Visitas en el castillo de los sueños [Sueño] (05-04-2019 - Palacio del Sueño)

Una hora incierta.

Un lugar difícil de imaginar.

Dos hermanos se sientan cada uno en una punta de una mesa rectangular, sin adornos, sin mantel, sin grabados ni comida. Ambos se miran sabiendo sin verse, ocultos tras el velo de la distancia. Uno está tranquilo y el otro... el otro está sonriendo.

- Me marcho, hermano. - El que permanecía tranquilo, levanta la cabeza lo suficiente como para dar a entender que está escuchando.
- Sabes que no funciona así. Sabes que no puedes marcharte. Son las normas.
- Las normas son tan rígidas para ti como endebles para mí. Me marcho hermano. Ya está decidido. Voy a visitar la Vigilia.
- Pretendes alterarme, hacerme daño. Quieres que actúe. No lo haré. Las normas están establecidas y dicen que ninguno de los dos puede abandonar éste plano. El nuevo universo así lo ha escrito.

El hermano que sonreía se levanta de su silla. El hermano tranquilo ésta vez levanta por completo su cabeza. Ya no está tan tranquilo.

- ¿No te has enterado? Por supuesto que no lo has hecho: las leyes, las normas, todo cuanto formaban las cadenas que nos... oh no, que ME ataban se han visto... alteradas. Puedes verlo por ti mismo: no estoy en mi silla.
- Siéntate. Hermano.
- No... Pero no temas: te traeré un regalo. ¿Un peluche, tal vez?
- ¡HERMANO! - Pero era tarde: el segundo hermano desapareció de aquella sala. Ya no estaba allí. El hermano tranquilo notó su falta, su huella dejada atrás... Y sintió algo que hacía mucho tiempo que había olvidado: desconcierto, junto con una pizca de rabia. - Hermano... Las normas son inmutables. Lo recordarás. Te lo recordaré.





El grotesco carruaje sobrevolaba la nada impulsado por los cuatro esqueletos de caballos impregnados en llamas danzantes. En su interior, el rey Morgan había recuperado la forma que tuvo antaño, con su cabeza de calabaza y su cuerpo de un color verde pardo que recordaba a tiernas raíces. Se miró las manos enguantadas y el traje que llevaba, lo que le daba un estilo particular y llamativo. SU estilo. Luego, con un movimiento de su mano hizo aparecer un paraguas oscuro y lo plantó entre sus piernas, apoyándose con ambas manos sobre su mango, pensativo.
Como le había dicho a su hermano, se marchaba: era la hora indicada y las campanas del Juicio Final tañían la melodía del cambio. No era ninguna metáfora ya que las puertas de los infiernos se habían abierto, dejando pasar a los grandes demonios para que camparan por la Vigilia tomando cuanto quisieran. Alguien o algo había abierto esos portales, desestabilizando el frágil equilibrio del nuevo universo. Una oportunidad vestida de rojo dispuesta para quien quisiera aprovecharla, y Morgan la quería tomar. Los años que pasó en la Vigilia cuando todo era nuevo y fácil de manipular volvieron a su mente clavándole una aguja bañada en nostalgia. Quería volver a los viejos tiempos y ver cómo se había desarrollado aquel mundo sin él, y qué había sido de su legado.
Sólo había un problema: tanto tiempo sin visitar el mundo mortal podrían hacer mella en sus "vacaciones casi obligatorias". Cierto que tenía su museo de la fama, con obras tan magníficas como aterradoras, pero uno no podía comprender por completo un lienzo basándose en un cuadro. Se sabía los nombres de los autores más influyentes de las últimas centurias, pero no los conoció, no supo nada de ellos ni del mundo en el que nacieron. Necesitaba el conocimiento de alguien que tuviera un ojo en la Vigilia. Alguien que hubiera estado varias veces, o que por lo contrario, tuviera siempre un pie en ella.

El carruaje viró con la sonrisa afilada y ensanchada del rey Morgan, rumbo al palacio onírico para hacer una visita de cortesía a un viejo conocido. Uno de los Eternos.


Pese a que según dicen los sueños siempre cambian o que no tienen una forma definida, aquel sitio no había cambiado nada. Era tal y como Morgan lo recordaba, con aquel paisaje de colores fríos, sin aparente vida fuera del gigantesco castillo donde vivía Sueño, uno de los siete Eternos y posiblemente el más famoso entre las entidades más allá del tiempo. Según se acercaban al patio principal ante las grandes puertas del palacio Morgan divisó unas extrañas casas que o bien no se acordaba, o bien no las había visto nunca. Había un hombre que le estaba atizando con una pala a otro hombre más regordete. Morgan sonrió cuando reconoció la mano de Caín.
El carruaje aterrizó y sus puertas se abrieron con un chirrido sobrecogedor y una nube de murciélagos que dieron paso a una lengua de terciopelo que se desenroscó hasta llegar antes las escaleras de entrada. Su Majestad salió del carruaje con porte confiado, golpeando su paraguas contra el suelo a cada paso que daba. Los gigantescos guardianes de Sueño lo observaron y él se detuvo bajo su atenta mirada.

- Soy el Rey Morgan, soberano del mal primigenio. Anunciad a vuestro señor que vengo a hacerle una visita de... cortesía.