.

John colgó el móvil. Algo todo aquel asunto no le gustaba ni un pelo, y sólo tenía una forma de averiguar a qué venían esas tonterías.
Lo siguiente que se supo de John era una nota dejada bajo la puerta del ascensor del ático de Brooks que decía "Me doy un garbeo por París. Volveré tarde". Cogió el primer vuelo que pudo encontrar para llegar a la capital franca y se encaminó directo hacia la Biblioteca Nacional de Francia donde, supuestamente, investigaba la aparición de un cadáver.

"Sigue sin gustarme una mierda todo éste asunto..."

El primer vuelo que pudiste encontrar con billetes disponibles salía a las 19:15 de la tarde, así que, como no tenías equipaje que coger, te dirigiste directamente al aeropuerto tras dejarle el mensaje a Brooks y, una vez allí, trataste de dormitar en una de las múltiples salas de espera. El vuelo duraba siete horas y cuarto y había una diferencia horaria de +6 horas, lo cual quería decir que para cuando llegaras serían ya las ocho y media de la mañana, así que más te valía tratar de aprovechar hasta el más mínimo momento para descansar. Algo te decía que el día que te esperaba iba a ser movidito...

Nada más llegar te dirigiste directamente a la Biblioteca Nacional, que abría a las nueve y, tras recorrer extensas e impresionantes galerías repletas de libros, atravesaste aquel santuario del conocimiento hasta llegar al mostrador donde se encontraba el bibliotecario. Se trataba de un muchacho muy joven que parecía encontrarse bastante atareado.

- Disculpe, señor, enseguida le atiendo -farfulló en francés sin levantar la mirada cuando te sintió acercarte-. Aún estoy tratando de organizar todo lo que se quedó a medias después de lo de... ¡Oh! -hizo una pausa cuando por fin se dio cuenta de la persona que tenía delante-. Usted es el detective británico que desapareció, ¿no? -preguntó, cambiando el idioma al inglés-. Ése que busca todo el mundo. ¿Ha avisado a la policía?

Las bibliotecas siempre le daban cierto... respeto, por decirlo de alguna forma. Un lugar tan grande, con tantos libros, con tanto conocimiento... y sobretodo, ese absoluto silencio que se le pide a uno cuando coge un libro y se sienta a leerlo, ayudando así al de al lado y éste al siguiente, y al siguiente, y al siguiente... Muy curioso el efecto dominó que se creaba con un simple cartel y un escueto "shhhhhhh" de vez en cuando para que la pieza se inclinara en favor del prójimo y continuara la caída.

Además de ese respeto, el mago también sentía cierta nostalgia de los tiempos en que tan sólo era una chaval que no sabía nada y quería comerse el mundo. Seguía siendo un chaval por dentro, con la diferencia que ahora sí sabía y tan sólo quería que el mundo no se lo comiera a él.

Se acercó hasta el mostrador más próximo, donde el chico le respondió en francés. John no tenía ni papa de francés, por lo que esperó a que el chico terminara lo que fuera que estuviera diciendo y el mago pudiera contestarle en inglés, con la esperanza de que éste supiera su idioma y no tuvieran que buscar al típico gabacho que en lugar de hablar inglés, lo masticaba.
Por suerte no hizo falta, pues el chaval lo reconoció al instante y le habló en inglés. Si que se había hecho famoso en cuestión de días, y eso sólo hacía que aumentara su inquietud.

- Luego. Primero necesito contrastar de nuevo la información que tengo sobre el cadáver que se encontró aquí. ¿Podrías echarme un cable? Necesitaría ver de nuevo la escena y que alguien me hablara de ella. Parece una gilipollez, pero cuando escuchas lo que ya sabes en boca de otro te vienen nuevos puntos de vista.

Mentira como esa puta biblioteca de grande.

- Ehm...

El mago pudo distinguir perfectamente el variado abanico de emociones que pasaron por el rostro del muchacho.

Por un lado, estaba el sentido de la responsabilidad, ya que tenía, obviamente, mucho trabajo por hacer, pero dicho sentimiento entraba en conflicto con la emoción de mezclarse con un asunto misterioso del que, a día de hoy, aún no se había encontrado explicación. Por otro lado, lo que le pedía el inglés era raro, y si hubiera tenido más suspicacia que impulsividad juvenil le habría parecido extraño. Sin embargo, Constantine era bueno con las palabras, y también jodidamente carismático. Un chavalito inexperto como aquél no tenía la menor posibilidad de detectar el engaño, por lo que la vacilación no duró demasiado.

- Pues, lo cierto es que la muerte del señor Blanchett me ha dejado bastante trabajo pendiente... -dudó una vez más, planteándose si debía pedirle a otro que acompañase al inglés, pero al final le pudo la excitación de formar parte de una investigación policial, y los ojos se le iluminaron-. No importa, supongo que puedo hacer horas extra. Sígame.

Para sorpresa de John, el bibliotecario le condujo al exterior de la biblioteca y comenzó a guiarle por un camino que se alejaba de la misma.

- "La Viuda" apareció la madrugada del cinco de marzo. Siguiendo el rastro de tinta que dejaba a su paso, la policía fue capaz de averiguar que comenzó su camino aquí.

El chico le señaló la antigua puerta de madera de una vieja casa abandonada hacía mucho, a un par de manzanas de la biblioteca. El rastro de tinta negra aún era visible a pesar del tiempo transcurrido, corroborando las palabras del muchacho al dirigirse, a través de los muros, en dirección a la biblioteca.

Así pues, desandaron el camino de vuelta siguiendo el rastro de tinta hasta llegar a la entrada principal de la biblioteca. Una vez dentro, el rastro continuaba ésta vez por el suelo, a modo de gotas distribuidas de manera irregular, y se extendía a lo largo de varios pasillos, como si hubiera estado deambulando hasta terminar en la sala principal, donde había un charco más grande en una silla en concreto que mantenían apartada del resto mediante cinta policial para que nadie la tocara, lo cual había demostrado ser una medida prudente, en vistas a la gran cantidad de curiosos y morbosos que estaban haciéndole fotos en aquél instante. El blbiotecario no había especificado qué clase de ser era "La Viuda", asumiendo que el inglés ya poseía esa información, lo cual realmente no suponía un gran problema para Constantine, que empezaba a formarse una idea bastante clara en su cabeza.

- Los únicos que estaban presentes en la biblioteca cuando ocurrió eran los vigilantes de seguridad y el señor Blanchett, el bibliotecario jefe. Los guardias salieron todos corriendo al verla, y para cuando finalmente vino la policía, no fueron capaces de encontrar al señor Blanchett... Al menos no inmediatamente.

Tras sus enigmáticas palabras, el chico volvió a guiarle fuera utilizando la puerta principal (el rastro de tinta realizaba el camino de vuelta) y se detuvo finalmente en un callejón cercano.

- Aquí fue donde encontraron al señor Blanchett -musitó el bibliotecario en voz baja, con un rastro de temor reverencial en la voz-. El rastro de tinta terminaba sobre su pecho. Yo no estaba presente, pero, por lo que me han contado, tenía la ropa revuelta, como si hubiera estado corriendo, y los ojos muy abiertos, con el rostro contraído en un rictus de terror, como en la película esa, "Ringu", la japonesa, no la americana, que es una basura, cuando la gente se moría de miedo y les encontraban con esa expresión congelada en las caras después de haber visto la cinta de vídeo... ¿sabe lo que le digo?

El muchacho se tragó la bola. O eso o tenía muchas ganas de formar parte de esa historia de crímenes sin solución y desapariciones esporádicas dignas de cualquier novela o serie policíaca. El caso es que fuera por lo que fuera, accedió a mostrarle la escena del crimen y hacerle de guía. El mago tendría que callarse muchas preguntas si quería mantener su papel de detective que quiere visitar de nuevo una escena la cual ya obtuvo los datos iniciales que necesitara.

Lo que no se esperaba era que ya se supiera la historia sin siquiera pedir detalles.

Un ente aparece de repente a quien llaman "La Viuda" desde el exterior y va dejando un rastro de tinta a su paso. Entra en la biblioteca y todo el mundo sale corriendo. La Viuda opta por escoger una víctima y ésta como las demás, huye. Por desgracia, el ente lo atrapa y muere de una forma horrible y perturbadora. Después desaparece, sin dejar rastro.
Sólo faltaban unos focos y una máquina de humo para terminar de darle el toque teatral a esa historia de fantasmas, y un narrador con una voz profunda y rota en lugar de aquel chaval tan motivado.

Lo que más le llamaba la atención al mago era el rastro, o mejor dicho, la falta de éste. Todo espíritu que se manifiesta en el plano mortal deja un rastro, una huella espectral. Aquel ente tan sólo dejó un rastro de tinta, unas manchas que no desprendían nada más que un olor característico en toda biblioteca.

John rodó los ojos y exhaló con fuerza por la nariz. "Menudo teatro han montado". Que lo hubieran sacado en las noticias ya era raro pero... ¿todo ese tinglado? Alguien tras bambalinas se había esmerado mucho para que el mago visitara París, eso lo tenía claro.

- Gracias chaval por el recorrido. Recuerda poner "#tetasgrandes" cuando comentes ésto por Twitter. Seguro que te llueven visitas.

John ya había terminado con la biblioteca. Llevándose un cigarrillo a la boca para encenderlo una vez fuera, tenía otra parada que hacer para tener otra pieza de ese puzle: la comisaría de policía. A ver qué numerito le esperaba.

La comisaría de policía se encontraba en un elegante edificio acristalado del número 18 de la Rue du Croissant (sí, sí, de verdad), a menos de un cuarto de hora andando de la Biblioteca Nacional.

Sin duda su cara debía de ser bastante conocida esos días, porque todos los policías con los que se cruzó a su entrada en la comisaría se le quedaron mirando con claros gestos de desconfianza, algunos incluso murmurando entre ellos.

Cuando llegó al mostrador de recepción, le pidieron que esperara, y no mucho después se presentó el capitán con cara de malas pulgas indicándole con un gesto que le acompañara hasta su despacho. Una vez allí, y tras cerrar la puerta, le señaló que tomara asiento y se situó frente a él tras la mesa.

- Bien, señor Constantine... Imagino que habrá venido para notificar dónde ha estado metido éstos últimos días, porque la verdad, ignoro cómo hizo la última vez para que mis chicos le permitieran acceder a la escena del crimen sin acreditación, pero desde luego yo no pienso cometer ese error...

Al entrar en la comisaría al "detective" no se le escapó el hecho que la mitad de los polis le estuvieran mirando cuando pasó por la puerta y se acercó al mostrador. No era de extrañar teniendo en cuenta que seguramente había hecho que fueran de culo con su "desaparición", y al verle entrar tan campante en la comisaría más de uno tuviera la necesidad de ir a su lado, darle un puñetazo en la cara y pedir explicaciones.
Pero eso no era Estados Unidos y los franceses en éste aspecto solían ser más... diplomáticos por llamarlo de alguna forma.

Juera como fuese, John se acercó al mostrador donde estaba "la atención al cliente", dio su nombre y le pidieron que esperara. Al poco rato apareció un hombre con mala cara que le hizo pasar a su despacho. Seguramente era el mandamás en la comisaría y le tocaba comerse una buena bronca por parte de la máxima autoridad dentro del departamento.

El mago se sentó en la silla, hizo un amago para fumarse un cigarrillo pero vio de reojo el cartel de "no fumar". "Estos europeos y su mierda de leyes..." aunque, en primera instancia, él también era europeo.

Como era de esperar, el capitán pedía respuestas. Estaba bastante molesto con el tema y a John le saltó una duda, o mejor dicho, una confirmación que iba tomando forma en su cabeza.

- Cierto, he venido para aclarar éste malentendido. Mire, ignoro con quién se toparon sus agentes hace unos cuantos días, pero le puedo asegurar que yo estaba muy tranquilo en Nueva York hasta que he visto las noticias internacionales diciendo que había desaparecido y he cogido el primer vuelo que despegaba. - Podría haberle dicho la última vez que estuvo en París pero... no lo recordaba con claridad. Además, también podría haberle dicho lo que estaba pensando: que alguien se estaba haciendo pasar por él. Pero hasta que no tuviera las cosas más claras, no quería soltar prenda por si llegaba a oídos que no debían.

John Constantine. El eterno paranoico.

El capitán se reclinó en su asiento con el ceño fruncido, meditando las palabras del inglés y escrutando su rostro para comprobar si le estaba diciendo la verdad o no. Claro que... ¿por qué iba a engañarle? El otro John Constantine no había hecho nada más allá de colarse a fisgonear en la escena de un crimen, y de todos modos no habrían podido culparle de nada porque había sido el encargado del caso el que le había dejado pasar voluntariamente (aunque posteriormente jurara y perjurara que no sabía por qué lo había hecho). No, no tenía motivos para engañarle, pero por si acaso, y sólo por seguir la rutina, le pidió el pasaporte y comprobó que, tal como decía el inglés, el sello del aeropuerto era de aquella misma mañana, y no figuraba ningún otro viaje reciente a ninguna ciudad de Europa. Era muy difícil llegar desde Nueva York a París sin coger un avión... Se rascó la cabeza, pensativo.

- ¿Me está diciendo entonces que alguien ha usurpado su identidad? Eso es una acusación muy grave...

Su tono había variado ligeramente. Ya no era tanto de irritación como de preocupación. ¿Quién podía haber hecho algo así?

El hombre se levantó, fue hacia un archivador, rebuscó hasta encontrar una carpeta, sacó de ella un folio y se lo tendió al inglés.

- Éste es el retrato robot del tipo que estuvo esa noche en el callejón. Como ve, coincide en descripción con el nombre que nos dio: John Constantine. Iba acompañado de un muchacho, pero no hemos conseguido averiguar su identidad.

Acto seguido le mostró un segundo folio, sólo que éste mostraba una cara de lo más corriente, y los rasgos estaban trazados de manera mucho más difusa que los del mago.

- El chico no llamaba mucho la atención... A los testigos les costó proporcionar detalles lo suficientemente específicos como para lograr un buen retrato. Pudimos sacar que tenía el pelo y los ojos marrones y que era joven, en torno a la veintena. Si le suena alguien con esa descripción, por favor, dígalo. Me imagino que querrá poner una denuncia...

"Me ha tocado el poli listo. Mierda, creo que Hollywood ya no querrá hacerme la película." Para sorpresa de John, el capitán había llegado a la misma conclusión que él, y no optó por la vía cotidiana de desconfianza y acusaciones falsas contra el mago terminando en una pataleta y un "no salgas de la ciudad" o algún aviso por el estilo. Pero no, el capitán metió la mano y sacó el premio gordo. Era tal vez la deducción más probable, pero eso no significaba que fuera la cierta. Pero hasta que no se demostrara lo contrario...

El capitán le pasó un retrato robot y luego otro. El segundo no destacaba mucho: era un chico normal y corriente. Podría salir a la calle y señalar a uno cualquiera que tendría un 50% de acertar o fallar. El otro dibujo sin embarga si le preocupó. Era un buen retrato del mago, incluso con el cigarrillo en la boca. "No me jodas, yo tengo mucho más estilo que éste. Menuda expresión de mierda". Había que reconocer que el parecido era bastante razonable. Al parecer, tenía un admirador secreto rondando por París, suplantándole.

El mago le devolvió los dibujos al capitán.

- Me suenan demasiadas personas con una descripción así, y si que voy a poner una denuncia: ésto es suplantación de identidad en toda regla. - La verdad era que la denuncia podría ayudarlo a que ese tipo saliera a la luz. Era una posibilidad, una herramienta. En realidad no tenía muchas ganas de poner una denuncia con todo el papeleo pero... era otra pista a seguir. - ¿Puede contarme algo más de todo ésto? Escuché por las noticias no sé qué de las catacumbas de París. - A veces, hacerse el desentendido podía darte más información que si te hacías el listillo.

- Está bien -asintió el capitán-. Cuando salga de aquí diríjase a la primera mesa de la izquierda. El agente le tomará los datos e iniciará el papeleo para la denuncia.

Las siguientes palabras del inglés hicieron vacilar al hombre.

- Bueno... Se supone que no debería estar contando ésto, pues es información clasificada. Estamos tratando de mantener alejados a los curiosos, por todo el rollo ese del fantasma, ya sabe... Éste tipo de cosas suscitan mucho morbo. Pero tuvimos que decir dónde había sido visto por última vez, verá... El hombre que se hizo pasar por usted nos ayudó con la investigación sin pretenderlo. No sabemos cómo lo hizo, pero nos guió hasta el lugar del que, aparentemente, había salido el o la asesino/a. Hay una antigua ala en la vieja biblioteca que está cerrada al público porque su estado está tan deteriorado que podría llegar a resultar peligrosa. En esa ala hay una puerta de madera de doble hoja, y, sobre ella, encontramos ésta huella.

La pasó una nueva fotografía que mostraba una antigua cerradura plagada de runas y símbolos que John rápidamente identificó como sellos mágicos de clausura y, junto a ella, la huella en tinta de una mano menuda, que bien podía pertenecer a un chico joven o a una mujer.

- Y aquí está lo sorprendente... Las huellas digitales que hemos podido extraer no son humanas. No me pregunte lo que son, porque no lo sé, aunque me resisto a creer que puedan pertenecer realmente a un fantasma. Quizá sea alguna clase de alienígena, como Supermán. El caso es que esa puerta llevaba cerrada muchísimos años y tras ella albergaba uno de los múltiples accesos a las catacumbas de París que se encuentran repartidos por toda la ciudad. El hombre que se hacía pasar por usted la abrió y tanto él como su acompañante pasaron al interior. Mi equipo llegó algo más tarde y ya no pudieron encontrarlos; habían desaparecido. La cuestión es, señor Constantine, que hay 300 kilómetros de catacumbas bajo París, y son como un jodido laberinto. Hay pasadizos demasiado estrechos y bajos, algunos de los cuales se inundan fácilmente, razón por la cual desde 1955 se considera ilegal cualquier visita sin guía oficial. Ha habido varios casos de desapariciones en los túneles, y sospechábamos que podría haber sido su caso. Los cataflics, la policía especial que patrulla las catacumbas, lleva días registrando los túneles para encontrarle. Daré aviso para que abandonen la búsqueda.

¿Cuántas veces se había dicho "se supone que no debería decirlo" y luego acababan por hablar? Era curioso como uno se saltaba las normas establecidas por el mero hecho de informar a alguien, aunque éste sólo estuviera de paso. John daba gracias a los de ahí arriba por cada uno de los polis que se había encontrado con ganas de hablar pero siempre empezando con un "yo no se lo he dicho" o "nunca hemos tenido ésta conversación". Era hasta gracioso si uno se ponía a pensar en ello.

Lo que vino después, no fue para nada gracioso. La historia empezaba a tener un aire reconocible para el mago cuando el capitán se puso a hablar sobre la puerta sellada en una de las alas de la biblioteca, con la participación del supuesto fraude de fantasma, el impostor y el chico misterioso. Después llegaron las runas, y ahí John tuvo que ponerse más serio. "Unas runas de contención no se ponen en una puerta sólo para hacer bonito". Si alguien puso esas runas debía tener un buen motivo. Uno de peso.
Varias teorías se tejieron en la mente del inglés al tener ésta nueva información. Si la puerta estaba sellada, ¿cómo podía haber abierto el impostor dicha puerta? ¿Y esas runas bloqueaban sólo la puerta o el contenido de la misma? ¿Era el impostor algo más que un simple imitador? ¿Fue él quien liberó al asesino? ¿Una ilusión? ¿Un hechizo? ¿Y qué pintaba el chaval en todo eso?

Tenía que admitirlo: pese a todo, a John le estaba interesando el caso, pese a que no tenía más pretenciones que destapar al impostor y volver a Nueva York cuanto antes. Estando en París, tenía la sensación de que no era una buena idea pasar más de un día en la capital franca. Un recuerdo, uno muy oprimido era el que se lo estaba diciendo con una vocecita casi inexistente.

John se levantó del asiento, mostrando así que ya había acabado con el capitán.

- Gracias por la información, capitán. - Se llevó un cigarrillo a la boca pero no lo encendió.

Tenía claro lo que iba a hacer: pasaría por secretaría o donde fuera que tuviera que pasar para poner la denuncia, el cebo si salía bien. Luego volvería a la biblioteca, y buscaría esa supuesta puerta sin que nadie le viera. Siempre hay un momento donde están demasiado ocupados como para no ver a un inglés colándose por donde no debería. Inspeccionaría las runas, si de verdad eran runas u otro fraude, e investigaría el otro lado de la puerta.

Pero antes, en cuando pusiera un pie fuera de la comisaría, encendería ese ansiado pitillo.

Así, John regresó a la biblioteca y estuvo deambulando hasta encontrar la sección más antigua y abandonada de la misma donde, según pudo constatar, el rastro de tinta continuaba. Era como si hubieran trazado un rastro de miguitas de pan para que alguien lo siguiera, pero... ¿quien? ¿Y a quién pretendía atrapar? ¿A él o al tipo que se había hecho pasar por él? Cualquiera de las dos opciones era plausible, dado que había sido el otro tipo el que había seguido el rastro primero y quien, a todas luces, había desaparecido, pero lo había hecho luciendo su aspecto, así que... ¿quién sabía?

Después de caminar durante un rato por el ala abandonada, Constantine se detuvo ante las enormes puertas de madera que había visto en la fotografía, bloqueadas tras las bandas amarillas que indicaban que no se podía pasar. El rastro de tinta continuaba bajo la puerta, y la huella de la que le había hablado el agente era claramente visible junto al pomo. Se trataba, efectivamente, de una mano pequeña, delicada. ¿Una mujer? ¿El chico misterioso?

La cerradura estaba llena de runas y símbolos mágicos que habían servido para mantener la puerta cerrada, pero en aquél momento los sellos estaban rotos, claramente abiertos por el tipo que había venido antes que él. ¿Un mago, entonces? Un hechizo de ilusión cuadraría con el hecho de que hubiera lucido su aspecto, y un poco de sugestión o control mental habría bastado para que le permitieran pasar a la escena del crimen. La hipótesis cuadraba, pero lo que estaba claro era que, fuese quien fuese, debía de conocerle de algo, de lo contrario no habría adoptado su aspecto. Y la incógnita de por qué lo había hecho permanecía en el aire.

Y, por cierto, ahora que se fijaba mejor, las runas parecían de origen nórdico, y podía notar aún un tenue halo mágico alrededor a pesar del tiempo transcurrido, lo que indicaba que debía haber sido una magia poderosa, y sin embargo aquél tipo la había deshecho sin pestañear...

Tras apartar las bandas amarillas de la policía, no tuvo más que empujarla un poco para que cediera con un chirrido, revelando una escalera de piedra que se adentraba en las profundidades de la tierra. Una corriente de aire frío le golpeó desde abajo, pero estaba tan oscuro que resultaba imposible distinguir nada...

El chirrido que dio la puerta fue como un eco en su mente, simulando un grito de desesperación y alarma que avisaba al mago del peligro al que se metía de lleno. Su cabeza funcionaba a mil por hora, formulando varias teorías de lo que podría haber pasado aquella noche cuando su otro yo pasó por esa puerta, rompiendo los sellos que aun mantenían un leve aura de magia. Con cada teoría que archivaba acrecentía la sensación de peligro. Varias partes del mago tiraban de su consciencia para que saliera huyendo de allí, que volviera armado hasta los dientes y quemara todo cuanto viera por delante.
Por otro lado...

La curiosidad era una nefasta consejera en momentos como ese. Todo ser viviente es empujado por un instinto irrefrenable de supervivencia. Muy mal tiene que estar la psique de dicho ser para obviar dicha alarma y seguir metiendo la cabeza dentro de las fauces de la bestia. La curiosidad... esa gran consejera...
Las runas que habían en la puerta podían ser un mensaje. Uno que el mago se lo tomó muy en serio: sea lo que sea lo que se escondía, lo que aguardaba bajo las escaleras, era antiguo. Cerrando la esclusa de las teorías, el inglés se concentró en preparar varios hechizos protectores, formulándolos en su mente y dejándolos sobre la mesa de su escritorio mental para cuando los necesitara. Los más poderosos eran aquellos que debían consumir cierto tiempo de preparación.

A John no lo iban a pillar desprevenido.

Sacó una linterna de bolsillo y se la colgó de la gabardina. Seguramente iba a necesitar las manos. Empujó del todo la puerta y miró hacia abajo, hacia el vacío de las escaleras.

Puso un pie por delante, y luego otro. Y así fue descendiendo.

"Joder John, espero que sepas lo que estás haciendo."

Los escalones, resbaladizos por la humedad y desgastados por el paso del tiempo, condujeron al inglés a las profundidades que albergaban.


La luz de su pequeña linterna alumbró lo que parecía ser una construcción muy antigua, pero a pesar de que las paredes estaban atravesadas por sendas grietas parecía bastante sólido. Por las cadenas  suspendidas del techo resbalaban gotas de agua, que caían al suelo con un ritmo constante, como el tic tac de un reloj.

John comenzó a avanzar por el pasadizo, recibiendo por único sonido el eco de sus pasos en el lúgubre escenario. Definitivamente aquél lugar le traía recuerdos... Ya había estado allí antes, pero ¿por qué? ¿Y con quién?

La primera desviación que encontró a la derecha estaba bloqueada por una pila de rocas, de modo que continuó hacia delante, siguiendo el rastro de tinta que formaba manchas irregulares en el suelo, ascendiendo en ocasiones a las paredes para continuar por el techo y regresar al suelo. La débil emanación mágica que había percibido en torno a la cerradura aún era palpable allí también.

El túnel era muy largo. Constantine dedujo que debía atravesar toda la parte antigua de París. Se encontraba meditando sobre ésto cuando pudo percibir que una de las losetas circulares del suelo se hundía levemente bajo su pie. Y un tenue ruido, casi imperceptible, se dejó oír...

Descender por aquella oscuridad no era nada bueno, ni para sus instintos de superviviente ni para sus recuerdos. Demasiados agujeros oscuros había descendido ya para saber que nunca le esperaba abajo un comité de fiestas y una pancarta que decía "¡FELIZ CUMPLEAÑOS, JOHN!". Lo más cercano que tuvo a una experiencia así fue cuando le "robaron el corazón". Eso si que fue una buena sorpresa.

Los túneles de las catacumbas de París. Tenía la sensación de haber bajado ya en otra ocasión pero no conseguía recordar cuando. Según iba andando pequeños fragmentos de recuerdos se colaban por su cabeza desde la mente de otro Constantine, y se filtraba por una rendija apenas más grande que un alfiler. Imágenes de él en una calle, un muerto y un hombre de melena rojiza... o castaña, no lo recordaba muy bien. Sintió algo y tampoco supo el qué era. Simplemente algo.
Aquellos recuerdos a cuentagotas le estaban matando. Un principio de migraña se instaló en su cerebelo y clavó sus clavos con saña. Tuvo que detenerse un momento por el dolor, hasta que éste mitigó y se hizo más llevadero.

No sabía hacia dónde iba ni por dónde iba. El rastro de tinta por el suelo fue una "agradable" pisto y sin nada más en lo que apoyarse, lo siguió.
Era bastante irregular. Si hubiera sido un espectro no habría dejado ese rastro de tinta ni ese camino tan irregular. Además, si las fuerzas nigrománticas estuvieran actuando en esos túneles lo sabría: se olería en el aire y crisparía en la piel .

El sonido bajo su pie hizo que se detuviera por segunda vez. Normalmente un ligero sonido tras haber hundido algo bajo tu pie no era una buena señal. El mago agachó la mirada y la linterna para ver qué era.

- Que no sea una puta trampa.

Y, por supuesto, era una trampa.

El mago bajó la mirada y la linterna justo a tiempo para ver cómo el suelo se hundía bajo sus pies y era tragado por un vacío lleno de oscuridad. Su primer pensamiento fue que se rompería el cuello, mas su sorpresa fue grande al percibir cómo su cuerpo chocaba contra una especie de masa gelatinosa y viscosa que olía poderosamente a cieno. Contuvo la respiración por instinto y comprendió, no sin cierto pánico inicial, que se encontraba inmerso en una charca de arenas movedizas.

Pugnando por mantener la calma incluso en una situación así de angustiosa, trató de recordar qué era lo que sabía de las arenas movedizas.

Aparentaban ser materia sólida, pero el menor cambio en las tensiones en la arena (como la que había producido el cuerpo de John al caer), causaba una repentina disminución de su viscosidad; el agua y la arena se separaban, formándose regiones densas de arena sedimentada que sólo podían mantenerse en circunstancias de gran humedad, como la que parecía existir en aquellas catacumbas.

Para poder moverse en las arenas movedizas debía aplicarse la presión suficiente en la arena condensada e introducir la cantidad necesaria de agua como para poder licuarla, pero la fuerza requerida para salir de ellas era demasiado grande como para considerarla siquiera. Otra manera más efectiva era impulsarse vigorosamente con los brazos hacia arriba y hacia atrás y caer de espaldas ofreciendo mucha mayor superficie corporal, oponiéndose a la mayor presión por menor unidad de superficie, disminuyendo la presión, y luego arrastrarse lentamente de espaldas como si estuviera nadando para salir de la zona anegada...

¿Lo conseguiría el mago?

- ¡MIERDA!

En efecto, era una trampa, y ya podía gritar y maldecir todo cuanto quisiera que sus palabras no iban a ayudarlo ni a salvarlo. De hecho, nada podría evitar que el suelo se derrumbara y cayera. John había previsto alguna emboscada o algún ataque en la oscuridad, pero no pensó que podría encontrarse con algo así en las catacumbas parisinas. Éste tipo de sucesos suelen encontrarse en las viejas tumbas de templos antiguos donde los paseos nocturnos por sus pasillos internos no solían ser una buena idea.

El mago se preparó para el impacto, pero para su sorpresa, no hubo tal impacto. Es más, casi respiró con alivio de no ser por ese fuerte olor que penetraba sus fosas nasales.
Cieno. El tacto de sus manos y la luz que desprendía la linterna terminaron por componer el cuadro de su situación, así como la sensación de ser engullido poco a poco al haberse movido al entrarle un repentino ataque de pánico, pues no todos los días uno tiene la "suerte" de meter los pies en arenas movedizas. ¡Eso ya era el colmo! ¡¿Cómo podían haber arenas movedizas en las catacumbas de París?! Era tan ridículo que sólo podía atestiguar una sola respuesta: alguien las había puesto allí, a drede, y no con palas y carretillas precisamente.
"Vale John, primero que todo, no te muevas. Recuerda... recuerda lo que se tiene que hacer en éstos casos". En éstos casos solía haber una mano amiga que te ayudara a salir de aquel embrollo, pero no habría tanta suerte. Debía salir él solo si o si.
La mejor opción que se le pasó por la cabeza fue dejarse caer de espaldas sobre las arenas movedizas e impulsarse sobre éstas hacia atrás con los brazos para salir de allí. Era un truco que podría salir bien o podría costarle muy caro. Bien tenía que probar algo si quería salir vivo de allí. Morir asfixiado en las arenas movedizas no era la mejor de las muertes.

Dificultosamente, y jadeando por el esfuerzo, consiguió llegar hasta la orilla de lo que parecía ser un túnel de alcantarilla abandonado, o algo por el estilo. La adrenalina por el peligro que acababa de experimentar le recorría todo el cuerpo, permitiéndole darse cuenta de un detalle... Estaba siendo observado. Y fuera lo que fuese, poseía aura mágica, aunque muy leve.

Trasteó con la linterna, que milagrosamente aún funcionaba, y enfocó hacia las tinieblas que le rodeaban. Al principio no pudo distinguir nada, pero entonces, el súbito movimiento de una sombra que se desplazaba llamó su atención. Al dirigir la linterna hacia allí, una criatura del tamaño de un perro giró su rostro sin ojos hacia él.

Sewers, comprendió el mago. No tenían ojos, pero su oído estaba muy desarrollado y poseían a los lados de la cabeza unos órganos fotosensibles que les hacía orientarse hacia la luz y el sonido. Los sewers eran carroñeros, por lo que, por norma general, no atacarían a alguien como Constantine, pero también eran territoriales y solían atacar a los intrusos que se acercaban a sus guaridas y nidos, lo cual podía ponerle en un cierto aprieto, porque aunque por sí solos no constituían un gran peligro, solían atacar en grupo. No eran demasiado resistentes, pero sí que eran rápidos, y aquellas afiladas garras podían suponerle más de un apuro si se decidían a atacar... pero no lo hicieron.

Constantine podía percibirlos por sus auras, y los descubría en cuanto dirigía la linterna hacia ellos, rodeándole en el túnel. Y, sin embargo, a pesar de su naturaleza hostil y territorial, no estaban atacando, únicamente observaban, y se replegaban en cuanto el mago hacía cualquier amago de moverse en su dirección. Si no fuera porque los sewers no eran particularmente inteligentes habría podido jurar que estaban... ¿asustados?

El esfuerzo lo había dejado con el cuerpo hecho migas. Pero al menos podía contar que había sobrevivido a unas arenas movedizas, y no era algo que todo el mundo pudiera hacer. Se levantó, se quitó los restos que tenía por todo el cuerpo y se aseguró que la linterna seguía funcionando.
Por suerte, así era.
Estaba en un sitio extremadamente oscuro y húmedo. Uno se pregunta qué hay bajo las alcantarillas. En éste caso John podía contestar a la pregunta "qué hay bajo las catacumbas". En muchos libros solían hacer referencias del camino al infierno a través de las catacumbas o siguiendo unos túneles que descendían. Por suerte para los escritores, la ignorancia alimentaba la fantasía.

Un rápido movimiento hizo que John enfocara la linterna hacia un lado de la oscuridad, y pudo ver la silueta iluminada de una criatura de las profundidades. Se quedó quieto, recordando cómo se orientaban aquellos seres y preparado por si tenía que defenderse... pero la criatura no se movió. Mentira, si lo hizo, pero en la otra dirección a la que estaba John. No parecía querer pelea lo cual alivió al mago, al mismo tiempo que lo puso en tensión.
Siguió andando, y poco a poco se vio a si mismo rodeado por aquellos seres que seguían sin prestarle la menor intención. Tenían miedo. ¿De él? No, no de él.

- Por si acaso no voy a darles una oportunidad - ni a ellos ni a nadie. Susurró unas palabras en un idioma ya perdido, y el sonido de su cuerpo se apagó: ni pisadas, ni respiración, ni movimiento, ni latidos del corazón... Ese hechizo haría que John fuera como el silencio mientras estuviera allí abajo. No sabía si habrían más criaturas adelante, o si alguien estaba esperando a que se acercara para tenderle una emboscada. Si no podía emitir ni un solo ruido, también le permitiría centrarse en escuchar.

El mago siguió adelante. Ahora quería saber qué demonios estaba pasando y una salida por la que huir.

Las criaturas dejaron de percibir el sonido que desvelaba la ubicación del cuerpo de John, lo cual las confundió y asustó aún más, ya que continuaban notando la luz de la linterna que el mago necesitaba para orientarse en la oscuridad, y también eran capaces de detectar, a un nivel muy básico, el aura mágica que irradiaba el inglés, un aura que ellas mismas compartían, y, también, la persona que había cometido aquella carnicería entre los suyos días atrás. Al estar sus sentidos tan limitados no eran capaces de discernir si John era la misma persona u otra diferente, y eso las mantenía asustadas y alerta, aunque, de entrada, no había realizado aún ningún movimiento ofensivo hacia ellas, pero por si acaso, decidieron que lo mejor sería facilitarle la salida hacia fuera de sus túneles.

Así, las criaturas se las ingeniaron para irle indicando el camino a John, manteniéndose siempre a una distancia prudencial y saliendo corriendo siempre que el mago se acercaba demasiado, para regresar después con mucha cautela para seguir indicándole el camino correcto a seguir. John no tardó en darse cuenta de lo que estaban intentando, ya que no trataban de atacarle y su actitud no era la de alguien agresivo, más bien al contrario. Parecían asustadas de su presencia allí y lo lógico por tanto era suponer que le querían fuera, aunque tampoco convenía descuidarse, pues podían estar conduciéndole hacia alguna trampa. Por si acaso, se pertrechó bien con toda suerte de hechizos de protección y ofensivos y las siguió porque tampoco sabía muy bien por dónde tirar en aquél laberinto de túneles.

Finalmente, al cabo de más de una hora de andar entre tinieblas, notó que el camino ascendía hasta un nivel superior, y sus pies tropezaron con una irregularidad en el terreno: Vías, pudo constatar al dirigir la luz de la linterna hacia abajo.


Pero aquellas vías estaban oxidadas y torcidas, lo cual quería decir que hacía mucho que ningún vagón de metro las atravesaba, y recordó algo que le había dicho el capitán de policía de la estación de la Rue du Croissant: que a las catacumbas de París se podía acceder tanto a través de las alcantarillas como a través de viejos túneles de metro abandonados.

Pensando en ésto, fue siguiendo las vías hasta que, de repente, llegó al escenario de una verdadera masacre. Decenas de pequeños cuerpos de Sewers se pudrían en el suelo, y a juzgar por las hendeduras en los cadáveres y la manera en la que habían sido machacados los cráneos parecía que, quien lo hubiera hecho, había utilizado algún arma contundente, pesada y no afilada. Si no fuera por los restos de energía mágica que detectaba allí, los mismos efluvios que había percibido en torno a la puerta de la biblioteca que descendía a las catacumbas, no habría pensado jamás que aquello había sido obra de un mago. Pero lo había sido, y sin duda se trataba del mismo que se había adentrado allí abajo luciendo su aspecto. No era nada descabellado asumir que los sewers habían atacado primero, pero aún así, los cuerpos habían sido destrozados con una ira y una rabia que no parecía normal. Quien fuera que había hecho aquello se había ensañado bien, como si se tratara de algo... personal. Era difícil imaginar qué habían podido hacer aquellas criaturas para enfurecerle tanto.

A medida que avanzaba por el túnel, los restos de los sewers se sucedían y, al cabo de un rato, la visión de los cadáveres en descomposición y la sangre que salpicaba las oscuras paredes le trajo a la memoria recuerdos a modo de flashes, recuerdos de otros cuerpos descarnados que se movían por las catacumbas de París buscando su sangre... Y de un tipo alto, de cabellos castaños, que iba con él. Un mago, ahora lo recordaba, y poderoso, con un aura que se asemejaba bastante a aquella... Se habían adentrado juntos en las catacumbas y él (¿había sido él u otro Constantine diferente?) le había indicado un camino erróneo que le conduciría hasta una trampa para poder librarse de él y conseguir algo... ¿el qué? ¿Un objeto místico? ¿Un conjuro?

Abrió mucho los ojos cuando los recuerdos regresaron a él de golpe. Arión, Arión de Atlantis. ¿Arión había hecho eso? No cuadraba demasiado con la imagen que recordaba de él. El mago era un tocapelotas moralista, de esos que siempre hacen las cosas bien, respetando las leyes y blablabla... Los sewers eran carroñeros, pero no eran realmente peligrosos y se trataba de poco más que animales. ¿Quién cometería una masacre así en una manada de hienas cuando habría bastado con asustarlas o espantarlas con magia? Sin duda habría sido más rápido, más efectivo, y considerablemente más limpio. ¿Y por qué lo habría hecho usando su aspecto? Sin duda le debía unas cuantas explicaciones... ¿o quizá se las debía él? Todo era demasiado confuso últimamente...

Ésa y otras dudas le asaltaban cuando distinguió, a lo lejos, la luz que indicaba la salida del túnel.

Las bestias subterráneas le guiaron el camino de salida. Estaba claro que no querían que estuviera allí abajo, que lo querían fuera lo más pronto posible. John no iba a quejarse por esa falta de educación por su parte hacia un invitado inesperado, sin ofrecerle antes una taza de té o, como hubiera preferido, una buena botella de su mejor whisky. A medida que el mago se acercaba demasiado a uno de éstos seres, se apartaban hábilmente pero sin quitarle la vista de encima. Tenían tanto miedo como para dejar que se alejara pero el suficiente para no olvidarse de su presencia.

Al final el inglés llegó a una zona mucho más ancha donde predominaba un olor putrefacto que castigó con dureza su olfato. Llevándose la manga de la gabardina a la cara para tapar sus fosas nasales y la boca, entrecerró los ojos llorosos mientras enfocaba con la linterna.
"Joder, yo también me estaría cagando de miedo".
Los cadáveres de los sewers mostraban una furia descontrolada y un odio que quitaba el hambre. Según iba andando John siguiendo las vías bajo sus pies, los cadáveres estaban más apilados, concentrados. Las paredes habían sido "redecoradas" con un estilo más dantesco, y el olor... ese olor...

Las punzadas llegaron como un mal chiste contado sin que nadie lo pidiera. Se agarró la cabeza mientras apretaba los dientes. Alguien había abierto una ventana para despejar la mente y en lugar de vaciarla, habían entrado invitados no deseados en forma de recuerdos. Recuerdos de un John que no sabía si era él mismo... o si... No lo sabía con claridad, pero su voz era parecida a aquel John asustadizo y perturbado que vio junto a Lissa en su cabeza. Ese John que hablaba sobre los jinetes y la perdición del hombre. Ese John... estuvo en París. Estuvo en París junto a una eminencia en la magia.

- Arión...

En su cabeza sonó como si alguien hubiera encajado el último de los engranajes y hubiera dado cuerda al reloj. El mecanismo se puso en marcha, amoldando todas las piezas que tuviera sobre aquel enigma e intentando tomar una forma congruente y coherente.
El asesinato. El espectro de tinta. Las runas de la entrada. El acceso a las catacumbas parisinas. La matanza de los sewers. Las improntas de magia de los cadáveres. Arión...

Dicho así no tenía mucho sentido... ¿o si? Pero era una respuesta con demasiados matices, y que podría poner en peligro todo cuanto existiera en la Tierra si aquella respuesta "sensata" tuviera razón. John sabía lo que tenía que hacer a continuación si quería encontrar respuestas: la mansión del mago sería su siguiente parada.

Salió a la luz y emprendió la marcha, no sin antes prepararse para cualquier cosa que pudiera pasar. Arión no en balde era considerado uno de los magos más poderosos que haya pisado nunca la Tierra. Si su ipótesis era cierta necesitaría defenderse, y no sabía con exactitud la magia que usaba el atlante por lo que siguió su instinto, y no se dejó nada en el tintero: un mantra mental para proteger la mente; un amuleto colgando por dentro de su camisa que le protegería de la magia hasta cierto punto; una serie de hechizos que le ayudarían a sobrevivir, pero que no las tenía todas si tuviera que enfrentarse al mago cara a cara; y para finalizar, grabó una runa en la esquina más cercana a la mansión del mago e hizo lo mismo en un espejo pequeño, para asegurarse la ruta de escape.

- Vale John. Visitemos a una celebridad.

La silueta del palacete del mago se recortaba en la lejanía con oscuras nubes de tormenta arremolinándose detrás como un augurio funesto, transmitiendo malas sensaciones a John conforme éste se acercaba. Las puertas que daban acceso a los jardines y al camino de entrada estaban abiertas. Era lógico suponer que alguien del poder de Arión dispondría de algún sistema de vigilancia o control de quien se adentraba en sus propiedades, mas, si así era, el inglés no fue capaz de detectarlo.


Finalmente llegó ante la puerta principal, que se erigía, imponente, al final de unas largas escaleras. Nadie le había detenido durante su camino a través de los jardines y tampoco nadie le detuvo ahora, de manera que pudo subir los peldaños sin interrupciones hasta las enormes puertas blancas. No había timbre, sólo una gigantesca aldaba de hierro que, cuando la hizo sonar, resonó con fuerza a través de las estancias de la silenciosa mansión.

Nadie acudió a su llamado, pero sí que obtuvo, en cierto modo, una respuesta. Y es que, al golpear la aldaba, la puerta se entreabrió ligeramente hacia el interior, revelando que, en realidad, no se encontraba totalmente cerrada...

- Y seguimos con el teatro. - Las nubes del cielo... negras... No le gustaron un pelo a John. Su instinto le estaba diciendo que no era buena idea entrar en aquel palacete. Bien, porque en el momento que su instinto se apagara se podría dar por jodido.

Al caminar por sus jardines en dirección a la puerta el mago no había esperado menos de un tipo con la reputación de Arión: de entre los miembros de la Liga de la Justicia, el mago atlante era el que podía rivalizar con todos y cada uno de los otros miembros... juntos. Tal era su dominio de la magia o, al menos, eso es lo que se decía en los círculos arcanos. En ocasiones donde la extrema lucidez sobrevolaba la mente del mago, éste daba gracias de que un mago con ese nivel fuera de los buenos y no se dedicara a expandir su influencia o destruir ciudades porque se aburría.
Esa extrema lucidez fue la misma que le advirtió al inglés de la fatídica posibilidad donde todo eso hubiera cambiado. Era un pensamiento al fin y al cabo, pero uno bastante persistente.

Nadie fue a recibirlo, ni sintió ningún tipo de campo ni sensación mágica en el entorno. O bien mantenía una vigilancia de altísimo nivel o ninguna. En cualquiera de los dos casos, le estaba dejando pasar.

- No me gusta un puto pelo...

Cigarrillo en boca y gesto fruncido, golpeó la aldaba de la entrada. El eco hizo que la sensación de aislamiento y vacío se hiciera más notoria, y si con las nubes no tenía suficiente...

- Y más drama. Genial...

Terminó de abrir la puerta para así poder adentrarse al interior de la mansión. Si era otra trampa, John iba a cagarse en alguien y ese alguien no saldría muy bien parado.

Ese alguien bien podía ser el propio inglés.

John puso un pie dentro, y luego otro...

La puerta se cerró con un suave quejido fruto de las décadas a su espalda, dejando como única luz la débil llama de las velas sujetas por candelabros a la pared para alumbrar el vestíbulo. El silencioso rumor de los pasos del inglés sobre la madera se truncó al golpear su pie contra un elemento que de seguro desentonaba en aquél ambiente anticuado: un teléfono móvil.

Partiendo del aparato corría un rastro de sangre que se adentraba en el ostentoso hall principal. Quizá en otro momento John habría podido detenerse a admirar la profusa colección de arte de la que uno podía embeberse en aquella sala, o a examinar la curiosa mezcla de estilos y épocas, pero en aquél momento lo único que interesaba al mago era el facistol barroco que se encontraba al otro extremo sobre el cual descansaba un pergamino manchado de sangre que mostraba un poderoso conjuro de protección de un sólo uso.


En el suelo, frente al facistol, se encontraba Trykhun, el sirviente/acólito del hechicero atlante quien, aparentemente, había muerto a causa de una herida producida por algún arma afilada y cortante (lo más probable una espada) que lo había atravesado de extremo a extremo.

Sin embargo, había tenido tiempo para apartar la mesa y las sillas, derribando éstas últimas por el suelo para dejar el espacio necesario para dibujar, con su propia sangre, una runa mística, la misma que aparecía reflejada en el pergamino del facistol, aunque había fallecido antes de poder completar el conjuro, pero por muy poco. A juzgar por el dibujo del pergamino estaba casi completa.

Protección... ¿protección contra qué?

Se encontraba cavilando sobre éstas cuestiones, tratando de encontrar un sentido para todo aquello, cuando un repentino dolor le invadió, golpeando desde la cabeza, como si los huesos del cráneo estuviesen empezando a achatarse, amenazando con aplastar su cerebro, y la frente quisiera ensancharse y ampliarse. La sensación rápidamente se extendió al resto de su cuerpo, como si alguien le hubiese atado en un potro y estuviese girando de la rueda, sólo que, en lugar de desencajarle las extremidades, estuviese haciéndole crecer los huesos de la manera más dolorosa posible...

Y la puerta se cerró, cómo no. Si al día siguiente le dijesen que salía en un reality show y que había sido un éxito rotundo de audiencia, no le extrañaría en lo más mínimo.

El exterior del palacete era inmenso e impresionante, pero por dentro lo era mucho más. Estaba claro que quien hubiera construido aquel edificio quería que quienes entraran en él se sintieran ridiculizados, tanto en tamaño como en poderío. La altura del techo y la distancia entre las paredes dejaba un eco digno de cualquier película dedicada a la realeza o a compositores como Mozart.
Majestuosidad. Esa era la palabra.
El mago no estaba interesado en observar ni analizar las distintas obras de arte repartidas por el edificio, ni quedarse embobado con las dimensiones del mismo. El interés de John radicaba únicamente en encontrar a Arión y, con suerte, sacar algunas respuestas a sus preguntas.

Frente a sus pies notó algo duro que no era el suelo. Apartó dicho pie y vio un móvil... junto a un rastro de sangre. Empezaba bien la visita al palacete. El detective siguió el rastro, con todos sus sentidos a flor de piel. Si fuera una alarma sería de las pesadas y con muchos colores, no sólo el rojo.
Un facistol le saludó, con una runa inscrita en un pergamino. Y a sus pies, se encontraba el origen de aquel rastro de sangre: un hombre, posiblemente un mayordomo por sus pintas, muerto con una herida que conectaba vientre y espalda. A juzgar por el rastro y la runa inacabada del suelo, el hombre no había muerto al instante y había querido... ¿qué? ¿Terminar aquella runa? ¿Para qué?

John navegaba entre sus pensamientos cuando un dolor insoportable asaltó su cabeza. Gritó con fuerza, gutural, apretando los dientes y cayendo de rodillas por el repentino dolor. Llevó sus manos a la cabeza no para sujetársela, sino para quitar las presas que le estuvieran produciendo aquel dolor. Pero no era físico y por tanto...
Un momento de inspiración, protagonizado por su instinto hizo que el mago se fijara en la runa inacabada por el mayordomo. Dejó su cabeza porque no iba a hacer nada sujetándosela. En su lugar se apoyó en el suelo con una mientras que con otra agarraba el amuleto con el pentagrama que tenía bajo la camisa y lo sacó, poniéndolo sobre su frente. Mandó toda su voluntad y su fe sobre el amuleto para que éste actuara, mitigando el dolor tanto como pudiese mientras gateaba hacia la runa. Si el viejo quería terminarlo sería por algo, y John "honraría" su último deseo si ésto le salvaba de quedarse sin cabeza.
Mojó los dedos en la sangre y siguió con la dichosa runa. Por favor que funcionara...

El amuleto supuso un alivio momentáneo al dolor, y de inmediato John sintió que sus ideas se aclaraban de nuevo, pero sabía que no sería suficiente. La magia, o lo que fuera que estaba causando aquello, era demasiado poderosa, podía sentirla combatiendo contra el poder del amuleto como si se tratase de un río golpeando la presa que trataba de desviarlo de manera artificial. Era cuestión de tiempo que le sobrepasara. Pero, entonces, se fijó en la runa que el mayordomo había estado dibujando, y su mirada regresó al pegamino que descansaba sobre el facistol. Un conjuro de protección...

Gateando como pudo llegó hasta la runa y, mojando los dedos en la sangre del viejo mago muerto, que aún estaba fresca, completó a duras penas el trazado que había quedado incompleto.

En cuanto el dibujo se cerró, éste se incendió con un fulgor entre rojizo y dorado, encerrando al mago en su interior, y éste notó cómo de inmediato la presión que había estado amenazando con hacerle estallar la cabeza desaparecía. Una vez libre de la tenaza del conjuro, maldición o lo que fuera, fue testigo de cómo la casa en la que se encontraba iniciaba un vertiginoso y sorprendente viaje hacia atrás en el tiempo, degradándose a una velocidad apabullante hasta que no quedó nada a su alrededor más que una extensa pradera salvaje repleta de antiguos homínidos que sólo podían ser una versión más primitiva del ser humano. El propio Trykhun, cuyo cuerpo había quedado fuera del círculo de protección, había cambiado hasta quedar reducido a una especie de mono evolucionado muerto.

Aún estaba tratando de asimilar aquella imagen en su mente, pensando si no se encontraría soñando o si no estaría siendo víctima de la peor resaca de su vida, cuando un súbito estallido de fuego llamó su atención a lo lejos. Se encontraba a mucha distancia, pero el tipo era lo suficientemente grande, y las llamas lo suficientemente altas, como para poder distinguirlo. Quizá mereciera la pena investigarlo, o quizá no, pero lo que estaba claro era que no encontraría las respuestas que buscaba en aquél círculo...